Al cumplirse un año de gobierno, la coalición de gobierno es uno de los temas recurrentes para los analistas y formadores de opinión, también los mismos políticos, ya sean éstos pertenecientes al gobierno o a la oposición.
El abordaje al tema cuando de atacarlo se trata, tiene un único misil y pasa inevitablemente por la influencia de la vicepresidenta Cristina Fernández en el gobierno nacional.
Desde la Casa Rosada intentan siempre mantener lo más acomodado posible a los melones dentro del camión. Pero más de una vez salta alguno por el aire y los interrogantes empiezan de nuevo, como si fuera un sinfín grabado, siempre con la misma melodía.
La cuestión es bastante sencilla, a pesar del debate. Y hay que remontarse al inicio de esta movida política que involucra a dos Presidentes (CFK y el actual) y a un tercer hombre como Sergio Massa, que no niega que ésa es su ambición y está tratando de no equivocarse en los tiempos y en las decisiones que va tomando en esa senda.
El peronismo es sinónimo de poder político en la Argentina, para bien o para mal y esa es una de las razones por las cuales mantener el redil unido es una de las claves de acceso. Si la unidad constituye un valor en la política -y eso se destaca sobre todo en los sistemas parlamentarios, que son los creadores de las coaliciones-, en el peronismo es una ley a todas luces y una de las claves de su vigencia a lo largo del tiempo.
Y por la apuesta a su división o a su unidad pasa buena parte de la historia argentina contemporánea. Son varias las movidas que confirman esta regla, pero quizás la magistral jugada táctica de Eduardo Duhalde del 2003 sea la que mejor puede ilustrar ese concepto. Para derrotar a Menem, forzó con precisión matemática un ballotage, dividiendo el escenario que encumbró –aun perdiendo- a Néstor Kirchner, cuando el riojano era absolutamente incapaz de sumar un voto más en el mismo.
Y hablando de los Kirchner, es bastante obvio que alguien que fue dos veces Presidenta de la Nación como Cristina tiene absolutamente claros los resortes del poder en la consola del Ejecutivo. Más aún, desde la posición de custodia y generación que posee hoy en la Presidencia del Senado. Justamente ella, que no dudó en presionar la botonera con pasión en los temas claves durante su gobierno, de la misma manera que descartaba la mitad de la misma porque la agenda no le interesaba.
Y también es casi obvio que quien realiza una concesión tan importante para que el conjunto llegue al poder trate de rescatar luego su cuota-parte del proyecto que ella misma ideó. Fácil de entender. Pero para algunos difícil de tragar.
Sabía Alberto que iba a ser así y también lo sabía Massa, un jugador clave en la elección que le dio credibilidad, perfil distinto y volumen político a la propuesta del Frente de Todos en 2019. Y también él pasó por caja, pero claro, no es de apellido Kirchner ni tampoco el mayor accionista del proyecto y, por el momento, juega en el medio del campo, lejos de los arcos mientras entiende que el empate les sirve a todos.
Alberto es Presidente y de eso no hay dudas en su accionar, en el que mecha aciertos y errores por igual. Como suele decir, no es el escenario que él hubiera elegido, pero la pandemia lo obligó a gobernar un país en un momento resbaladizo, sin señales en el camino, con malas condiciones para casi todo, con una herencia pesada y un mundo que todavía no logra arrancar. La pandemia sigue marcando la agenda en todos lados, con menor o mayor fuerza.
Los que viven criticando la relación entre Alberto y Cristina lo hacen porque ésa es su política, no porque no entiendan qué es lo que pasa. Sí, hay diferencias como en cualquier coalición. También es cierto que la pandemia trajo un año tremendo en todos los ámbitos y que generó una gestión tan gris como focalizada en solo un par de temas. Muy poco.
La coalición tiene disconformes en todas partes: en el núcleo albertista, que existe aunque lo nieguen y se quejen de las operaciones; en el Instituto Patria, adonde ven en Alberto casi como un reformista light; en la Cámpora, que maduró de golpe para aprovechar mejor esta situación, pero a veces la ideología de las segundas líneas los traiciona y, finalmente, también en el massismo, aunque aquí entendieron mejor que nadie desde el pragmatismo qué se ganaba y qué se perdía al subirse a este tren.
En la coalición todos tienen claro qué significa estar con el otro, intuyen las reacciones de cada movimiento que realizan, tratan de que la cuerda no se rompa nunca y que los disconformes de Todos no logren masa crítica para poner en riesgo al conjunto.
Los que viven criticando la relación entre Alberto y Cristina lo hacen porque ésa es su política, no porque no entiendan qué es lo que pasa. Sí, hay diferencias como en cualquier coalición. También es cierto que la pandemia trajo un año tremendo en todos los ámbitos y que generó una gestión tan gris como focalizada en solo un par de temas. Muy poco.
Finalmente, la coalición que gobierna tiene las mismas contradicciones y acuerdos que cualquier peronismo unido. Muerto el líder, siempre fue así y en algunos momentos de la historia –con Perón vivo- los balazos definían las diferencias internas. El carácter movimientista convive desde siempre con esa condición.
Conformar a todos los sectores en un plan de desarrollo no es para todas las épocas ni para todos los gobiernos. La historia ya está escrita y se puede aprender de ella. Sería razonable ser más tolerantes con esta gestión que – aunque con luces bajas- recién empieza.