El expresidente Mauricio Macri reapareció en los medios inmediatamente después de que se desconcentraran los que manifestaron su descontento con el Gobierno, el lunes último. Al salir a hablar cuando la calle estaba aún caliente, dejó en claro su intención de capitalizar la protesta y de convertirse en el vocero de los “indignados”.
Analizar su discurso es volver a empaparse de los mismos preceptos que desarrolló durante sus cuatro años de mandato. Esa peligrosa nostalgia, ese revival constante, deja saber que aún –en alguna parte de su alma- no abandonó la Casa Rosada. Quizás hasta se quedó –virtualmente- a vivir allí.
Las culpas, afuera!!
Lo primero que comunicó el expresidente es la teoría de que la que verdaderamente gobierna es Cristina Fernández de Kirchner. Al denunciar que “el peronismo está secuestrado por Cristina Fernández de Kirchner hace más de 10 años y eso significa que el peronismo ha sido cooptado por la irracionalidad. Si el peronismo no resuelve ese problema es muy difícil sentarse en una mesa para poder acordar” anunció, dejando en claro que su intención es la de fogonear una acción opositora radicalizada y sin matices.
“Si el peronismo no resuelve ese problema…” significa que toda su responsabilidad política pasa a estar más allá de sus posibilidades. El uso de la conjunción condicional ”si” denota su intención de poner condiciones. Sería ésta una situación casi ideal, para el caso de que el propio Macri lograra moldear al partido gubernamental a la medida de sus propias necesidades. Peor aún. Si el oficialismo no lo aceptara, de Alberto Fernández y compañía pasaría a ser la culpa del fracaso del diálogo.
Esta otra característica de situar siempre el problema por fuera de su esfera, se repitió más adelante, cuando se lamentó porque “como presidente nunca debí haber delegado la negociación política. Estuve muy concentrado en la gestión y tendría que haber puesto foco ahí, porque claramente se jugaba mucho en Argentina. Nunca llegamos a los acuerdos que se necesitaban para transformar la Argentina. Igual, dudo que hubiera llegado a mejores resultados, porque hoy se ve que el peronismo está secuestrado por Cristina Fernández de Kirchner”.
En este extraño párrafo, Macri, haciendo gala de un cierto desenfreno intelectual, se desentendió de toda responsabilidad por su incapacidad para doblegar al peronismo, echándole la culpa de ello a los “filoperonistas” Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, que conforman el ala moderada del Pro. A ellos les atribuyó no haber convencido al Justicialismo de que debía apoyar sus reformas de tipo liberal, que iban en contra de las que había realizado ese mismo partido durante doce años.
Algo no cuaja aquí, en estos términos, quizás porque es casi imposible que lo que ayer fue, mañana ya no lo sea más, como por arte de birlibirloque. Para todo lo que hace un Gobierno hay razones políticas, ideológicas o una operación para resolver conflictos de intereses y en este terreno es en el que los bloques políticos se diferencian. Si esto no se entiende, no hay solución. Jamás Frigerio, Monzó ni nadie podría hacer cambiar de idea al peronismo. Era una tarea que estaba por fuera de sus posibilidades, porque lo que el peronismo hizo antes es lo que está en su ADN.
Banderas en mi corazón
Al explicar el banderazo, Macri apeló a la confrontación, porque afirmó que se realizaba para “que el gobierno pare de atropellar o intentar atropellar las instituciones y se restablezca la normalidad en el país”. No está mal confrontar, pero en los hechos no se ve que existan ataques ni contra la democracia, ni contra la Justicia, ni contra la libertad, ni contra las instituciones, por lo que pareciera que el expresidente intenta forzar el sentido de las palabras. Una especie de “fórceps gramatical”.
A Macri siempre se le dio bien asumir el papel de víctima de un oscuro y siniestro ser, encarnado por el peronismo. A veces logró representar bien su papel, pero en ocasión del fin de su mandato, la sobreactuación se volvió en su contra, como un malvado boomerang.
De la defensa al ataque
En otro tramo de su exposición –ante un hierático Joaquín Morales Solá, casi mudo, por momentos-, el expresidente describió con horror de qué manera “después del espectáculo terrible de diciembre de 2017 cuando el massismo y el kirchnerismo colapsaron el Congreso, entramos en una actitud defensiva. Perdí la capacidad de escuchar a la gente. Dejé de visitar a la gente en su casa, en su trabajo. Y dejé de explicar por qué estaba pasando cada cosa. Y esa combinación hizo que un porcentaje de la sociedad dijese, esto no va, volvamos para atrás. Recién recuperé esa capacidad de volver a comunicarme ese 24 de agosto histórico, cuando me vinieron a buscar para decirme que tenía que seguir”.
Las explicaciones sobre su actitud serían abstrusas, por lo que nos abstendremos de profundizar, pero: ¿se deprimió el presidente en aquellos momentos? ¿perdió la motivación? ¿volvió a la vida cuando llegó a sus oídos el Operativo Clamor? Algunas veces, no hay que explicar demasiado.
No habrá más penas ni olvido
Luego, el expresidente, sin reparar en que la crisis de la pandemia resultó agravada por algunos resultados de su política económica, se mostró partidario de que “la prioridad es terminar de salir de esta pandemia, poner en marcha el país y resolver la angustia de la gente. Comparto su angustia por sus empleos, por el futuro. Me entristece que haya jóvenes que se quieran ir del país. Los jóvenes no se quieren resignar a la mediocridad. Quieren tener una oportunidad de progresar y de ser parte de la modernidad, de la revolución tecnológica. Les tenemos que dar esa oportunidad. Los necesitamos acá”. En todo tiene razón, pero su elección fáctica de favorecer al sector financiero y al de los servicios públicos y de retrotraer al mercado interno a un nivel similar al de 10 años atrás, conspiró seriamente contra todo lo que expuso con esas palabras.
Una parte importante de la actitud habitual de Mauricio Macri, que se traduce en echar las culpas hacia otros, tuvo que ver –según él- con que “cuando asumimos encontramos que el Estado estaba quebrado. Tuve el dilema de decir esa cruda realidad o apostar a la esperanza que había nacido para reconstruir el país. Hoy creo que me equivoqué. Los esfuerzos que se sucedieron agotaron a la ciudadanía y los entiendo”.
“Si el peronismo no resuelve ese problema…” significa que toda su responsabilidad política pasa a estar más allá de sus posibilidades. El uso de la conjunción condicional ”si” denota su intención de poner condiciones. Sería ésta una situación casi ideal, para el caso de que el propio Macri lograra moldear al partido gubernamental a la medida de sus propias necesidades. Peor aún. Si el oficialismo no lo aceptara, de Alberto Fernández y compañía pasaría a ser la culpa del fracaso del diálogo.
Tomar deuda es bueno
Lo más extraño que se pudo escuchar de boca del exmandatario fue que “dos de cada tres dólares que nuestro gobierno tomó fueron para pagar deudas del gobierno anterior. El otro dólar fue para financiar el déficit”, algo que no ocurrió nunca antes. El Estado, si no se puede financiar a sí mismo, es un estado fallido. Un Estado toma deuda para realizar grandes obras, para las cuales busca financiamiento externo o interno. Pero si debe buscar dinero para los gastos corrientes, entonces, el fracaso es precisamente ése.
“No me veo como candidato”
Una de las definiciones más dramáticas de Macri tuvo que ver con la política y fue algo confuso. Primero afirmó que “trabajo en silencio para fortalecer Juntos por el Cambio, que siempre fue un lugar de diversidad. Con Lilita y con el radicalismo tenemos una tarea maravillosa, un trabajo en conjunto muy bueno”. Esto viene a cuenta porque Carrió estaría trabajando en las cercanías del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que sostiene una relación casi nula con Macri.
Quizás por esto es que el expresidente pareció estar en busca de un sucesor y allí entraría en carrera Rodríguez Larreta, contra su voluntad, ya que lo ve demasiado cercano a Alberto Fernández. Por esta razón, Macri abrió el juego hacia todos lados al continuar afirmando que “es muy importante seguir consolidando nuevos liderazgos, porque la fortaleza de Juntos por el Cambio es tener dirigentes con peso. Hoy hay muy buenos liderazgos en nuestro espacio. Muchos dirigentes valiosos con ganas de crecer y de aportar al país y para mí eso es un valor fundamental”.
Luego, remató el tema puntualizando que “no me veo como candidato. Me siento cómodo en esto de acompañar a los que tienen vocación de liderar y ayudarlos a crecer”, dejando la puerta abierta a las figuras ascendentes, aunque subrayando además que no se considera fuera de la conducción de Juntos por el Cambio, adonde casi nadie acepta su liderazgo fuera del Pro, su partido, que fue hecho a su imagen y semejanza y en el cual se siente confortable.
Un Gobierno increíble
Finalmente, se dedicó a cuestionar al actual Gobierno. Comenzó por lo más sensible, al afirmar que “el gran problema que tiene hoy el gobierno es la destrucción de la credibilidad. Todos teníamos la esperanza de que el kirchnerismo iba a demostrar un aprendizaje e iba a hacer algo distinto, pero cuando empezó de vuelta a atropellar las instituciones eso destruyó la credibilidad”, volviendo al tono de la campaña 2015, que tanto rédito le otorgó. Allí radica su nostalgia, su actitud de continuar con la estigmatización, que es un recurso que no siempre da resultado. Hoy le es más útil a sus opositores cuestionar al Gobierno de Cambiemos, que a Macri criticar a Fernández. Los resultados cuentan a la hora de analizar la realidad.
Lo inexplicable llegó a continuación, cuando Macri definió que “sin un presidente que defienda la constitución no hay futuro. La principal tarea como presidente de la república durante mis cuatro años fue defender la Constitución Nacional”. Esta afirmación es, cuando menos, cuestionable a la luz de las numerosas causas por espionaje que involucran al exmandatario, que se están ventilando en la Justicia por estos días. Más aún, cuando afirmó que “en nuestros cuatro años había otra cultura del poder y había otra forma de convivir.
Para el final quedó el tema de la cuarentena, a la que calificó como “muy dañiña” y que “afectó severamente nuestras libertades y nuestra forma de vida, sin ningún resultado a la vista” y concluyendo que “estamos entre los peores países en términos de resultados sanitarios”.
Finalmente, exigió que “esta cuarentena tiene que parar. Tenemos que normalizar el país, confiar en nuestros médicos y confiar en la responsabilidad social de nuestra gente argentina responsable”. En este punto, los médicos fueron precisamente, los que recomendaron instaurar la cuarentena, aunque ahora, que muchas menos restricciones que al principio, hay más de 10.000 contagios y más de 300 muertos cada día.