Horacio Rodríguez Larreta (en adelante Larreta) tuvo un año impensado para él. Primero, como todo gobernante al que le tocó lidiar con la pandemia, por todo lo que ella implicó desde el punto de vista de la salud de la población, de la gestión con vértice en ese sector, del cambio de hábitos de una ciudad de ritmo siempre picante y del deterioro de casi todos los sectores del comercio.
Además, por el golpe durísimo de perder 150 millones de pesos por día por el recorte de la coparticipación (tema que analiza en este momento la Corte) y también, por qué no decirlo, por la entrada anticipada al ring de las peleas estelares, sobre las que se enfocarán todas las luces en el 2023, pero que el destino le anticipó, quemándole el cronograma inicialmente previsto para el año entrante, porque queda mucho todavía.
Todas las fases de la pandemia, desde marzo hasta ahora, fueron trasmitidas en cadena nacional, con Larreta sentado y hablando al lado del presidente de la Nación. Esta posición le otorgó al jefe de Gobierno el status de “jefe de la oposición”, que era una de las variantes que buscaba el Gobierno con esa exposición, mientras a su vez consolidaba la imagen de la amplitud.
Si bien entendía que todo esto sucedía a destiempo, Horacio, así llamado por su nombre, no deja de ser, además de un obsesivo en casi todo, un realista absoluto. Y ya no valía la pena pensar si era bueno o malo estar en ese lugar y en ese momento, sino poner al equipo a diseñar qué hacer en la etapa que se les vino encima de repente. Era muy temprano para confrontar con los sectores más duros, pero la escena era muy difícil de ser rodada con malas compañías.
Y así sucedió. En Juntos por el Cambio, como en la coalición de gobierno empezaron a surgir diferentes tribus con diferentes concepciones, no sólo puertas adentro del PRO, sino también en la relación con los socios radicales y de la Coalición Cívica.
Larreta, muy a pesar suyo, ya se dio cuenta de que los tiempos de las grandes ligas no los maneja ni él ni nadie, en la vorágine de este país. Que a duras penas puede sostener -y con mucha disciplina- la velocidad crucero del gobierno porteño, esquivando los palazos que le llegan, principalmente desde el Instituto Patria y la Cámpora.
Ése es su verdadero problema a futuro, porque ya lo identificaron como el enemigo y no debe agrandarse para su objetivo ese espacio adverso. El fuego amigo, si bien es más intenso que en anteriores ocasiones, lo muestra aún como un buen tiempista a la hora de contener a sus aliados dentro del redil, pero hay una sola excepción que desvela en silencio a los dirigentes pura sangre del larretismo. Alguien del que todos –salvo Larreta y Santilli- tienen poca información, ya que su escasa exposición pública le aumenta el capital que da la sorpresa en la política. El conocimiento ya lo tiene: 9 de cada 10, más incluso que Horacio. Y esa persona tiene nombre y apellido: María Eugenia Vidal.
Mariu, así le dicen, es una leal amiga de Larreta, – sentimiento que es recíproco- y con él compartió buena parte de su carrera política, incluso mantuvo el vínculo bien arriba en los tiempos en que los dos gobernaban.
Qué va a hacer Vidal con su vida política es una pregunta que nadie puede contestar en el universo opositor y eso genera distintos rumores y escenarios, en algún punto indescifrables, para los que manejan hace ya tiempo el plan Horacio Presidente.
Es cierto que falta mucho, que antes hay un 2021 que ya se está jugando con las cartas debajo de la mesa y en el que la dirigente deja que corran todas las versiones sin el apuro de tener que participar para seguir camino. Aparece cada tanto con cara de póker en algún zoom de la dirigencia o con fotos familiares y mundanas de su vida recuperada a partir de la dura derrota electoral y también de su nueva pareja.
Larreta, muy a pesar suyo, ya se dio cuenta de que los tiempos de las grandes ligas no los maneja ni él ni nadie en la vorágine de este país. Que a duras penas puede sostener -y con mucha disciplina- la velocidad crucero del gobierno porteño, esquivando los palazos que le llegan, principalmente desde el Instituto Patria y la Cámpora.
Vidal está hoy más cerca de Larreta que de Macri en su posición política. Eso es obvio. Y no se siente cómoda con el sector ultra macrista que apuntala Patricia Bullrich. Los rumores que la acercan a la Ciudad o a la Provincia tienen más que ver con las necesidades de otros que con las suyas, aunque por supuesto que CABA es un territorio querido, conocido y donde puede llegar a tener nuevamente un muy buen desempeño. Ella lo sabe y no tiene apuro en tomarlo o dejarlo. Es un plan seguro, casi con garantía. Cero desafío.
El desafío de gobernar en el futuro la Provincia no es quizás lo que más le seduzca ahora a la exgobernadora. Quienes la conocen dicen que ya no tiene mucho más para dar que lo que dio en su mandato, aunque insisten en que nada está descartado. Por eso, mantiene contacto con los dirigentes de su espacio, ya que llenó la Legislatura provincial con los propios.
Vidal, al igual que Larreta, también puede pasar sin jugar explícitamente en este turno electoral para luego, viendo los resultados de la apuesta, asistir ambos a un nuevo escenario en el cual los viejos socios podrían llegar a ser pares a la hora de discutir candidaturas mayores.
Vidal, en general, calla o habla lo justo. Tiene un panorama muy amplio de propuestas, pero debe armar bien el escenario en el que algunos ya hablan de “vidalismo” si lo que existe cerca del centro del mapa a ella no le convence. Mientras Larreta -que corre con una amplia ventaja hoy- la contiene alineada, tendrá que pensar con ella que a veces lo mejor para todos puede ser una mala idea a futuro.
La realidad es que ambos se llevan muy bien y ya debe estar acordado entre ellos resolver el dilema en base a las circunstancias de cada momento. Habrá tensiones, sin duda.
En el 21 y en el 23. Y lo que existe es un aroma que llega, que es de sabor nacional en la cabeza de ambos, de una charla íntima que defina quién se sube al primer escalón del podio, porque la vida y la política siempre traen sorpresas y eso también ambos lo saben y se respetan.