En una contienda a doce rounds, siendo la pelea de fondo de una velada con algún viso de realidad y otro tanto de caza de culpables ante la dura derrota electoral, los argentinos vivimos en tiempo real los momentos de zozobra -en ambos rincones del ring- tras el cruce de dos pesos pesados de la política argentina, la vicepresidenta y líder máxima del espacio, Cristina Fernández y el presidente, el mayor accionista de la lapicera que cristaliza nombres y caminos, Alberto Fernández.
En una clásica escena de mitad de término, y agravada en este caso por la eterna pandemia que todavía nos amenaza (aunque se “anunció” que no existe más), los dos llegaban con un fuerte desgaste por los factores que habitualmente hacen de la Argentina un país difícil de gobernar. Pero los resultados de las PASO dejaron muy en claro el carácter nacional del castigo en el voto (responsabilidad de Alberto y sus decisiones) y que la líder, que siempre enrostró a sus compañeros de ruta que los votos de Todos eran principalmente los de ella, falló en esta ocasión y puso en riesgo hasta la mayoría que ella comanda en el Senado. Además renacieron de las cenizas los gobernadores, intendentes y sindicalistas que no empatizan con ella y mucho menos con su “pollo” Axel Kicillof, el otro gran derrotado.
Finalmente, y antes que la sangre llegara al río y volaran las toallas sin destino cierto, ambos dirigentes entendieron que no era el momento de seguir sumando tensión y disgustos a una sociedad que justamente los había castigado de manera impiadosa solos un par de días antes. Pasó la cena entre ambos en Olivos casi como diálogo de sordos, para luego entrar en la vorágine de tuits, declaraciones explosivas, renuncias ridículas y cartas documento que tensaron la cuerda casi hasta su descomposición. Pero finalmente algo de racionalidad sobrevoló sobre sus cabezas y desde allí con Cafiero y De Pedro como articuladores del acuerdo, llegaron a una paz, que tiene claramente visos de tregua y en el que los dos lograron –dentro del papelón- mantener en alto o al menos a media asta algunas de sus banderas.
Borrada del mapa político la posibilidad del nocaut, en fallo dividido y con los medios de comunicación como jurados, Cristina logró salir mejor parada –en los medios- con un piso sumamente resbaladizo que traía peligro de lona. Esa visión mediática trató de solidificar la idea que la que manda es ella y que él es solo su delegado en la administración del poder, algo que nació con esa matriz, que luego tuvo idas y vueltas durante los dos primeros años, y terminó de destruirse a medida que llegaban los resultados de todo el país, pero sobre todo los del Gran Buenos Aires. Si bien eso no llevó paridad al combate, habilitó a Alberto para tener ciertas actitudes autonómicas y escuchar de terceros todo tipo de esquemas respecto a cómo construir con su jefatura la gobernabilidad hasta 2023.
El desembarco de Jorge Manzur y de Aníbal Fernández, quiénes constituyen claramente el corazón del armisticio parecen ser funcionales a las dos terminales más pesadas del escenario político oficialista. No teniendo mucho juego en la disputa, Sergio Massa, tuvo una performance deslucida, no por sus errores sino por su desaparición. La mediación prometida, más allá de algunas reuniones con los personajes claves, no parece haber pasado por sus hábiles manos.
La realidad es que esta pelea está inconclusa, hay daños que no tienen vuelta atrás, Los leales a Alberto fueron un poco más prudentes en los agravios si comparamos con los audios descalificadores y comprometedores como los de la diputada Fernanda Vallejos y otras rarezas que no están muy claro hasta dónde llegarán en el devenir político del país, por ejemplo, la continuidad de Wado de Pedro, exponente máximo de la tropa camporista que volvió desde el más allá.
Como ya describimos en anteriores entregas, el gran fracaso del kirchnerismo se dio en la Provincia de Buenos Aires, donde ahora harán hasta lo imposible para tratar de reducir o revertir la derrota. Es su apuesta principal ahora y a futuro. Toda la batería de medidas apunta a la recuperación en los populosos distritos de la primera y tercera sección electoral de la Provincia. Veremos que sucede, en las PASO allí casi un 70 por ciento de la gente.
Cristina perdió al no poder conseguir los votos de los que hizo pre venta, Máximo Kirchner vio tambalear todo el trabajo de dos años en el distrito para limar a los intendentes que finalmente le ganaron la pulseada y coronaron en el gabinete y Kicillof complicó su reelección, su futuro y terminó de sepultar a Cristina con su autismo, un verdadero suicidio en un territorio tan grande como áspero.
Manzur se encargará de darle más aire a los gobernadores para intentar atenuar las derrotas de aquéllos que fueron desbordados por la ola, dejando en un segundo plano al devaluado, pero siempre frío e inteligente, Wado de Pedro.
En noviembre de repetirse (o agrandarse) el resultado de las PASO, la cuestión no será solo de acuerdo, maquillaje y puntual de un solo objetivo como esta vez (la elección es todo hoy) sino que, o se construye un nuevo macro acuerdo en las partes fundantes de Todos o todo volará por el aire. Y allí no habrá lugar para tibios, será a todo o nada, como amagaron esta vez.