Deudores anónimos

Deudores anónimos

Los grupos de autoayuda son un fenómeno típicamente urbano. Son gratuitos. Calcan su formato de Alcohólicos Anónimos, el grupo pionero que se formó en Estados Unidos en la década del '20. Tal como ocurre en Nueva York, donde hay grupos para todos los gustos, Buenos Aires también tiene reuniones sobre casi todas temáticas. Adictos al sexo, al amor, a la comida, a las personas, y ahora a las deudas y a las compras. Muchos porteños, con sus finanzas agujereadas, empezaron a asistir a las reuniones de Deudores Anónimos con la caída de la Argentina


Los famosos ventilan su vida sexual en televisión. Se juegan con confesiones públicas sobre sus gustos en la cama, sus romances y otras intimidades. Pero de lo que jamás hablan es sobre el mucho dinero que ganan, qué hacen con él y los problemas que les trae: eso es demasiado personal.

Pero es precisamente para hablar de "eso" que hombres y mujeres, básicamente de clase media, se reúnen en Deudores Anónimos (DA), un grupo gratuito que ofrece un programa de recuperación a quienes han perdido el control sobre sus gastos. "Prefiero mil veces hablar de sexo antes que de dinero", corrobora Elsa M., una señora en la cincuentena, bastante alejada del arquetipo de la Giménez, pero que sin saberlo comparte con ella el mismo tabú.

Los grupos de autoayuda, que calcaron su formato del pionero Alcohólicos Anónimos –un grupo que nació en Estados Unidos, en la década del veinte- son un fenómeno típicamente urbano. En Buenos Aires, hay sobre todas las temáticas: adictos a la comida, al sexo, al amor, a las personas, al juego, a las drogas, al alcohol y ahora también a la deuda y la compra compulsiva.

Tal como ocurre en Nueva York, en donde un hospital en pleno corazón de Manhattan concentra todos los grupos de anónimos, también en Buenos Aires, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, se concentran varias de estas organizaciones de ayuda gratuita.

PORTEÑOS EN DEUDORES ANÓNIMOS

Elsa M. es una recién llegada a Deudores Anónimos; ésta es su cuarta reunión, pero como el resto de sus compañeros, nuevos o viejos, no puede dar su apellido. Uno de los pocos requisitos para pertenecer a este grupo, que calcó su formato de Alcohólicos Anónimos, es el anonimato de sus miembros. El segundo, el deseo de dejar de endeudarse.

En la Argentina de la crisis, más gente de clase media atrapada en el circuito de la deuda llegó pidiendo ayuda a esta comunidad que, desde su fundación, nucleó tradicionalmente a gastadores o deudores compulsivos, una especie de "adictos al shopping".

Daniel F. empezó a ir a Deudores Anónimos a mediados de 2001. Es analista de sistemas. En junio de ese año, las cuentas del mes habían empezado a llegarle antes que terminara de pagar las del mes anterior. Pensaba en cubrirlas, pero por alguna razón había quedado enredado en otras cosas. Se sorprendió al ver que la cuenta del teléfono todavía seguía impaga. De alguna forma, tampoco había depositado el alquiler de la oficina, ni la cuota alimentaria para sus hijos. Había más cuentas de lo que pensaba, y tenía la sensación de estar siempre atrasado.

"No abría las cartas por miedo a que fueran nuevas deudas -recuerda-, así es que las ponía directamente en una bolsa de compras. Tenía el síndrome del avestruz; escondía la cabeza en la arena. Pensaba que si no veía las cuentas, podía mentirme que no estaban allí. Cuando llegué acá tenía dos bolsas llenas: venía acumulando deudas desde el año anterior".

El grupo no tiene psicólogos, ni coordinadores que evalúen a los integrantes o a quienes aspiran a serlo. Existe un autodiagnóstico mediante un test que arrima un índice de sospecha. El folleto detector tiene preguntas tan aparentemente disímiles como éstas:

· ¿Tiene deseos irrefrenables de comprar cuando entra a un centro comercial?

· ¿Vive aferrado a una relación de pareja sólo porque le da seguridad económica, a pesar de que tanto usted como el otro tienen conciencia de que una separación sería lo mejor?

· ¿Compra porque está de oferta, aunque no necesite el artículo?

Hay más de treinta ítems por estilo. La psicoterapeuta Liliana Bava asegura que "la deuda es al deudor lo que la gordura es para el obeso". En síntesis: comprar compulsivamente tiene características similares al resto de las adicciones, como a la comida, al juego, a las drogas o al sexo.

"Se está empezando a investigar mucho sobre las adicciones de comportamiento; adicciones sin sustancias -define-. Lo curioso es que generan una dependencia física similar".

En paralelo con las adicciones químicas también las compras sirven para anestesiar la realidad. Tal como pasa con el juego compulsivo, la carrera de las compras también produce "picos de emoción". Podría decirse que muchos gastadores se "autodrogan" comprando porque en la compulsión por "tener" se liberan endorfinas que mitigan el dolor y que, por eso mismo, generan la necesidad de repetir la experiencia. Así se echa a rodar la espiral del endeudamiento.

"Si había tenido un mal día, sentía que me merecía una recompensa, así que me compraba algo. Eso solía sacarme de la angustia. Siempre había funcionado así hasta que todo se cayó en la Argentina". La historia es de Claudio M., que era propietario de tres taxis hace dos años y terminó perdiendo todo su capital antes de llegar a DA.

Podemos perfilar a un deudor compulsivo como aquél que se endeuda con tarjetas de crédito, cuentas corrientes, o préstamos por un monto superior al que puede pagar. "Pone en juego su propio patrimonio, y a veces el ajeno -describe Bava-. Vuelve a pedir prestado, y así entra en un círculo vicioso, progresivo, en el va perdiendo el dominio, no sólo de su economía, sino de su propia vida".

Claro que no todos los que van a DA responden a ese extremo. Para asistir a las reuniones basta con tener las finanzas agujereadas, un cuadro que se agudizó en los últimos años ampliando el target de asistentes. Por otra parte, tampoco es que de un día para el otro los números propios se vuelven locos.

Las señales, al principio, son más sutiles. "Quienes habían sido mis amigos y algunos familiares empezaban rechazarme -rebobina Claudio-, o yo empezaba a evitarlos porque sabía que les debía plata".

Testimonios de este estilo son los que se escuchan en las reuniones, donde la gente habla abiertamente de su relación con el dinero. Cuentan cómo eran cuando tenían "mano de velcro" -o sea, de apertura instantánea con el dinero- y lo interesados que estaban en las apariencias.

"Creía que la gente me iba a valorar por lo que tenía", completa Daniel, el analista de sistemas que amontonaba sus facturas en bolsas de regalos.

En su libro "La energía del dinero", la doctora María Nemeth -una psicoterapeuta que facilita talleres sobre este tema en EE.UU.- explica que el "sostener una imagen" es una característica de la gente con tendencia a gastar de más. En los resultados de su encuesta, entre 1.100 personas de distintas ciudades norteamericanas, Nemeth revela que la mayoría simulaba ante sus conocidos tener más dinero del que efectivamente tenía.

Este grupo mayoritario quería que su entorno pensara que su situación económica era buena y que sus deudas estaban bajo control. Un segundo grupo, la minoría, fingía tener menos ante los demás para evitar que se aprovecharan de ellos.

VOLVER AL NEGRO

"No es un esquema para hacerse rico, ni un sistema de inversión", advierten en DA. Tampoco se trata de comer comida de gato y trabajar más duro, continúan advirtiendo. ¿Y de qué se trata, entonces? La idea es volver al negro en las cuentas -explican- . Tomar conciencia del estado financiero real, de cuánto se tiene y cuánto se gasta, y finalmente liberarse de las deudas y diseñar un propósito de vida, más allá del consumo y las tarjetas.

Pero las metas, al principio, son cortas: la premisa para el nuevo es no endeudarse sólo por 24 horas, con opción a renovar su compromiso cuando se levante a la mañana siguiente.

Ocurre que, para los gastadores, la necesidad de endeudarse es como una segunda piel, una forma de vivir, y renunciar a ella puede ser, al principio, devastador."Era como dejar de ser yo misma. No sabía cómo iba a hacer para vivir sin consumir de la manera en que lo hacía". La que habla ahora es Analía C., una directora de colegio de 42 años, que escondía las cosas que compraba para que el marido no las viera.

El tercer requisito de este programa, que surgió en 1976 en Estados Unidos, es la voluntad de pago. "Uno se hace cargo de la deuda que generó, como un adulto responsable, pero no a costa de las necesidades básicas, ni de algunos placeres", recuerda Analía.

No hay que olvidar, dice Bava, que la persona que se excede en sus gastos lo hace para aliviar tensiones y, si de golpe tiene que usar todo lo que gana para pagarle a los acreedores podando todo tipo de salidas y de compras, se deprime y recae volviendo a repetir todo el circuito. "Por eso se establecen porcentajes razonables de devolución".

Como el rojo suele ser monstruoso inicialmente, el porcentaje para los acreedores puede ser del 50 por ciento del ingreso. Si las deudas son cinco, por ejemplo, se van saldando todas proporcionalmente, mes a mes, de acuerdo a su monto, pero siempre respetando el porcentaje preestablecido.

Los recién llegados son guiados por los veteranos. Se arman reuniones especiales -como la de técnicos del FMI, pero a escala casera- en las que se sugiere un plan de gastos y un esquema de pago. Finalmente, el grupo también se encarga de revisar la situación con los bancos y sugiere cómo encarar a los acreedores.

La directora de colegio cuenta que hace seis meses empezó a planificar sus compras de ropa yendo a ferias, y que tiene un monto asignado a ese rubro en su presupuesto. "Compro planificadamente y de mejor calidad". Por su parte, Daniel F., el analista de sistemas, se está poniendo sutil: ahora se plantea si le conviene o no pagar por adelantado un año en su obra social.

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