Desde su llegada al poder, el presidente de la Nación, Alberto Fernández, priorizó acentuar su rol presidencial -más aún después de la aparición de la pandemia de Covid-19, que conmovió al mundo-, antes que construir su liderazgo dentro del peronismo.
De esta manera, Fernández aceptó su rol de conducción política del Estado, consciente de que el año próximo tendrá la ocasión de ejercer el poder de la lapicera, porque la conformación de las listas electorales marcará una pauta acerca de su futuro como jefe del peronismo.
El poder del presidente se basa en su interacción, en primer lugar, con su vicepresidenta y constructora de los cimientos del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. Detrás de esta fuerte construcción se ubican Sergio Massa y Máximo Kirchner. Este último pasó de ser un avezado piloto de Play Station a ser el jefe del bloque mayoritario del Congreso y el principal negociador con los demás bloques. Tonterías que se construyen de manera irresponsable desde algún medio de… ¿comunicación?
El otro cimiento del poder presidencial –que ha crecido mucho desde el diez de diciembre de 2019- descansa en los gobernadores, que son la expresión del poder territorial y la correa de transmisión de las reivindicaciones que aún deben ser resueltas por el peronismo, después de cuatro años de retroceso social.
El poder territorial: la base del peronismo
Cuadriculando el territorio nacional, los mandatarios provinciales pueden ser clasificados en tres grupos básicos: 1) los peronistas; 2) los opositores de Juntos por el Cambio y 3) los tres gobernadores que representan a partidos provinciales.
El primer grupo es el más heterogéneo, ya que en su interior existen tendencias diferentes. Están los gobernadores del PeJota, una coalición genérica, que agrupa a Juan Manzur (Tucumán); Sergio Uñac (San Juan); Sergio Ziliotto (La Pampa); Gildo Insfrán (Formosa); Raúl Jalil (Catamarca) y Ricardo Quintela (La Rioja). Algunos de ellos son muy cercanos a Alberto Fernández, pero son en especial la expresión del peronismo tradicional. Su virtud principal -y también su defecto primordial- es que a menudo carecen de una visión nacional y se refugian en sus propias estructuras partidarias para sobrevivir.
Hay dos gobernadores que podrían estar incluidos en el grupo anterior, pero que además se distinguen por ser soldados del presidente. Son el santafesino Omar Perotti y el entrerriano Gustavo Bordet.
Existen otros dos peronistas que están emparentados en su método de construcción, pero que correrán suertes disímiles. Alberto Rodríguez Saá rige la provincia de San Luis, que puede ser considerada un estado “argentino por opción”. Los fondos provinciales que administra de manera muy ordenada no dependen exclusivamente de la coparticipación federal, ni lo obligan a viajar en peregrinación para buscar desesperadamente migajas de copartición a Buenos Aires. La continuidad de la dinastía Rodríguez Saá -sólo interrumpida en un período y medio por Alicia Lemme y Claudio Poggi, ambos del riñón propio, aunque el último se pasó a Juntos por el Cambio en 2019- le dio continuidad, no sólo a un proyecto de poder, sino a la construcción de un modelo político que tiene pocos detractores en la provincia.
Por la vía contraria de Rodríguez Saá corre el mandatario cordobés, Juan Schiaretti, que ha sido acusado de traición por la dirigencia peronista en repetidas ocasiones. Es conocido que su apoyo se fugó hacia Mauricio Macri en todas las ocasiones en las que debió optar y esa circunstancia hizo que su adscripción peronista sea hoy puesta en duda. El “cordobesismo” que diseñó José Manuel de la Sota –su mentor y jefe por años- no fue honrado por Schiaretti, ya que aquel se encontraba armando la opción de lo que después se convirtió en el Frente de Todos cuando encontró la muerte en un accidente en la Ruta 36, el 15 de septiembre de 2018. En cuanto le tocó asumir la presidencia del PJ cordobés, Schiaretti desarmó todo lo que había construido de la Sota y se pasó con armas y bagajes a la opción que encarnó Macri. Su destino es, hoy por hoy, incierto.
Existe un grupo de cuatro gobernadores cuya referencia política es la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, que además cultivan una buena relación con el presidente. Son los gobernadores Axel Kicillof (Buenos Aires); Alicia Kirchner (Santa Cruz); Gustavo Melella (Radical Forja-Tierra del Fuego) y Jorge “Coqui” Capitanich (Chaco). Se van a mantener alineados tras la conducción del presidente, pase lo que pase.
El gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, es otro caso singular en la alianza gobernante. Su esposa, Claudia Ledesma Abdala, es la presidenta Provisional del Senado y, por lo tanto, la tercera persona en la sucesión presidencial. Zamora fue antes un “radical k” y hoy es un “peronista por adopción”, que gobierna la provincia desde 2005, menos el interregno en su esposa lo reemplazó, entre 2013 y 2017. Es cercano al presidente, aunque se apoya políticamente en la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Hay tres gobernadores que no poseen terminal nacional: Oscar Gutiérrez (Neuquén); Arabela Carreras (Río Negro) y el massista Gustavo Sáenz (Salta). Gutiérrez lidera hoy el partido que crearon en 1961 los hermanos Amado, Felipe y Elías Sapag, que gobernó ininterrumpidamente la provincia desde entonces, excepto en los períodos de interrupciones democráticas por golpes militares. Aun así, Felipe Sapag fue gobernador entre 1970 y 1972, ante el ofrecimiento del dictador Juan Carlos Onganía.
El poder del presidente se basa en su interacción, en primer lugar, con su vicepresidenta y constructora de los cimientos del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. Detrás de esta fuerte construcción se ubican Sergio Massa y Máximo Kirchner. Este último pasó de ser un avezado piloto de Play Station a ser el jefe del bloque mayoritario del Congreso y el principal negociador con los demás bloques.
Sáenz es un alquimista. Acompañó a Sergio Massa como candidato a vicepresidente en 2015 y en 2019 llegó a la Gobernacíón de Salta aliado con el Pro y con el Partido Fe de Gerónimo Venegas, el fallecido líder de los peones de campo que acompañó a Mauricio Macri durante su carrera política.
El caso de Carreras es fruto de otra alquimia. Su mentor es el actual senador Alberto Weretilnek, que llegó al Palacio de Gobierno en 2011, como vicegobernador de Carlos Soria y que tras el asesinato de éste a manos de su esposa asumió como gobernador por dos períodos. Weretilnek lidera el partido provincial Juntos Somos Río Negro.
El presidente de la Cámara de Diputados cuenta –además del salteño Sáenz- con otros dos gobernadores aliados: Oscar Herrera Ahuad (Misiones) y Mariano Arcioni (Chubut). Hoy por hoy, ambos de alinean con la Casa Rosada.
Los mandatarios de la oposición son Rodolfo Suárez (Mendoza); Gerardo Morales (Jujuy); Gustavo Valdéz (Corrientes) y Horacio Rodríguez Larreta (Ciudad de Buenos Aires). Los tres primeros son radicales en ebullición, tras el fracaso de la experiencia Juntos por el Cambio. Esta circunstancia los devolvió a recuperar su status radical, aunque aún no se dieron cuenta. La supervivencia de Rodríguez Larreta tras la debacle macrista se explica en el sólido anclaje que logró el Pro en la ciudad, que resistió los avatares nacionales. Todos ellos coaligados, se empeñaron en terminar con el ASPO como método, hasta ahora con resultados catastróficos en sus provincias, lo que pone peligro la continuidad del proyecto que protagonizaron en 2015.
La verdad en la política: entre el palacio y la calle
Las alianzas políticas descriptas, tanto oficialistas como opositoras, demostraron ser eficientes en las peleas de superestructura, pero no sirven para gobernar fuera de los palacios en los que desarrollan sus acciones los cortesanos del poder.
Afuera existe una inmensa y, por momentos, árida estepa en la que transcurre la vida real, la que protagonizan los argentinos de carne y hueso. Allí, el peronismo se estructura como un movimiento tan real como los hombres y mujeres que lo conforman. Allá afuera, las voces argentinas no repiten las palabras que publican los medios del poder. Allá afuera, la gente vive con grandes privaciones materiales y muere de hambre, de bala, de soledad, de pobreza y de injusticia.
Esos argentinos, que en estos días no se movilizaron porque eligieron el camino del trabajo –cuando lo tienen- y el aislamiento que protege sus vidas y las vidas de sus familias, están representados por los movimientos sociales y por los sindicatos, además de sus expresiones político-partidarias. No hay clase media de Barrio Norte allí. Ellos tienen otras necesidades. Para los más pobres de ellos son los planes sociales, que son mucho más baratos que los choripanes que comen los Vicentín, los amigos de Toto Caputo y los veraneantes del “divino” verano europeo.
En ese medio, aparece la pelea territorial y por eso son importantes los gobernadores y los intendentes. Porque los territorios de la estepa a menudo son cooptados por las mafias y por la policía, que a veces son lo mismo, porque los uniformados también desarrollan sus negocios ilegales en el mismo terreno que aquellos a los que supuestamente deberían reprimir.
Desde que en 1976 el Estado decidió ausentarse de todas las zonas periféricas de todas las ciudades –que son el hábitat de los despojados de sus derechos-, creció, paralelamente la concentración de la producción industrial, los negocios financieros y la especulación inmobiliaria, que expulsó a estos “negros” fuera de las urbanizaciones y los condenó a ser “trabajadores cansados”, que deben viajar entre una y tres horas para ir al trabajo y el mismo tiempo para volver a casa. Para colmo, si no les pagan peaje a las mafias barriales pueden morir por el camino.
Esa realidad de guardarse en sus propios barrios en la medida de lo posible, por lo que no se manifestaron en estos días, por lo apuntado más arriba: la supervivencia los conmina a quedarse en su zona si no tienen que salir a ganar el pan. Por esta razón, la realidad paralela en la que viven los manifestantes que al ser escrita esta crónica se mantenían en las puertas del Congreso, es difícil de describir. Estos estómagos llenos no guardan empatía con los necesitados. Por eso los llaman “choriplaneros” o “planeros” a secas, siempre con el mismo desdén.
De todos modos, sólo el avatar de la pandemia mantuvo aislados a los desfavorecidos habitantes de los barrios populares. Cuando pasen las infecciones, los excluidos reclamarán su parte de la torta nacional. Y ahí no habrá grititos de histeria, ni opositores indignados que intenten capitalizar la protesta. Con ellos va a haber que negociar en serio. El sistema de prebendas extremas para los poderosos que legó a la Argentina Mauricio Macri, que profundizó la pandemia, es un enorme obstáculo que sólo el peronismo puede superar.
No existe otro interlocutor válido en nuestro país. Por esta razón, las intrigas palaciegas a la que son tan afectos algunos líderes políticos no servirán para nada. Cuando el pobrerío muestra el verdadero rostro de la indignación, todas las preguntas deben ser reformuladas. Y respondidas.