El continente americano, de norte a sur, es una caldera donde hierven tanto el COVID 19 como la violencia desatada por razones tan diversas como la ira remanente del aislamiento obligatorio, la caída económica, el racismo, las ideologías y los despropósitos de liderazgos desencajados.
Mientras eso ocurre de este lado, cruzando el Atlántico y pese a la amenaza del retorno del coronavirus a un territorio ya azotado, la Unión Europea se prepara para salir hacia adelante con un plan de recuperación económica que incluiría una toma conjunta de deuda masiva y la elección de un camino de integración y solidaridad entre los países miembros. Los liderazgos de la alemana Angela Merkel y del francés Emmanuel Macrón serán la garantía de esta audacia para resguardar la potencialidad europea.
La información de tales decisiones proviene del portal Embajada Abierta, que preside el actual embajador argentino en Estados Unidos Jorge Arguello, en una nota que consigna la toma de una deuda masiva por parte de la Unión Europea por primera vez en sus 60 años de historia como bloque, y en atención a los “tiempos extraordinarios” que se viven en el planeta. El plan apuntaría a que no haya “mutualización” de deudas, y que la ayuda a los Estados se concrete siempre a través de préstamos. Para el grupo, ello significaría “un salto cualitativo en la organización de la solidaridad europea”.
La pandemia, que vino como el Sol desde el Este hacia el Oeste, puso su ritmo a los sufrimientos causados por el virus y a las restricciones para evitarlo, también a las salidas paulatinas de las cuarentenas que mostrarán distintas caras.
Historias, trayectorias y calidades humanas diferentes marcan la forma en que algunos liderazgos se adelantan a los desenlaces de las tragedias para atenuar las consecuencias. Otros, quizás por su juventud o la falta de cohesión en las ideas, se demoran injustificadamente en el caldo de los dolores, postergan decisiones imprescindibles por temor al descontrol del contagio y las muertes. La especulación sobre la demora en abandonar las cuarentenas rige en cuanto país se asienta el virus.
Al levantar la cabeza para ver el campo de juego entero, desde Argentina se puede comprender que la expansión del virus produjo una alteración del proceso de globalización, pero se duda de que esa trasmutación derive en una desglobalización. Es más creíble que la parálisis económica y de producción vivida este año en el planeta provoque manifestaciones distintas en las cadenas de producción, se relocalicen plantas de un origen nacional que producían en otros países, se reorienten las inversiones, y se analice la ineficacia de los traslados internacionales de mercadería por nuevos eventos parecidos a esta pandemia.
Si la Unión Europea logra controlar los daños del COVID 19, e integra sus necesidades e intereses en beneficio de un plan estratégico pensado en conjunto y dirigido hacia una economía verde y de digitalización, podrá crear una “nueva generación de la UE” como se propone. Y para eso dispone del dinero necesario en el Banco Europeo de Inversiones (BEI)
En la década del 90 la Globalización había instalado la idea de las integraciones continentales. Mercados regionales de inmenso volumen en cuanto al consumo marcaron las posibilidades de expansión de una producción ultra masiva, lista para ser distribuida a granel hasta los confines del planeta.
Era el momento en que se declaraba el fin de la historia y de las ideologías, discutido aún pero sin dejar de reconocer la pérdida de la pureza de ciertas tendencias de izquierda teñidas de progresismos o populismos dependientes del capitalismo, como lo es en su máxima expresión la línea política central de la República de China. De todo ello, pasaron tres décadas.
Sin embargo, América Latina, con sus componentes de diversidad e inestabilidades gubernamentales, nunca alcanzó a armar siquiera el tan declamado Mercosur (Mercado Común del Sur) con 300 millones de consumidores, para constituir una nueva potencia anclada en la producción alimenticia que podría abastecer al mundo entero. Sus líderes ocasionales fueron incapaces de lograrlo, más que nada por la insoportable levedad de una ideología ondulante y hueca que se negó a pactar con el gigante del norte del mismo continente.
Por eso embelesa la capacidad europea para reinventarse detrás de cada crisis, sobre todo en este momento en que -con una hipótesis acorde a los nuevos tiempos- se plantean priorizar la organización de una “solidaridad europea” cuando saben que el virus todavía no fue derrotado.
En Argentina, el país más austral del mundo ya se sabe que la crisis provocada por el COVID 19 traerá nuevas reglas en todos los aspectos de la vida. Se impondrán en las relaciones comerciales internacionales, en los hábitos de consumo de cada país, en la forma de gobernar las naciones, en el rol del Estado frente a los mercados, en las contrataciones laborales, en las burocracias estatales, en las composiciones empresarias, en la radicación de las empresas, en los intercambios comerciales.
Sin embargo, no hay noticias de un plan del gobierno para prepararse con miras a la nueva etapa, como no hay plan económico visible. Los casos de contagios, las muertes y las recuperaciones son “la” noticia del día por sus números. La cuarentena acapara toda la atención y 45 millones de argentinos obedecen para no empeorar las cosas. A decir verdad, da la sensación de que no se puede caminar y rascarse al mismo tiempo.
Dicen los historiadores que las crisis dejan huellas. La hiperinflación de la República de Weimar marcó a fuego la austeridad y los lineamientos de las políticas alemanas. La Gran Depresión decretó “no malgastar”. La crisis del 2001 en Argentina dejó una desconfianza superlativa en la clase política y en el sistema bancario. La debacle mundial de 2008 dibujó con grandes letras la precariedad y la inequidad que empobreció a millones de personas.
Claro está que de las grandes crisis nacen también nuevas instituciones y modalidades de supervivencia. De la actual pandemia se espera que ocurra, como mínimo, lo mismo que después de la Gripe Española en 1918: que se robustezcan los sistemas nacionales de salud en cada país.
Sólo estamos seguros de algo: cuando todo esto pase, no seremos los mismos.