Cada día que pasa se los ve peores, con menos códigos, más mentirosos, nada realistas, chabacanos, burlones, ya no pícaros sino cínicos y capaces de hacer cualquier cosa con tal de desmentir la triste realidad que ellos mismos supieron conseguir.
Psicológicamente puede tildárselos de negadores, que según Freud se trata del acto verbal por el cual un sujeto, especialmente un paciente durante el análisis o en la vida cotidiana, enuncia y rechaza un estado de hecho que prueba ser efectivo, lo que revela una negación inconsciente de lo reprimido. En este caso, el del Frente de Todos, ya es absolutamente consciente.
El país entero se ríe a carcajadas de las barbaridades que están haciendo para tapar el sol con un dedo: usar el día de la militancia para festejar el triunfo de una derrota, los desparramos legislativos de última hora para aprobar todos los DNU firmados por el presidente Alberto Fernández durante la pandemia y también después antes de que cambie la composición de las dos cámaras, y las interpretaciones políticas de la “remontada” como si hubiera sido un verdadero éxito político para “derrotar” al enemigo, constituyen pasos de una comedia que terminará siendo una farsa.
La realidad es bien distinta y así lo ve el resto del país, es decir más del 70 por ciento de los argentinos que están cuerdos y no juegan a la picardía berreta, que están preocupados por cómo seguirá el curso del país después de este derrape electoral kirchnerista, previsible a la luz de la cantidad de errores, equivocaciones, resbalones y avivadas mal pensadas durante los dos últimos meses después de las PASO.
Los festejos inexplicables de los perdidosos no son solamente para engañar al resto del país triunfante en la última elección, ése que tuvo el buen tino de no salir a la calle para hacer notar la diferencia de votos en su favor. Esos festejos amañados son para que la cada vez más escuálida masa crítica con la que cuenta el oficialismo no se deprima más de lo que está. Es una muestra de su forma de hacer política: la del pan y circo. Hay que entretener a quienes mantuvieron una lealtad, pese a todo, y a fuerza de recibir unos cuantos mangos más para moverse de la casa e ir a votar.
La insensata celebración es una muestra de la crispación interna, de la fragilidad que une los pedazos sueltos de una coalición que fracasó en su andamiaje y en su implementación. La unidad interna entre los gajos del kirchnerismo no es compacta sino lábil, y manifiesta una tendencia a la ruptura porque hay pocos puntos de contactos, cada día hay menos.
La idea de dar vuelta la tortilla y pasar de una derrota a un triunfo inexistente prendió en los principales dirigentes del sector oficialista y obligó a que se sumara La Cámpora a una movilización sin sentido, tan sin sentido que la sola imagen de estupor de Máximo Kirchner al escuchar la convocatoria de boca de Alberto Fernández fue harto elocuente de la desmesura.
Pero ese exceso partió de un sector que busca denodadamente abrir el espacio en el escenario político, donde desde hace mucho tiempo está ausente porque es ignorado olímpicamente por la vicepresidenta Cristina Fernández: el sindicalismo. Sólo a ellos se les podía ocurrir aferrarse a la fecha de la militancia para sacarle el jugo, por la necesidad de reconstruir su centralidad en la política nacional. Esa centralidad apunta a ser el respaldo que busca “alferdez” para no morir a manos de los desaires cristinistas. Esa centralidad se completará con un trabajo de dudoso resultado que consiste en nuclear a los gobernadores de sello justicialista dispuestos a prestarle al presidente sendas muletas en una coyuntura cuyo futuro más viable era una estrepitosa caída.
Hoy habló Alberto Fernández, fue el único orador y tal vez se sintió Perón por un instante, aunque dudó de ello por su falta de ideas reformistas frente a una realidad que agobia al pueblo argentino. Se plantó frente a los adversarios internos, fallutos en su gran mayoría pues no pierden oportunidad de criticar sus torpezas como primer mandatario. Erguido como un jefe de estado que nunca recibió el vapuleo gratuito de su jefa espiritual y material tuvo su acto en la ficción política que él mismo ayudó a construir como si fuese una genialidad.
Mientras sonaban los bombos el resto de la Argentina se preguntaba si será cierto que en diciembre presentarán de verdad un proyecto económico, y si enfrentarán realmente un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, o si llamarán en serio a dialogar a la oposición.
La agachada de hoy mismo, cuando mandó las copias de sus DNU al Congreso para que fueran aprobados antes de que renueven las bancas el 10 de diciembre, no es congruente con una vocación de diálogo. Pero, como siempre fue así, la mancha del tigre es una más entre tantas otras que ya fijó.
La oposición ya tiene establecida su estrategia frente a las mentirillas y trastoques de las decisiones políticas del oficialismo. No le creen, y por supuesto, no será fácil que asistan a un diálogo del que no hay garantías de cumplimiento sino sólo la posibilidad de una fotito para los medios diciendo: ¿ven que cuando los llamamos ellos vienen corriendo aunque hayamos perdido?
Justamente los triunfadores de verdad, los sensatos, estarán atentos a cuánto ocurra en el país durante los próximos dos años en los que las decisiones más estrafalarias se desplegarán para mantener al menos la sorpresa, el único recurso con el que podrán mantenerse de pie, a menos que las auto zancadillas contribuyan a un desbarajuste imposible de evitar, tal como se ven las cosas a esta altura de la historia. Los triunfadores de las últimas elecciones tienen en claro en qué país quieren vivir y cual es el lugar que quieren que tenga la Argentina en el mundo, y ese lugar no es en el bloque minimalista de las naciones adornadas por ideas comunistas, tan alejadas del escenario capitalista en el que los ganadores prefieren estar. Por cierto este importante porcentaje de la sociedad no quiere vivir en una nación donde la pobreza significa el 50 por ciento de la población, la educación es deficitaria, el trabajo es un bien escaso, los salarios son mucho más que minimalistas, la seguridad se ha vuelto inexistente y domina la delincuencia y la violencia, y donde la productividad depende de los caprichos ideológicos de un grupúsculo que se cree dueño de la verdad.
El problema no es el acto por el día de la militancia, la cuestión más gravosa es la función de las dirigencias en situaciones de alta conflictividad que sobrevendrán si no se toman las medidas apropiadas en el sentido del crecimiento, del respeto a las libertades civiles, y del camino que conduzca al encuentro con la dignidad que tanto se añora.
18 November, 2021 | 11:39