En la política no existen –o al menos no se utilizan- palabras que convocan a la desesperación, al desaliento o a alguna suerte de metas imposibles.
La política en su mejor expresión es, por el contrario, el arte de construir, de generar bienestar, es la épica de la multitud decidiendo, influenciando o presionando a sus gobernantes para que el bien común se imponga como meta de un gobierno. Y, de paso, que los intereses sectoriales de los más ricos no sometan a las mayorías a la dictadura del dinero, porque lo que la multitud realiza en público, los lobbystas suelen hacerlo en la trastienda. Son conocidas muchas decisiones insólitas de algunos gobernantes que no resisten el más nimio análisis político, pero que podrían ser explicadas a través de algunas “conversaciones” mantenidas en los cenáculos, ocultos a la vista del público.
Cuando los políticos convocan al miedo o denuncian que las metas de sus adversarios son imposibles, llegó el momento de desconfiar. Porque a nadie le conviene el pesimismo. Trabajar con la desazón en la mano es un arma de doble filo, porque la desconfianza que se siembra hoy tiene dos extremos y, así como se la esgrime contra el otro, mañana puede ser usada contra el que ayer la empuñó.
Sólo utiliza esa espada quien ha decidido previamente que el otro debe ser destruido. Ésa es una política de poder, no para construir sino para destruir.
Quien convoca a una manifestación contra las vacunas, que son la única esperanza contra una pandemia destructiva, que ha enfermado a 168 millones de personas y ha asesinado a casi tres millones y medio de ellas, es alguien que agotó los adjetivos. ¿Se lo puede llamar estúpido, imprudente, temerario, necio o zopenco? A este tonto escriba se le ocurren otros adjetivos más, que no serán reproducidos en esta página, pero por ahí andan las cosas.
Como dijo The Guardian…
Paralelamente, se conoció esta semana una publicación del periódico inglés The Guardian, titulada “La gente muere en menos de una semana: la ola de Covid toma a Argentina con la guardia baja”, en la que su corresponsal en Buenos Aires, Uki Goñi, -ex Buenos Aires Herald- recogió el 20 de mayo último un testimonio de una médica del Hospital Fernández, que le manifestó que “el descontento social de una gran parte de la población es simplemente indignación contra las restricciones en sus vidas diarias”, para concluir en que “los políticos (de la oposición) están sacando ventaja de esto, confundiendo a la gente con falsas informaciones”.
Desde el comienzo de la pandemia se escuchan términos del tenor de “la pandemia más larga del mundo”; “traen veneno de Rusia”; “son unos inútiles que no consiguen vacunas” y “el populismo es peor que la pandemia”.
Pareciera que algunos dirigentes opositores apuestan a que cuanto más muertos haya, más desgaste va a sufrir el Gobierno. Por eso convocan a la desidia, al ludibrio, a las movilizaciones en espacios públicos y al escarnio contra los gobernantes. Éstas son corrupciones de la virtud, que convocan a suponer que todo lo que rodea a la política es inmoral y que, por eso mismo, nada importa lo que se haga, total todo es inútil.
De esta manera, la mejor apuesta sería la política del Ave Fénix, el águila que moría y se regeneraba desde las propias cenizas de su padre. Pero el vuelo de las aves argentinas es tan bajo que la leyenda debería llamarse “la leyenda del gorrión”, que vuela bajo, se alimenta de lo que arrebata de la naturaleza y que jamás cazó un águila.
Cuando los políticos convocan al miedo o denuncian que las metas de sus adversarios son imposibles, llegó el momento de desconfiar. Porque a nadie le conviene el pesimismo. Trabajar con la desazón en la mano es un arma de doble filo, porque la desconfianza que se siembra hoy tiene dos extremos y, así como se la esgrime contra el otro, mañana puede ser usada contra el que ayer la empuñó.