Es extraña la política argentina. El oficialismo, cuando es peronista, suele defender a capa y espada sus propuestas, a sabiendas de que cada una de ellas será contestada por sus opositores como si fuera la obra de un partido político sin legitimidad, que no tiene derecho a tomar tales decisiones. Esto impide que se repare en las sutilezas que exige el ejercicio del poder, porque cada cuestionamiento suele ser tomado como un caso de vida o muerte.
La oposición, por su parte, ataca la Casa Rosada como si el pueblo que votó a sus “enemigos” lo fuera también de ellos y, por lo tanto, apela a un fundamentalismo cuasi religioso para intentar que sus adversarios en el poder rectifiquen su rumbo, desgastándolos de manera constante.
Las calles de la oposición
El lunes se produjo en las inmediaciones del Obelisco una nueva demostración de esta particular manera de entender la política. Miles de personas agitaron banderas, entonaron cánticos, esgrimieron alguna horca amenazante y mostraron ante las cámaras carteles que exhibían una escasa capacidad para arribar a una síntesis política, sino que más bien exteriorizaban una indignación muy parecida a la ensoñación.
En la mañana del miércoles, dos días después de las efusiones opositoras, el presidente Alberto Fernández afirmó que “no nos van a doblegar los que gritan, los que gritan suelen no tener razón”, al presentar un plan de obras públicas para las provincias de Salta, Córdoba, Chaco, Misiones y La Pampa, que exigirán una inversión de casi 20.000 millones de pesos.
Fernández señaló en la ocasión que “llegó el momento de dejar de lado las falsas disputas, los falsos discursos, las falsas palabras y de recordar cómo la Argentina fue capaz de salir del pozo”, intentando llevar la discusión nuevamente al campo político, de donde salió hace mucho tiempo.
Los objetivos de la marcha estaban, en principio, relacionados con la Libertad, la vigencia de la República y la denegatoria de validar la legitimidad de la Reforma Judicial. Como la política no existe en el sentido científico en las mentes de la oposición, pero no por eso deja de constituir por sí misma una realidad de la que no pueden escapar, lo único que les queda es acusar, pontificar, imputar, denunciar e inculpar al enemigo por intentar “terminar con la división de poderes” o por “defender a una ladrona”. Y eso es lo que hacen, cultivar el rencor político.
La paradoja de esta expresión opositora es que, si bien la presidenta del Pro, Patricia Bullrich estuvo en la avenida 9 de Julio y algunos de sus referentes, muy pocos, también estuvieron allí, no pudieron arrogarse la convocatoria, que efectivamente partió desde sus filas. La heterogeneidad de los concurrentes hace pensar que no todos son votantes Pro, por lo que adjudicarse el éxito de la manifestación hubiera sido contraproducente. De todos modos, la mayoría son partidarios del líder ausente, que mira desde Zürich una realidad que no lo conmueve demasiado.
En la vereda del Gobierno
Trascartón, el Gobierno se encuentra, sorpresivamente, a la defensiva. La trunca batalla por la expropiación de Vicentín se convirtió en la “venezuelización de Argentina”; la Moratoria devino en “la salvación de Cristóbal López” y, en estos días, la Reforma Judicial serviría sólo para “salvar a Cristina”. Ni hablar de que cuando un exsecretario de Cristina fue asesinado en Santa Cruz, Juntos por el Cambio emitió una declaración en la que se hablaba de “gravedad institucional”, ante la supuesta complicidad de la expresidenta con el crimen, que fue luego desmentida por la investigación policial.
Ante todas estas contraofensivas opositoras, desde el Gobierno no existieron demasiadas respuestas políticas que mostraran cierta lucidez, excepto algunas declaraciones del propio Alberto Fernández. No hay espadas para defender la fortaleza y esto lanza hacia la soledad al primer mandatario.
El Gobierno, al contrario de la oposición, no encontró aún su relato. El simplista relato opositor hace hincapié en la corrupción del Gobierno, en las supuestas virtudes que emanan del espíritu republicano, en la deslegitimación de Alberto Fernández, como si no hubiera triunfado en una elección contra esos mismos que hoy lo acusan, acaso como una destemplada reacción ante la propia derrota.
Menotti hubiera buscado optimizar los puntos fuertes de su equipo, adelantando sus jugadores en el campo, apostando al talento de sus mediocampistas y jugando a la “trampa del offside” con los delanteros enemigos. Bilardo hubiera tendido una telaraña defensiva y luego hubiera desplegando un juego dinámico, que buscara los puntos débiles del contrario.
Alberto Fernández debe negociar con los demás referentes partidarios los apoyos, incluyendo algunas votaciones parlamentarias. No sólo eso, al ser un líder peronista con escaso poder partidario, debe ceder muchas de sus prerrogativas ante otros jefes regionales para asegurar sus éxitos. Esto estará puesto a prueba en la reforma judicial, por de pronto.
Durante los años del kirchnerismo, el relato era claro: trabajo argentino, producción nacional, protección del mercado interno, cárcel a los genocidas, “la Patria es el otro” y promoción de los más pobres. Hoy en día, aún no quedaron claros los ejes sobre los que va a pivotear el Gobierno peronista, aunque si mantiene su esencia no serán demasiado diferentes, es de suponer.
Pero el lenguaje no es claro, aunque los anuncios de los últimos días prefiguran una prórroga de aquellos conceptos esenciales del peronismo. De todos modos, la explosión del Covid-19 aplazó muchas definiciones que serían abordadas a partir de fin de año, para el caso de que Oxford, mAbxience y Astra Zeneca traigan, por fin, el alivio esperado.
Es indudable que en el seno del peronismo, Alberto Fernández es el presidente, pero no es el jefe. Por eso, como no da órdenes, debe negociar con los demás referentes partidarios los apoyos, incluyendo algunas votaciones parlamentarias. No sólo eso, al ser un líder peronista con tan poco poder partidario, debe ceder muchas de sus prerrogativas ante otros jefes regionales para asegurar sus éxitos. Esto estará puesto a prueba en la reforma judicial, por de pronto.
Enfrentado con algunas posiciones casi bestiales de algunos miembros de la oposición, Fernández se ha diferenciado de éstos por su moderada imagen, casi opuesta a lenguaje agresivo con el que se lo suele atacar. ¿Ganará algo con esta imagen, que muchos de sus partidarios juzgan como vacilante? ¿Será la clave seguir manejándose por el centro de la autopista ideológica o deberá diferenciarse tomando medidas más “peronistas”, que signifiquen conflictos con sectores empresariales?
En la respuesta a estos interrogantes se definirá la incógnita. De todos modos, la catástrofe económica que heredó deberá ser reparada para que exista algún futuro posible, no sólo para el oficialismo, sino para la mayoría de los argentinos. Porque la pandemia anterior al Coronavirus fue mucho más letal que ésta que soportan los argentinos en estos días. Más allá o más acá del enorme Obelisco que le hizo sombra a la diatriba opositora.