En 1918, cuando se encontraba en pleno desarrollo la Primera Guerra Mundial, se originó en las trincheras la horrorosa Gripe Española, que mató oficialmente a 50 millones de personas en todo el mundo, aunque las cifras reales ascenderían al doble o al triple de seres humanos. Tal fue la desinformación que perpetraron los gobiernos de entonces que hasta el nombre del mal se deriva de que, como España no intervenía en aquella guerra, sus medios de comunicación informaban libremente sobre la pandemia, mucho mejor que todos los corruptos diarios del hemisferio norte, que ocultaban todo lo posible las noticias relacionadas con la enfermedad del N1H1.
Al igual que con el CoVid-19, al principio la Gripe Española estaba muy lejos, en los campos de batalla europeos. Aquí, Hipólito Yrigoyen había llegado al poder, trayendo en sus mochilas las reivindicaciones de una incipiente clase media y de los obreros de una industria que empezaba a crecer. Paralelamente, la Reforma Universitaria modificaría definitivamente los programas de estudio y la realidad política argentinas.
La preocupación de la naciente salud pública estaba centrada en las enfermedades endémicas que azotaban a nuestro país, como la tuberculosis, la sífilis, la viruela y la peste bubónica.
Todo cambió en octubre de 1918. La Gripe Española –que no era española- llegó con los inmigrantes que huían de una Europa devastada por el hambre, la miseria y la crisis que siguió al fin de la guerra, que había dejado los campos arrasados por los cañones y el saqueo de los ejércitos beligerantes.
Entró por el Puerto de Buenos Aires, en los cuerpos de los extranjeros que buscaban cobijo en un país que no conocían. En este caso, la extraña “grippe”, tal como la llamaron los diarios de la época, no causó demasiados estragos y tuvo una baja mortalidad, aunque 2.237 muertes no dejan de ser una grave tragedia. Todo parecía haber pasado, pero en el invierno de 1919, hubo un rebrote y esta vez la mortalidad fue brutal. Hubo 12.760 muertos y desde entonces nada fue igual en la despreocupada Argentina de principios del Siglo 20.
El primer brote afectó especialmente a Buenos Aires, sus alrededores y el Litoral, es decir, que fue desde el sur hacia el norte. Pero el segundo se difundió desde el norte y atacó duramente al sur, como regresando por su rastro inicial. La mortalidad fue mayor en el norte, adonde el sistema de salud era casi inexistente y las condiciones de vida eran miserables para la clase trabajadora. En la ciudad de Buenos Aires, casi el 55 por ciento de sus habitantes contrajo la “grippe”.
Hacia septiembre de 1919, la enfermedad casi había desaparecido sin dejar mayores secuelas, más allá de las muertes. Una conclusión quedó por allí, depositada en algún texto, casi oculta en un fárrago de protocolos médicos: la Gripe Española no distinguía clases en cuanto a su morbilidad (casos infectados), pero sí fue muy clasista con su mortalidad, ya que se recuperaron con mucha mayor facilidad las clases acomodadas, bien alimentadas y bien tratadas por un sistema de salud al cual tenían acceso, que las personas que debían soportar en su vida diaria el hacinamiento, el frío y una alimentación escasa.
La Gripe Española no distinguía clases en cuanto a su morbilidad (casos infectados), pero sí fue muy clasista con su mortalidad, ya que se recuperaron con mucha mayor facilidad las clases acomodadas, bien alimentadas y bien tratadas por un sistema de salud al cual tenían acceso, que las personas que debían soportar en su vida diaria el hacinamiento, el frío y una alimentación escasa.
Decisiones fatales
Al no intervenir en una guerra, Argentina no tomó algunas decisiones lacerantes que tomaron otros países, más allá de haber condenado a la miseria a muchos nativos e inmigrantes. En EE.UU. no se vacunó al pueblo, sino solamente a los soldados. El ejército recibió dos millones de dosis, cuyo sobrante fue luego solicitado por los médicos civiles, pero el Departamento de Guerra, que temía un rebrote, se las negó. Finalmente, el rebrote se produjo, matando al 35 por ciento de sus soldados acantonados en Camp Sherman.
Perros feroces
Paralelamente, en el norte del país, los esquimales casi fueron exterminados por la pandemia. Murieron en tales cantidades que en el poblado de Okak casi no quedaron personas vivas que alimentaran a sus perros. Entonces, éstos se agruparon en una enorme manada y atacaron a los humanos y comenzaron a comérselos. Sólo se salvó el reverendo Andrew Saboe, que se atrincheró en su casa con un rifle, con el que mató a 100 perros. Dios es amor, pero sus pastores pueden difundir su mensaje sólo si sobreviven.
¿Sólo cifras?
La Gripe Española tuvo cuatro rebrotes, que duraron poco tiempo. El último duró sólo dos semanas en EE.UU. El virus mutó cada vez, volviéndose cada vez más violento y quizás algo más frágil.
A su vez, la aparición de la Gripe Española en las trincheras alemanas provocó –junto con el accionar de Rosa Luxemburgo y Karl Liebchnet- la pronta rendición de Alemania y el triunfo de la Triple Entente que conformaban Rusia, el Reino Unido y Francia.
Las ciudades del Oeste estadounidense debieron soportar una mortalidad inferior a la de las ciudades del Este. Además, la enfermedad llegó hasta ellas después de estas últimas.
En la India hubo casi 20 millones de muertos, aunque quedó flotando una duda que jamás será respondida acerca de la verdad de esta cifra.
Después de la guerra y después de la gripe, comenzó la era que después fue bautizada como “Los Años Locos”, en los que el alcohol, el amor libre y la diversión fueron la respuesta a la brutal guerra continental europea, en la que murieron más de 20 millones. En los campos de batalla cayeron nueve millones de soldados, en las ciudades fueron asesinados alrededor de siete millones de civiles y otros seis millones fueron víctimas del hambre y las enfermedades, a los que habría que sumar a las víctimas de la Gripe Española.
Finalmente, el Crak de Wall Street de 1929 terminó con las ilusiones.
Guerra de palabras
Recordar la Gripe Española sólo tiene sentido para darle sentido al padecer de los días presentes.
En aquel tiempo, un comerciante despiadado (y avivado) publicó en los diarios italianos una curiosa y falaz publicidad, que rezaba: “El remedio más eficaz contra la caída del cabello causada por la Gripe Española es la Quinina Migone. Se vende en Migone y Compañía”. Y lo recomendaba para “todos los vendedores de perfumería”.
Además, hace unos pocos días hubo una manifestación frente al Cabildo que vuelve pertinente recordar una imagen que un reportero tomó en el frente de batalla. En ella, un soldado llevaba a un burro sobre sus hombros. No lo hacía por amor a los animales, sino porque el área por la que caminaba estaba minada. Si el burro hubiera estado dando vueltas libremente, todos hubiesen podido volar por el aire. Mantener al burro controlado en ese momento era vital. Como siempre.