Carta abierta al General Perón

Carta abierta al General Perón


General, disculpe la molestia, aquí no hay otra persona con quien hablar de lo que voy a comentarle. Hemos llegado al punto de ya no saber qué debemos hacer en esta Argentina que cada día se derrumba más. Hemos probado de todo pero no encontramos el modo ni a quien entienda que los problemas actuales se pueden resolver echando una mirada hacia atrás, sin perder de vista, claro, cómo cambió el mundo  hasta este 2020. Todo empieza, siempre, cuando ellos llegan.

Hace unos días el nuevo presidente, uno de los tantos Fernández que habitan este increíble suelo argentino, dijo que no creía en los planes económicos. Quedamos temblando por esas declaraciones publicadas nada menos que en el Financial Times. Un papelón, General. Al instante, muchos nos convencimos de que en realidad no tiene idea de cómo se hace un plan económico, y su vicepresidenta tampoco. Sin dudas, hay ahí una conjura de necios.

Un compañero inteligente -que los tenemos aunque en el Peronismo residual se sospeche que todos murieron- quiso darles una mano a los Fernández y días antes de que asumieran en diciembre de 2019, les contó en una nota cómo había hecho usted en 1952 cuando las papas quemaban y tuvo que dar una volantazo al timón. Era Remes Lenicov, el mismo ministro que enderezó el barco cuando se iba a pique en 2002 a causa de la Convertibilidad. Estoy segura de que no leyeron el artículo porque fue publicado por el medio hegemónico que ellos detestan.

A raíz de esa nota releí el Segundo Plan Quinquenal que propuso para el mandato que comenzaba en 1952 y se me hizo la luz, no por su originalidad sino por la sencillez de las formulaciones y el milagro que produjo en menos de un año de implementación. Bajar la inflación del 40% al 4% no es una pavada, General. Ya sé, ya sé que se engolosinó con el crecimiento alcanzado desde 1946 y los salarios reales tan altos logrados con el Primer Plan y no previó la reversión de los precios internacionales, ni la sequía, ni el bajo nivel de ahorro e inversión. Por eso se le cayó el PBI y el salario real, la inflación se fue a las nubes y hubo un aumento de los déficits gemelos, el fiscal y el externo. A cualquiera le puede pasar, mi General. ¡Si supiera las veces que pasó eso desde que usted se murió! Pero a nadie se le ocurrió lo que a usted sí, en 1952.

Más que elogiar me gusta reconocer: usted era inteligente, se daba cuenta de las causas de las crisis, aceptaba sus imprevisiones y rápidamente trazaba una estrategia nueva para corregir el rumbo. Esa inmediatez de pensamiento nos marcó para siempre, y a ella le debemos la capacidad de adaptación que tenemos para enfrentar los conflictos. Como en este año, 2020, que estamos bancando una cuarentena larga, muy gravosa, de salida incierta, cuya única certeza es que cerrarán miles de fuentes de trabajo, habrá cientos de miles de despedidos, y los pobres serán la nueva e inmensa mayoría de los argentinos: 47%, por lo menos. Eso a usted no le habría pasado, mucho menos por culpa de un virus que se desparramó por todo el planeta e hizo tambalear incluso a todas las potencias mundiales. Le aclaro: “todas” porque ya no son dos como cuando usted vivía, hay más. Ya no existe más el Tercer Mundo, los No Alineados se fueron a pique y están muertos todos sus líderes. Se cayó el Muro de Berlín y la Unión Soviética tampoco es el otro bloque dominante del mundo bipolar. Los Estados Unidos no quieren liderar más el mundo. China es mitad comunista y mitad capitalista, está agazapada y crece, espera el momento de dar el zarpazo para la dominación mundial; sin Mao, por supuesto. Otro mundo, mi General.

Cómo le decía, estamos en un berenjenal mayúsculo por una pandemia generada por un virus llamado COVID 19 y otra denominada “deuda externa” que los Fernández no terminan de definir si acuerdan o no con los acreedores. Tardan tanto como la cuarentena de 137 días que cumpliremos el domingo próximo. Ya sé, me va a decir que las cuarentenas son de 40 días. No, General, para los Fernández las cuarentenas tienen muchos más días, incluso no saben cuántos. Tienen problemas con los números. Y por eso le escribo esta carta.

Cuando usted fue electo presidente por segunda vez el panorama también era crudo, áspero, difícil, con enormes transformaciones en el planeta como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y entre otras cosas, le tocó enfrentar el inicio de una epidemia devastadora como la de la poliomielitis, cuyos brotes se vieron en Buenos Aires en 1942. En 1953 la “parálisis infantil” afectó a 2.579 personas, de las cuales 1.316 padecieron los efectos invalidantes y el 71% de los pacientes fueron niños de entre 0 y 4 años.

Sin embargo, usted no se amedrentó, confió en Ramón Carrillo para enfrentar ese flagelo. Tampoco se quedó contando las vaquitas muertas cada día por la sequía, ni se quedó quieto echándole la culpa a los imperialismos.

Tomó una decisión estratégica: implementó dos programas, dos planes. Uno, de estabilización de precios, de revalorización del trabajo y el sacrificio como creadores de riqueza y factores decisivos de la solución económica.  “Quien gasta más de lo que gana es un insensato; el que gasta lo que gana olvida su futuro; y el que produce y gana más de lo que consume es un prudente que asegura su porvenir”, decía la publicidad oficial.

En ese programa, General, usted no impulsaba el consumismo (nunca lo hizo), sino el retorno al trabajo, al esfuerzo general para equilibrar la difícil situación. Convocó a los argentinos a ser parte de la recuperación. Es verdad que no todos aceptaron.

El otro plan era de puro crecimiento, basado en principios volcados en el Congreso de la Productividad y el Empleo y los objetivos e instrumentos del 2º Plan Quinquenal. Hubo debates fuertes al respecto en ese congreso de ideas.

Usted creía en los planes, no solo en los económicos. “La organización vence al tiempo”. Pero en este momento me interesa confirmar que su plan aspiraba a incrementar la producción, a impulsar la austeridad en el consumo, a fomentar el ahorro, a alcanzar mayor productividad y más trabajo, y a pedir sacrificios compartidos entre el Estado, los empresarios y los trabajadores. ¿Buscó una concertación, o me equivoco? Sí, de sectores, no de partidos. Los radicales no querían.

Acordó el aumento de los salarios por inflación hasta el pacto, y luego los congeló. Enfatizó en la disciplina laboral y el presentismo. Los precios y las tarifas, luego de absorber el aumento salarial, se congelaron. Las empresas podían incrementar sus ganancias bajando costos. Los salarios aumentaban por mayor productividad. Luego suprimió o redujo subsidios al consumo excepto por alimentos. Bajó el gasto público real. La política monetaria fue restrictiva, concentró el crédito en la producción, y aumentó la tasa de interés para estimular el ahorro. Generó restricciones a las importaciones pero luego verificó que faltaban piezas para ciertas industrias hechas en el extranjero. Creó subsidios y exenciones impositivas para las exportaciones. Mejoró el tipo de cambio, aunque se le retrasó un poco.

“Seis meses después, recuerda Remes Lenicov, la economía crecía al 6%, aumentaron los salarios reales y la inflación bajó del 40% en 1952 al 4% anual entre 1953 y 1954”.

Entonces, dejó de pelearse con los Estados Unidos porque tenía una meta superior: llevar a la Argentina a un crecimiento nunca visto. Por eso quería aumentar la productividad, modernizar las empresas, reducir el ausentismo, promover el aumento de salarios mediante sistemas que incentivaran la eficiencia y la productividad: “la productividad es la estrella polar que debe guiarnos en todas las concepciones económicas”, dijo usted en aquel Congreso.

Le cuento un chisme: un comunista me dijo un día que su gran equivocación en economía había sido no impulsar la industria pesada. Claro, no leyó el Segundo Plan Quinquenal que puso el énfasis en eso, precisamente, en la siderurgia, la metalurgia, la industria automotriz, el aluminio, la química, la energía, la mecanización del agro, el desarrollo de la minería, el transporte, las comunicaciones. Se financiaría con deuda pública y capital externo, para lo cual se sancionó la Ley 14.222/52 de Inversiones Extranjeras, las que se consideraban necesarias tanto por el aporte de capital, como de tecnología.

Mi amigo comunista no vio ni se enteró del Pulqui I ni el II, de la Flota Mercante, de la fábrica de aviones y la primera línea de bandera, Somisa, Ferrocarriles Argentinos, ni tantísimas otras cosas. Tampoco consideró su derrocamiento en 1955.

Coincido totalmente con Remes al decir que Usted supo cambiar cuando advirtió que la estrategia inicial se había agotado y que, también, el mundo había cambiado.

Coincido en que lo hizo porque tenía un proyecto de Nación en el que la estabilidad macro, el ahorro, la inversión y el esfuerzo productivo eran los temas centrales para poder crecer. Tenía una nueva doctrina de desarrollo económico y social. Pensaba en grande.

Copy and paste, Fernández.

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