Después de haber realizado la peor elección de su historia en la Ciudad de Buenos Aires, los radicales se encuentran en estado de asamblea permanente. Hacia el interior del centenario partido, el estado de ánimo de los afiliados fluctúa entre la furia contra los sectores a los que consideran responsables de la decadencia partidaria y la indiferencia que profesan quienes se resignan a dar todo por perdido.
En el tercer sector, el de los pragmáticos, militan los que se proponen a sí mismos como los que "van a sacar adelante a la UCR". Entre éstos existen dos grupos que intentarán izar hasta el tope del mástil la figura de Enrique Olivera. Uno, que lidera el ex senador nacional José María García Arecha, tiene como protagonistas además a Horacio Sanguinetti, a María Sáenz Quesada y a Daniel Larriqueta.
El otro grupo está encabezado por el ex diputado José Bielicki y se reúne una vez por mes en el restaurante Lalín, casi una sucursal del Comité Nacional de la UCR. Éstos se llaman a sí mismos Grupo Progreso y suelen convocar al ex senador Adolfo Gass, al ex gobernador bonaerense Alejandro Armendáriz, a la ex vicegobernadora Elba Roulet y a la ex diputada Nélida Baigorria.
Por ahora, ambos grupos se reúnen por separado, pero tienen en común, además de adherir al liderazgo del ex presidente del Banco de la Nación Argentina, un elemento: se encuentran muy lejos de estar en condiciones de acumular poder dentro de la Unión Cívica Radical. Por esta razón, el armado político que tienen intención de realizar -en estos tiempos en los que la palabra es "transversalidad"- merodeará el "panradicalismo". Éste es un difuso término que intenta englobar a los radicales que se quedaron dentro del partido y a los que protagonizaron la diáspora de los últimos años. Entre éstos se incluyen los que se fueron por la banda derecha, hacia Recrear para el Crecimiento, tras los pasos del "gurú" Ricardo López Murphy y a los que migraron hacia el ARI por la banda izquierda, tras el discurso "progresista" de Elisa "Lilita" Carrió.
Este armado ya intentó construirlo Olivera para las últimas elecciones para jefe de Gobierno porteño, con muy escasa fortuna. En esa ocasión, tanto los seguidores de "Lilita" Carrió -que hizo una efímera alianza con el actual jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra-, como los de Ricardo López Murphy prefirieron mantenerse dentro de sus respectivos destinos tras la diáspora, antes que emigrar nuevamente, esta vez hacia la propuesta tardía de Olivera. Es que abandonar una identidad política es un desgarramiento, pero hacerlo en dos oportunidades en un lapso tan corto de tiempo es casi un salto al vacío.
La estrategia de Olivera apunta a ser diputado en el 2005, como un trampolín hacia su candidatura a la Jefatura de Gobierno en el 2007. El ex presidente del Banco Nación prevé que sus rivales en el escenario del 2005 serán, en primer lugar, Mauricio Macri -con quien debería competir por los electores del centro político-, además de la alianza que aglutina a los seguidores de Ibarra y del presidente de la Nación. Inclusive, imagina derrotados a los dos líderes a los que pretende "limarles" su electorado: "Lilita" Carrió y Ricardo López Murphy. Olivera piensa que de todos los sectores aportarán a su figura, posiblemente presa de un repentino ataque de romanticismo decimonónico.
Ocurre que el electorado de sus rivales, que el ex jefe de Gobierno provisional pretende carcomerles, estaría por ese entonces medianamenmte consolidado, a no ser que una desastrosa gestión de gobierno de Ibarra, o de Kirchner,o de ambos arrojara en sus brazos a los progresistas, o que una eventual serie de torpezas políticas por parte de Macri lograra un efecto similar. Si éste fuera el único método de acumulación que se plantea Olivera, flaca sería su suerte en el año 2005. Es difícil que existan electores suficientes como para partir el voto de la derecha moderada -el único que le quedaría- entre tres candidatos, a saber: Mauricio Macri, Ricardo López Murphy -con su socia porteña, Patricia Bullrich, que será una implacable opositora- y el propio Olivera.
Se descuenta, por otra parte, que la conducción oficial de la UCR no se cansará de mostrale los dientes, habida cuenta de que ese electorado es la primera fuente en la que intentarán abrevar Olivera y sus correligionarios. Además, a esto habría que sumarle que Cristian Caram, cuando Olivera estaba pensando en ingresar al terreno electoral, le ofreció cederle su lugar como candidato a jefe de Gobierno por la UCR. Olivera declinó tan amable ofrecimiento, convencido de que tampoco él lograría "mover el amperímetro" radical. Desde entonces, en las cercanías del edificio de Tucumán al 1.600, el apellido del ex presidente del Banco Nación no despierta adhesiones masivas, precisamente.
En este panorama, Olivera deberá lidiar con incontables inconvenientes, el principal de los cuales será el de definir qué sectores del electorado serán su objetivo. Sea cual sea éste, deberá abrirse paso combatiendo metro por metro.