A un cuando los votos fueron transversales, la aprobación del proyecto que prevé la interrupción voluntaria del embarazo legó una sensación de triunfo mayor en el oficialismo que en la oposición.
En paralelo, y gracias a la ayuda de una docena de aliados, el Frente de Todos también aprobó la nueva movilidad jubilatoria, que confirma un ajuste para 2020 y abre dudas para el 2021. ¿Estas votaciones cierran así un año parlamentario de derrota para Juntos por el Cambio? ¿Cuál es el balance político de la principal fuerza opositora?
Las lecturas, como siempre en política, puede ser varias, pero vale ir de lo macro a lo micro. El primer balance positivo para JxC, si uno se remonta al cimbronazo que significó la derrota electoral, es haber mantenido la unidad. Esto se refleja sobre todo en el Congreso, donde los interbloques suman 115 diputados y 26 senadores.
En la Cámara baja, esto le alcanza para evitar fácilmente que el oficialismo llegue a los dos tercios y hasta queda cerca de obligarlo a negociar el quórum. En la Cámara alta, su bancada bloquea esa mayoría especial que suele ser necesaria para los temas más sensibles, como los vinculados con la Justicia.
Como quedó claro en el comienzo de esta nota, esta relación de fuerzas no le alcanza a JxeC para frenar los proyectos más sensibles del Gobierno, sobre todo porque Sergio Massa supo construir bloques aliados, presuntamente independientes, que terminaron funcionando en la práctica como aliados K. Allí figuran peronistas, lavagnistas e incluso algunos ex Cambiemos.
De todos modos, en la oposición entienden que la unidad es lo que sigue alimentando su fortaleza. Aún en minoría.
A nivel político, la discusión es más amplia. La crisis sanitaria y económica produjo dos movimientos, en algún caso encontrados. Por un lado, los números del nuevo Gobierno le dieron un mínimo de oxígeno a Mauricio Macri y a los duros, que se animaron a reivindicar una gestión que, como dejaron claras las urnas, había defraudado a la mayoría. Y estos grupos forzaron y fuerzan una pelea a fondo con el Gobierno. Son los impulsores del modelo grieta.
Además del ex mandatario, sobresalen allí la presidenta del PRO, Patricia Bullrich e incluso algunos radicales, como el titular de la UCR, Alfredo Cornejo. Creen que esa tensión terminará forzando a la sociedad a volver a elegirlos.
Los números del nuevo Gobierno le dieron un mínimo de oxígeno a Mauricio Macri y a los duros, que se animaron a reivindicar una gestión que, como dejaron claras las urnas, había defraudado a la mayoría. Y estos grupos forzaron y fuerzan una pelea a fondo con el Gobierno. Son los impulsores del modelo grieta.
Del otro lado, el emergente más claro es Horacio Rodríguez Larreta. El jefe de Gobierno ya tenía pensado avanzar en su plan 2023, pero la pandemia adelantó los tiempos. Por un lado, le otorgó una centralidad y popularidad muy alta, por su gestión para combatir el covid. Por el otro, el kirchnerismo, con Cristina a la cabeza, lo eligió como el enemigo a vencer, muy anticipadamente. Esto, si bien alimentó también la centralidad y le dio proyección nacional, obligó al jefe de Gobierno a confrontar de un modo que él suele rehusar.
En esta puja interna sobre cómo pararse frente a la polarización, Larreta –más María Eugenia Vidal e incluso Elisa Carrió- creen que la coalición opositora debe ampliarse hacia el centro para ganar en unos pocos años la elección presidencial.
Simplificado por un dirigente cercano al jefe porteño, captar a los tres grupos de desencantados que van cambiando su voto: a los de Cristina (2007-2015), a los de Macri (2015-2019) y a los que va generando Alberto Fernández (2019-2023).
El 2021, año electoral, se descuenta que acentuará la puja en la oposición. La conformación de las listas y el discurso de campaña serán la primera definición. Y el resultado, un termómetro clave pensando en la pelea mayor.