En un giro espectacular de su política, el presidente estadounidense Joe Biden envió el fin de semana último una delegación a Venezuela, compuesta por Juan González, el colombiano que es su principal asesor sobre asuntos latinoamericanos, el embajador James Story y el enviado especial para asuntos de rehenes, Roger Carstens.
Maduro envió a la reunión a su esposa y diputada Cilia Flores y al presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez.
El objetivo de Biden está relacionado con el embargo que le impuso el mundo occidental a Rusia. Estados Unidos le compró en 2021 entre doce y 26 millones de barriles mensuales de petróleo crudo a Rusia. Para peor, el 16 de febrero último, el consejero de Seguridad Nacional de Biden, Jake Sullivan, advirtió sobre la posibilidad de que Rusia atacara a Ucrania e inmediatamente el precio del crudo se incrementó un dos por ciento, alcanzando su mayor precio de los últimos siete años: casi 100 dólares el barril.
De todos modos, Estados Unidos no dejó de desconocer la legitimidad de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela y en su lugar quiere a Juan Guaidó, un ignoto senador. Además, Biden pretende que la empresa estadounidense Chevron sea la beneficiaria de los jugosos contratos de compra a los que Rusia deberá renunciar, obligada por las sanciones económicas que le impuso el Occidente tras la invasión a Ucrania. De todos modos, estos contratos habían sido firmados cuando Estados Unidos sancionó a Venezuela, que ahora los recibirá de vuelta por las sanciones contra Rusia. El petróleo puede ser del “Socialismo del Siglo 21” o de “Rusia Unida” (ya no soviética), pero sigue moviendo al mundo, sin dudas.
En este panorama, éste es el primer acercamiento entre Washington y Caracas que se produce desde 2019, cuando Trump rompió relaciones diplomáticas con Venezuela y bloqueó la venta de petróleo al mercado estadounidense, que representaba el 96 por ciento de los ingresos petroleros del país sudamericano.
A cambio, Estados Unidos ofreció reducir las sanciones a Venezuela, confiando en profundizar las sanciones contra la Rusia de Putin. Paradójicamente, cuando Venezuela fue sancionada, Washington ahondó su dependencia del petróleo ruso, por lo que ahora le ofreció a Maduro que vuelva a formar parte del sistema SWIFT, del que ahora fue expulsado Rusia. Éste facilita las transacciones financieras entre bancos de todo el mundo.
Maduro, embargado de felicidad, manifestó que “estamos preparados para crecer uno, dos, tres millones de barriles diarios si hiciera falta, para garantizar la estabilidad del mundo“, después de una reunión con la conducción política, con los mandos militares y con el consejo de vicepresidentes.
Luego, con su estilo verborrágico, el presidente venezolano expresó que la reunión con la delegación norteamericana fue “respetuosa, cordial, muy diplomática“. Trascartón, afirmó que “ahí estaban las banderas, la de Venezuela y Estados Unidos. Se veían bonitas: unidas, como deben estar“.
Entretanto, el secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, anunció que su país y sus aliados europeos están evaluando la posibilidad de establecer un embargo total sobre el petróleo ruso. Sólo los detuvo hasta ahora la posible reacción de Putin, que podría provocar una crisis en la economía mundial, ya que este país está entre los tres principales exportadores de petróleo del mundo.
De todas maneras, no todo es tan lineal. Inglaterra y Estados Unidos plantearon el veto a la compra del petróleo ruso, pero con algunas diferencias. Washington prohibió la importación del petróleo, el gas y el carbón del Cáucaso, pero Londres lo hará escalonadamente, llegando recién a fin de año a la compra cero.
Los demás países europeos dependen en mucha mayor medida de los combustibles fósiles de Rusia. De todos modos, estas sanciones ya afectaron –y lo harán aún más- al precio de productos como la nafta. Para atenuar la crisis, Biden anunció que liberará 30 millones de barriles, aunque esto no alcanzará para evitarla.
La Unión Europea comenzó a esbozar en Bruselas un plan energético que evite la dependencia de los combustibles rusos, pero Putin firmó un decreto de urgencia por el que prohibió la exportación de productos y materias primas. Y todo está como al principio.
De todos modos, hoy por hoy, el gas de Rusia, que pasa por Ucrania, sigue llegando a Europa. ¿Cómo lo pagan los europeos? Por medio del Sistema SWIFT. ¿Éste no estaba cerrado para Rusia? Más o menos, se podría decir. Las sanciones se supone que se imponen de inmediato, no con cuentagotas. Londres no le va a comprar más petróleo a Rusia…pero a fin de año. Y así todo.
Además, una parte del gasoducto ruso corre por territorios que están en manos de los ucranianos. ¿Por qué no tratan de destruirlo? Porque temen que Europa les aplique sanciones, ya que mucho de su economía depende, precisamente, de ese ducto.
El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire amenazó a través de un mensaje publicado en la red del pájaro azul con que “le haremos la guerra económica a Rusia y haremos sucumbir su economía”, pero en pocos minutos, tuvo que salir a pedir disculpas, porque su gobierno es partidario de desescalar el conflicto, no de radicalizarlo. Al menos, en su discurso.
La madre del borrego está al este
Son insondables algunos caminos, pero los orígenes de esta guerra no están donde todos dicen que están.
Rusia y China suscribieron acuerdos por 270 mil millones de dólares hace ya algunos años. Rusia se comprometió a proveer a China con 365 millones de toneladas de petróleo en los próximos 25 años. Hoy en día, Rusia le entrega al gigante asiático 15 millones de toneladas cada año. También el país euroasiático le proveerá a China de 38 mil millones de metros cúbicos de gas en los próximos 30 años.
El petróleo y el gas rusos también los necesita Europa. O sea que quizás el embargo petrolero contra Rusia no sea más que un redireccionamiento de los combustibles de este país, que ya no viajarían más hacia el oeste (Europa Occidental), sino hacia el este (hacia China). Hacia el nuevo polo de poder internacional.
La guerra ya es mundial.