En la semana en la que comenzó el mes de marzo, la política dio un giro. Comenzó el presidente Alberto Fernández que, al abrir el año legislativo elevó el tono y apostó por profundizar su planteo acerca de los objetivos del peronismo en esta coyuntura.
Fernández definió los alcances de su proyecto de reforma de la justicia, prometió fortificar el mercado interno, seguir con Precios Cuidados y encarar el ímprobo trabajo de equilibrar precios y salarios, una tarea incompleta hasta ahora.
Con una oposición sumida en la táctica Newton Gingrich, el legislador republicano que inauguró en EE.UU. la estrategia de la confrontación permanente, el presidente fue interrumpido una y otra vez por diputados opositores, en especial Mario Negri, que lo apostrofó permanentemente, en tono adolescente, al grito de “son mentiras”.
Dicho esto, es necesario aclarar que la oposición no modificó su ardor confrontativo, sino más bien que el presidente subió la apuesta y comenzó a contestar con dureza, algo que había hecho en pocas ocasiones hasta ahora.
Pero no fueron sus opositores los únicos destinatarios del mensaje del presidente. Los cuestionamientos al Fondo Monetario Internacional denotan que el organismo se muestra duro en las negociaciones, hasta ahora. La propia alusión de Fernández al actual presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver Carone, que como funcionario del FMI fue el hombre clave por su apoyo a las peticiones de fondos por parte del gobierno argentino, dejó en claro que nuestro país utilizará todos sus cartuchos en este pelea.
Fernández también anunció que querellará a algunos funcionarios del gobierno que lo precedió por incumplimiento de los deberes de funcionario público y malversación de caudales públicos, a causa del manejo que hicieron en la toma de deuda en moneda extranjera. En especial los acusó de haber tomado créditos externos sin la imprescindible autorización del Poder Legislativo.
Con esta actitud, lo cierto es que volvió a atraer a muchos de sus votantes, que lo escuchaban con cierta indiferencia en los últimos tiempos, ya que consideran que venía ejerciendo una cierta flaccidez a la hora de castigar a quienes querellaron, metieron presos y persiguieron con saña inusitada a varios funcionarios peronistas, a los que acusaron de corruptos con cierta liviandad –y, hay que decirlo, con ciertas incongruencias documentales- a lo largo de cuatro años.
La relación con la Corte Suprema de Justicia y con el Poder Judicial ocupó el tramo final de su alocución. Propuso una comisión bicameral que se ocupe de la Justicia y la creación de un Tribunal Superior de Garantías que trate los casos de arbitrariedad judicial fueron los puntos que merecieron más minutos en pantalla de periodistas “indignados”. No propuso la ampliación del números de jueces de la Corte, lo que hizo caer una vez más otra noticia falsa que cada tanto invade los programas “clase B”, del tipo Odol Pregunta.
En otros temas, Fernández desplegó peronismo. Habló, además del desarrollo del mercado interno, de que “gracias al acuerdo logrado con los acreedores privados este año, la Argentina se liberó de pagar 12.500 millones de dólares. Si quieren buscar quién paga el costo de ordenar la economía, encuentren allí la respuesta”.
En el mismo camino, advirtió que “no hay más lugar para ajustes recesivos. El programa que se acuerde con el Fondo será enviado al Congreso Nacional para garantizar la sostenibilidad y la transparencia como política de Estado”.
En tono combativo, el presidente recordó que “algunos sectores se han esforzado por generar incertidumbre y desánimo lanzando petardos cargados de falacias. Cuando debimos aislarlos en nuestras casas para recuperar los hospitales públicos que habían sido abandonados firmaron solicitados acusándonos de haber impuesto una infectadura”.
Trajo a colación, no sin algún ánimo festivo, que hubo dirigentes opositores que utilizaron el apotegma “palos porque bogas, palos porque no bogas”. Por eso evocó cuando lo “acusaron penalmente por envenenar a la población cuando dispusimos la aplicación de esa vacuna. Todos ellos, poco tiempo después, para el asombro colectivo, alzaron sus dedos acusadores reclamando que el supuesto veneno que suministrábamos era insuficiente”.
Fernández anunció que querellará a algunos funcionarios del gobierno que lo precedió por incumplimiento de los deberes de funcionario público y malversación de caudales públicos, a causa del manejo que hicieron en la toma de deuda en moneda extranjera. En especial los acusó de haber tomado créditos externos sin la imprescindible autorización del Poder Legislativo.
Para el final, queda el análisis de los dichos opositores. Está claro que siempre deben cuestionar al Gobierno, que deben supervisarlo y pedirle rectificaciones cuando piensan que erra en sus políticas. Pero utilizar el “método Gingrich” es de una imprudencia brutal, porque la hostilidad constante sólo sirve para desestabilizar el sistema, incluso cuando ellos mismos llegan al poder. La prueba es que entre 2015 y 2019, ni siquiera ellos mismos lograron consolidar un proyecto político, que terminó de mala manera.
Bueno sería recordar en este punto que en el método de desestabilización las dictaduras antinorteamericanas que pergeñó el politólogo norteamericano Gene Sharp, que se denomina “Golpe Blando”, la segunda etapa consiste en la deslegitimación del Gobierno, durante la que se manipulan los prejuicios antipopulistas –podrían ser también anticomunistas- y se acusa a los gobiernos de ese signo de “atacar la libertad de prensa y las libertades públicas y de violentar los derechos humanos”. Después, al final perfeccionan el método acusándolo de totalitario y de buscar la “imposición del pensamiento único”.
La campaña, a pesar de la pandemia, ya empezó. Y promete ser más que interesante.
El Gobierno espera que se profundice el crecimiento de algunos guarismos de la economía y que las vacunas lleguen a tiempo. La oposición, por el contrario, va a cargar las tintas sobre la cuarentena “más larga del mundo”, la escasez de vacunas en los distritos en los que gobierna Cambiemos, en que sólo el neoliberalismo es posible y que el populismo “es peor que el Coronavirus”.
Un dato no menor que el discurso de Alberto fue la cordial relación que mostró con su vicepresidenta. Ambos saben que la única garantía de persistir es la unidad del Frente de Todos. Quizás por eso impera tanta moderación en la política gubernamental. Hasta hoy, porque con ella no se ganará. El peronismo, si no llega para resolver los problemas del Pueblo, está acabado.
El último dato de campaña (ver nota aparte “El PJ bonaerense concentra poder y elige a Máximo”, en esta misma edición) tiene que ver con la próxima entronización de Alberto Fernández como presidente del Consejo Federal del Partido Justicialista, que se produciría el 21 de marzo, tras un Congreso partidario, ya que la lista de unidad fue acordada semanas atrás.
Paralelamente, se encuentra en marcha una negociación similar para alcanzar la lista única en el PJ bonaerense, con Máximo Kirchner como presidente. Allí está la clave de la cordialidad aludida dos párrafos antes.
Otra referencia de Fernández muestra la importancia del verbo unir en la mística peronista de estos tiempos: agradeció la tarea de los 24 gobernadores y destacó su importancia. El peronismo es netamente territorial y esa referencia no podía estar, por lo tanto, ausente.