A causa de las Invasiones Inglesas, piden instituir el Día del Boludo

A causa de las Invasiones Inglesas, piden instituir el Día del Boludo

Un grupo de jóvenes quiere que sea el 27 de junio, en recuerdo de aquellos que entregaron la ciudad a Beresford en 1806, a cambio de nada.


Desde 2009, por iniciativa de un grupo de compañeros de trabajo, diseñadores gráficos y de profesiones similares, quedó instituido el Día Nacional del Boludo en la Argentina.

Los autores de la iniciativa relataron en la página web Día Nacional del Boludo, que “en primer lugar buscamos homenajear a todos nosotros, los boludos, que por buscar hacer las cosas bien justamente nos salen mal. Por ser honestos, seguir las normas o buscar el bien común terminamos siendo objeto de burla y desprecio por parte de compatriotas mucho más ‘vivos’ y elocuentes”.

Los promotores del festejo, que indudablemente les viene como anillo al dedo, como agua para el sediento, como fuego para el parrillero, pidieron ayuda a sus congéneres: “En segundo lugar, y no menos importante, buscamos instalar este gran día como feriado nacional y para eso necesitamos tu ayuda, participá, dejános tu firma virtual en apoyo a esta noble causa y nosotros nos encargaremos, como buenos boludos, de elevarla al Congreso de la Nación”.

Poseídos por el afán de potenciar su apreciable virtud, los autores de tan loable iniciativa instituyeron el 27 de junio como el Día Nacional del Boludo, para conmemorar, quizás con cierta liviandad que “en 1806, ante las invasiones inglesas, las autoridades del Virreinato del Río de la Plata, con el ímpetu de hacer bien las cosas y generar diálogo, terminaron entregando Buenos Aires a los británicos. Las tropas británicas desfilaron por la actual plaza de Mayo y enarbolaron la bandera del Reino Unido, que permanecería allí por 46 días. El virrey Sobremonte, nuestro primer boludo patrio importado directamente de España, abandonó la capital y se retiró a Córdoba”.

“Buscamos instalar este gran día como feriado nacional y para eso necesitamos tu ayuda, participá, dejános tu firma virtual en apoyo a esta noble causa y nosotros nos encargaremos, como buenos boludos, de elevarla al Congreso de la Nación”.

En primer lugar, el Marqués de Sobremonte puso a salvo en el primer momento los caudales públicos con su huida hacia la ciudad de Córdoba. Desde luego, el dinero no sobraba en estas comarcas ignoradas. Esa lucidez de Sobremonte fue luego desmantelada por la codicia de los comerciantes más ricos de Buenos Aires, integrantes del Cabildo porteño, que ante la demanda del pirata inglés William Carr Beresford, enviaron una delegación a Córdoba, rogándole que le entregara el tesoro público a una patrulla inglesa que los seguía.

No era la adhesión incondicional a la Rubia Albión lo que movilizaba a los acaudalados comerciantes de la ciudad. Es que Beresford los había amenazado con retener las barcas que había capturado –en las que llegaban los productos que ellos vendían en sus comercios- y luego les impondría nuevas gabelas y contribuciones. Por ende, los señores más adinerados de la Colonia prefirieron que el Estado contribuyera con el dinero para el usurpador del poder, en lugar de hacerlo ellos.

Lo concreto es que Sobremonte entregó los caudales públicos y los ingleses se lo llevaron a Buenos Aires, lo embarcaron para Londres, adonde desfiló por las calles, en medio de aclamaciones y luego fue ocultado en el Banco de Inglaterra.

Ni bien desembarcado, Beresford le había cambiado el nombre al territorio del Virreinato del Río de la Plata. Le puso Nueva Arcadia, en honor a la antigua comarca griega en la que vivían espíritus sobrenaturales, dioses, dríadas, ninfas y semidioses, que llevaban allí una vida natural, no corrompida por la civilización. En los tiempos del Renacimiento, la Arcadia fue el objeto de poesías, pinturas y novelas. Se convirtió así en una alegoría del Paraíso, pero no habitada por los muertos, sino por dioses. Además, se diferenciaba del territorio idílico de la Utopía descripta por Santo Tomás Moro, que era una isla habitada por hombres que no poseían propiedades y llevaban una vida laboriosa.

 

Una web para boludos

En su web, los originales creativos ofrecen un muro para que quien lo desee exprese sus sentimientos y verdaderamente, hay unos cuantos que realmente merecen estar allí.

Se pueden leer profundos pensamientos como “soy un boludo porque soy el único de la oficina que hace café”. Otro, se queja porque “me informo siempre antes de votar”. Un tercero se lamenta “por creer que mi amigo era eso y no el amante de mi pareja”. Luego, una habitante del imperio relata sabiamente que “soy una boluda por pensar que algún día se van a terminar tantos boludos y cada vez se multiplican más”.

Pero las palmas se las llevan los dos más votados. Uno de ellos, el primero en el ranking, con 109 votos, se declara como boludo “por pagar mis impuestos, trabajar desde hace 40 años de aportes jubilatorios, para terminar cobrando 25.000 pesos al mes, y los que nunca trabajaron entre AUH, planes y más planes se llevan entre 48 y 55 lucas por mes, que boludo soy… por Dios”. Tiene toda la razón del mundo, indudablemente.

El segundo no tiene desperdicio, de tan…sí, de tan boludo. Obtuvo 87 votos y dejó para la posteridad la elocuente filosofía de un boludo importante. “Los argentinos somos unos boludos, y no porque le dejamos Buenos Aires un 27 de Junio de 1806 a los británicos, sino porque de no haberla recuperado seríamos ahora un país de primer mundo, ordenado respetuoso, sin deudas ni pobreza escandalosa. ¡Qué BOLUDOS somos!”.

 

 

El origen del término

La palabra que más ha visto en esta crónica el lector está claro cuál es. Lo que quizás ignore es el origen del vocablo.

En las Guerras de la Independencia, los ejércitos de gauchos y milicianos argentinos, denominados montoneros, que enfrentaban a las disciplinadas tropas españolas, curtidas en los combates contra las huestes napoleónicas, estaban mal armados y sólo podían oponerles buenas monturas, una gran valentía y un sistema de armas originales, nacidas de la rudimentaria tecnología surgida en esta tierra.

Vistiendo chiripá y botas de potro sin suela, los criollos formaban en tres filas. En la primera iban los pelotudos, que esgrimían grandes pelotas –en todo sentido- atadas con tientos, que golpeaban en el pecho a los caballos enemigos y los derribaban. 

En la segunda fila se alineaban los lanceros, que apuntaban sus tacuaras con el facón atado en la punta. Eran los encargados de matar a los jinetes que volteaban los pelotudos.

La tercera fila era las de los boludos, que revoleaban sus tres boleadoras, fabricadas con piedras más chicas, que usaban para golpear a los soldados de la vanguardia enemiga. Incluso, desarrollaron una técnica, que consistía en pisar una de las bolas con el pie derecho y revolear las otras dos, atacando y lesionando seriamente a sus rivales.

La desventaja evidente de estos soldados, que casi no poseían armas de fuego, enaltecía su valor hasta límites incalculables y hasta sus enemigos los respetaban y temían.

Se dice que el significado actual de la palabra se debe a una frase de un diputado nacional, que expresó en 1890 que “no hay que ser pelotudo”, como alegoría de no hacerse matar, ya que era conocida la mortandad que sufrían los que formaban en primera fila en todos los ejércitos del mundo, incluidos los pelotudos argentinos. Lo de boludo fue una aproximación al pelotudo, nada más.

Así se escribe la historia… que, como podemos ver, no sólo se refiere a héroes, villanos, traidores, soldados y presidentes, sino también a otras clases de ciudadanos, poseídos algunos de ellos por el peor virus que conocemos: el de la boludez.

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