La escultora Elba Bairon parece inofensiva, y en cierto sentido lo es, pero en otro no, de ninguna manera: casi ignorada por los medios y el mercado, es una de las artistas plásticas más importantes de la hora, demasiado extraña para la prensa "amarilla", demasiado "clásica" para el arte de juguetería que cotiza en las taquillas.
Bairon se hizo conocido en los 80; muy amiga de la poeta, pintora (y también escultora) Liliana Maresca, y de Silvana Fernández, Fernando Fazzolari y Marcia Schwartz, entre otros, atravesó esa época turbulenta (destructiva, creativa), como quien camina sobre papel de arroz.
Su última muestra, en la galería El Borde, la expuso como expone siempre: vasi en silencio de boca, em boca, un tanto atribulada por las relaciones sociales que hay que cultivar en estos casos, pero no cediendo nada del rigor del cual hacen gala sus piezas.
Piezas extrañas (o extrañadas) donde despuntan formas, colores, posibilidades que no terminan de encarnar, que se difuminan pretextando esa difuminación como un procedimiento: llegar al "núcleo duro", al hueso del objeto, y al hueso del hueso: la mismìsima nada.
Bairon es profesora de yoga y se le nota en la elegancia del trazo y en la de sus propios movimientos, en la calma con que empieza y termina sus cosas, sin plazos, pensadas sin objetivos pero no sin horizonte.
En ese punto, contra la moda de la instalación, el arte de escupir las veredas (o las caras), y las cabezas parlanchinas, su arte es un arte del silencio. Sin estridencias, ocupa un lugar que no ocupa nadie en la escena local, y lo mejor, sin epígonos a "la pàge".
Las piezas de Elba Bairon están en exposición hasta el 29 de enero.
