Cuando la Alianza y su fórmula del Obelisco eran la topadora que garantizaba llevarse puesto todo aquello que se le pusiera enfrente, Aníbal Ibarra, como cabeza del Frepaso del ditrito, y sus socios radicales demolieron a Domingo Cavallo hasta hacerlo "sacar" con su inoportuno "epíteto" de partisanos.
En aquellos días Gustavo Beliz, quien había formado Nueva Dirigencia y conseguido el cargo de diputado porteño junto a otros diez legisladores, luego compartió con el ministro de Economía de Carlos Menem en aquél "nido de víboras" del cual huyó, un fallido intento electoral por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad.
Luego, con los restos del armado que le quedaron, Beliz se dedicó a apedrearle el rancho al jefe de Gobierno con denuncias de todo tipo que siempre quedaron en la nada o al menos stand by sin que nadie sepa bien dónde ni por qué. Veremos qué pasa con las de ahora.
La debacle de la Alianza se produjo tras un fuerte estallido en las calles capitalinas, motorizado por los furiosos ahorristas que vieron perder casi todos sus ahorros a manos de un gobierno inoperante ante la crisis y con la complicidad de los bancos. A pesar de que el epicentro de la lucha y las movilizaciones fueron en la Ciudad, mientras De la Rúa salía en helicóptero hacia su ostracismo político, Ibarra resistía razonablemente bien piloteando el gobierno de la Ciudad, tras cruzar escondido en una ambulancia la Plaza de Mayo en aquel trágico 20 de diciembre.
Tras deshacerse lentamente del aparato radical legislativo que luego lo enfrentó con saña, Ibarra veía crecer en las mediciones a Mauricio Macri, Daniel Scioli e incluso a Rafael Bielsa. Alberto Fernández, quien ni soñaba en ese momento con la victoria del santacruceño, operaba desde la Legislatura porteña el pequeño armado de Néstor Kirchner, en sintonía con los referentes duhaldistas del distrito, algo que a la larga sería el germen del actual gobierno y con su copyright.
Los números no le sonreían a Ibarra en aquella época por una gestión bastante pálida. Una gaffe suya, quizás una de las pocas en cuanto a intuición se refiere, lo hizo fijar, en la apertura de sesiones ordinarias legislativas del año pasado, una fecha inadecuada de elecciones. Fue paradójicamente Miguel Ángel Toma quien luego de varios tironeos con Macri, con un artilugio jurídico estiró los plazos y puso de vuelta en carrera a quien mejor interpreta el humor político de los porteños.
Luego Duhalde-Kirchner lograron enviar al destierro a Carlos Menem y quedarse con el dominio del país. En una operativo limpieza sin igual, Alberto Fernández retiró de la cancha metropolitana a tres de los competidores de Ibarra: Scioli, Bielsa y Beliz. Así y todo el jefe de Gobierno perdió en la primera vuelta con Macri. Pero con el apoyo de la Rosada, y montado en la esperanza del efecto K, consiguió en el ballotage retener el sillón de Bolívar 1. Una vez más logró amontonar a todos (esta vez con el nombre Fuerza Porteña), y a pesar de dejar disconformes a todos en el resparto de cargos, los mantiene de aliados en la certeza de que la alternativa de muchos es la intemperie.
Luego la coalición perdió la vicepresidencia primera de la Legislatura por la impericia de algunos recién llegados y la picardía de otros con algo más de experiencia. Sin embargo, un eterno componedor como Santiago De Estrada le garantiza a Ibarra -como lo hubiera hecho con cualquier otro- una gobernabilidad que, en otras manos y con el simple recurso de la "máquina de votar", hubiera sido una tortura permanente para el Ejecutivo. Esto fue así hasta en los momentos de zozobra del viernes 16 de julio.
Mientras el fantasma de una Elisa Carrió imbatible sobrevuela en los pasillos en los cuales se conjeturan todo tipo de traiciones y engendros políticos, Beliz se inmoló y salió eyectado del Gobierno nacional debilitando aún más por ahora errática estrategia presidencial para la Ciudad. A Ibarra, como siempre, le sirvieron las dos cosas.
Fue la primera diferenciación clara de Ibarra respecto de Kirchner y su espadachín porteño Alberto Fernández. Cuando la soga se estiraba ya para romperse, Ibarra cambió de estrategia y enfocó su ataque ya no sobre todo el Gobierno nacional sino sobre la política de seguridad y sus responsables, que terminan al día siguiente fuera del gabinete.
¿Hubo acuerdo? Sí. Desconfianza, también. La erosión de la relación entre ambos no permitió ni siquiera una conferencia conjunta. Pero aflojó la tensión. Ibarra festejó en silencio los cambios en la Federal: sus "amigos" retomaban la posta tras la persecución belicista.
A Ibarra, al decir de Aníbal Fernández, "le gusta caer simpático" y lo peor para el ministro del Interior es que lo logra. A pesar de cualquiera y sobre el cadáver del que sea. En esta ocasión los "embocó" con un discurso y un timming que Balcarce 50 no esperaba. El factor sorpresa, ese sexto sentido "carnívoro" que aplica a full cuando huele problemas graves con su base social.
Desde la Jefatura de Gabinete evaluarán necesidades y facturas pendientes, a la hora de devolver gentilezas. Como siempre en el entorno hay halcones y palomas, veremos quién vuela más alto para evitar una segura perdigonada porteña sobre Plaza de Mayo.