Llegaron en sus transportes de seis ruedas, vestidos con sus uniformes de color verdeoliva, arrastrando sus cañones y haciendo chirriar por las calles las orugas de sus tanques. El sonido de sus botas claveteadas aterrorizaba a muchos ciudadanos, que imaginaban que indecibles peligros los acechaban, sólo al escucharlos.
Pero no venían sólo a matar. La muerte era sólo la tapadera de su plan para regresar a Argentina a la senda de seguir siendo el granero del mundo que alguna vez había sido. Mataban sólo para atemorizar a los disconformes. Según las palabras de su jefe, en realidad buscaban que en Argentina imperara la “economía de mercado” que los sindicatos y las organizaciones del Pueblo seguían negándose a aceptar.
El asalto y la plata llegaron juntos
El mismo día en que asaltaron la Casa Rosada, armados hasta los dientes, el 24 de marzo de 1976, el Fondo Monetario Internacional “premió” a la Argentina aprobando un préstamo de 110 millones de dólares, aunque todavía ningún gobierno había reconocido a la Junta Militar. En realidad, no existía la necesidad de ese empréstito, ya que las cuentas del Estado estaban más o menos ordenadas y la deuda era, hasta ese momento, de 7.800 millones de dólares, lo que significaba que no existía peligro ni de una cesación de pagos, ni existía el augurio de un rojo inminente en las cuentas del Estado.
Lo que ocurría era que, cuando se produjo el Embargo Petrolero, los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) habían elevado fuertemente los precios del crudo hasta casi el doble del valor que regía hasta el 16 de octubre de 1973.
Los enormes flujos de dinero que se trasladaron hacia los países exportadores de petróleo –árabes, africanos y sudamericanos- fueron invertidos en los bancos europeos y norteamericanos, que proveyeron a éstos de grandes masas de dinero que debían ser invertidas. ¿Qué hicieron con esa inesperada liquidez? Salieron a ofrecer créditos a los países en desarrollo, algunos de los cuales –como Argentina- no los necesitaban imperiosamente. ¿Cómo hicieron, entonces, para que éstos los aceptaran? Existen dos métodos para imponer el endeudamiento a un país: la presión y la corrupción. Imagine el lector qué método usó una Dictadura que dejó, como una estela macabra tras de sí, 30 mil víctimas.
Argentina sextuplicó entonces su deuda externa en sólo siete años, sin que este dinero hubiera sido destinado a construir infraestructura, ni a inversiones a corto, mediano o largo plazo. Así, pasó de 7.800 milllones de dólares a 45.000 millones de la misma moneda.
En el mismo lapso de 2.818 días, cerraron 20 mil industrias manufactureras, la inflación trepó hasta el 517 mil por ciento y la pobreza pasó desde el 4,4 por ciento en 1975 hasta el 37,4 por ciento en 1983. Los salarios, que constituían el 48 por ciento del Producto Bruto Interno hacia 1976, se redujeron al 24 por ciento cinco años después.
Paralelamente, la sangrienta dictadura que rigió los destinos de la Argentina estatizó –porque los liberales no son tan antiestatistas como declaman- las deudas externas de 69 empresas. Así se fueron 23 mil millones de dólares, casi la mitad de la deuda total. Entre estas empresas figuran el Grupo Macri, Techint, Fiat, Ford, IBM, Acindar, Celulosa Argentina, Alpargatas, la Compañía Naviera Pérez Companc, Pirelli, Dálmine Siderca, Mercedes Benz, Industrias Metalúrgicas Pescarmona y Esso, por nombrar sólo a algunas.
Los enormes flujos de dinero que se trasladaron hacia los países exportadores de petróleo –árabes, africanos y sudamericanos- fueron invertidos en los bancos europeos y norteamericanos, que proveyeron a éstos de grandes masas de dinero que debían ser invertidas. ¿Qué hicieron con esa inesperada liquidez? Salieron a ofrecer créditos a los países en desarrollo, algunos de los cuales –como Argentina- no los necesitaban imperiosamente. ¿Cómo hicieron, entonces, para que éstos los aceptaran? Existen dos métodos para imponer el endeudamiento a un país: la presión y la corrupción. Imagine el lector qué método usó una Dictadura que dejó, como una estela macabra tras de sí, 30 mil víctimas.
Argentina sextuplicó entonces su deuda externa en sólo siete años, sin que este dinero hubiera sido destinado a construir infraestructura, ni a inversiones a corto, mediano o largo plazo. Así, pasó de 7.800 milllones de dólares a 45.000 millones de la misma moneda.
En el mismo lapso de 2.818 días, cerraron 20 mil industrias manufactureras, la inflación trepó hasta el 517 mil por ciento y la pobreza pasó desde el 4,4 por ciento en 1975 hasta el 37,4 por ciento en 1983. Los salarios, que constituían el 48 por ciento del Producto Bruto Interno hacia 1976, se redujeron al 24 por ciento cinco años después.
Paralelamente, la sangrienta dictadura que rigió los destinos de la Argentina estatizó –porque los liberales no son tan antiestatistas como declaman- las deudas externas de 69 empresas. Así se fueron 23 mil millones de dólares, casi la mitad de la deuda total. Entre estas empresas figuran el Grupo Macri, Techint, Fiat, Ford, IBM, Acindar, Celulosa Argentina, Alpargatas, la Compañía Naviera Pérez Companc, Pirelli, Dálmine Siderca, Mercedes Benz, Industrias Metalúrgicas Pescarmona y Esso, por nombrar sólo a algunas.
El mismo día en que asaltaron la Casa Rosada, armados hasta los dientes, el 24 de marzo de 1976, el Fondo Monetario Internacional “premió” a la Argentina aprobando un préstamo de 110 millones de dólares, aunque todavía ningún gobierno había reconocido a la Junta Militar. En realidad, no existía la necesidad de ese empréstito, ya que las cuentas del Estado estaban más o menos ordenadas y la deuda era, hasta ese momento, de 7.800 millones de dólares.
Pero lo curioso es que, entre esas 69 empresas, un tercio de ellas fueron bancos. En esta lista figuran el Río, Italia, Galicia, Citibank, Francés, Mercantil, Ganadero, de Crédito Argentino, Comercial del Norte, Londres, Tornquist, Español, Quilmes, Sudameris, First National Bank of Boston, Crédito Rural, Deutsche, Roberts, General de Negocios, Continental Illinois National Bank, Shaw, Supervielle, Chase Manhattan, Bank Of America y hasta el Banco Provincia de Buenos Aires, al que endeudó irresponsablemente su presidente Rodolfo Bullrich, entre el 12 de abril de 1976 y el ocho de abril de 1981.
Pero no fue el terreno bancario el único escenario en el que actuaron los filibusteros. Videla sancionó, impulsado por su verdadero jefe, José Alfredo Martínez de Hoz, un decreto-ley de inversiones extranjeras, que inexplicablemente aún se mantiene en vigencia, que entre otros tópicos, permitió el vaciamiento de las grandes empresas estratégicas del Estado, las mismas que posteriormente fueron privatizadas en la década del ’80. También fue adjudicada la empresa Papel Prensa a un consorcio formado por los diarios Clarín, La Nación y La Razón. Esta operación culminaba la que se había iniciado con el secuestro de varios familiares directos de David Graiver -entre ellos, su viuda y su hermano- que era el dueño original de la empresa.
Mientras este descarado saqueo se materializaba, los dictadores prohibieron 300 canciones, la misma cantidad de películas extranjeras, 130 películas nacionales y 700 libros, entre ellos el libro infantil escrito por María Elena Walsh, Dailan Kifki. Se llegó al extremo –la cultura es siempre el punto débil de los autócratas- de que determinadas películas debieron ser exhibidas sin su final correspondiente. A otras, directamente, se les mutilaron escenas enteras. Al mismo tiempo, se persiguió, se asesinó y se desapareció a actores, cantantes, cineastas, artistas plásticos, escritores y periodistas. Se evalúa que más de medio millón de argentinos debieron exiliarse para escapar de la muerte que los esperaba, disfrazada con el uniforme “occidental y cristiano”. Algún “intelectual” que simpatizaba con los dictadores llegó a denominar a la Argentina como “el último baluarte del Occidente cristiano”. Sin palabras.
Entre tanta adversidad, se erigieron muchas figuras en resistencia. La enumeración comienza inevitablemente por las Madres de Plaza de Mayo, continúa por la Corriente Sindical de los 25, que el 29 de abril de 1979 lanzó la primera y heroica huelga general contra la dictadura, que valió cientos de detenciones, asesinatos y desapariciones.
El objetivo principal de la dictadura fue el de romper la matriz de la industria de sustitución de importaciones e imponer, no una economía de mercado, sino el reinado de la valorización financiera, que funcionó como el eje ordenador de una economía que comenzaba a globalizarse para propender a que el flujo de los bienes de capital transcurriera en dirección sur-norte.
En este sentido, muchos autores afirman que 1976 funcionó como un 1955 tardío, cuando los militares se afanaron en completar la tarea inconclusa de la Revolución Libertadora, que no había logrado destruir al peronismo, en su tarea de regresar la matriz productiva exclusivamente hacia la exportación de granos y otros productos primarios.
Esa contradicción aún no ha sido saldada, entre un peronismo que busca su identidad y las “fuerzas del mercado” que buscan colonizarlo. Hasta ahora, sin éxito.