El 2023 espera, escondido entre las brumas del desencanto y la desconfianza

El 2023 espera, escondido entre las brumas del desencanto y la desconfianza

El votante promedio le teme a la inflación más que a nada. No confía en las palabras. No quiere conflictos con el poder.


La política argentina tradicional se murió. Comenzó a morir durante los cuatro años de Macri y la agonía se prolongó hasta el 20 de marzo de 2020, cuando la pandemia de Covid-19 llegó a la Argentina y arrasó con lo poco que quedaba.

Existe un nuevo votante. Más reaccionario. Más egoísta. Más inclinado a disfrutar de los beneficios del sistema. Y menos proclive a aceptar las limitaciones a su libertad, a su deseo, a su libido consumista.

De todos modos, los sujetos sociales son siempre los mismos y sus bolsillos son igualmente escuálidos. Quedan cada vez menos obreros industriales, en países como el nuestro, que sufren los embates de gobiernos neoliberales, que reprimarizan las economías.

Los votantes que salen a buscar los partidos políticos son hombres y mujeres desilusionados, desesperanzados, hartos de promesas incumplidas y sufrientes de miserias de larga data.

Frente a este panorama, la oposición argentina promete más neoliberalismo. El estratega económico del Pro, Hernán Lacunza, propone un “plan de los 100 días”, en los que se arrasaría con todas las conquistas y con todos los derechos y se implementaría un programa de ajuste salvaje. Esta vez “no vale la buena onda, no vale que vas a mantener todo lo que conseguiste, que ahora llega una especie de kirchnerismo de buenos modales”. Esta vez la espada va a cortar, según afirmó a este cronista un dirigente liberal.

Para llegar a la Casa Rosada, la estrategia opositora propone la polarización extrema. Las agresiones contra locales peronistas de todo el país y el intento de magnicidio contra la vicepresidenta se inscriben en esta estrategia, sea quien sea quien lo haya intentado.

No va a existir, sino en minúsculas proporciones, el voto ideológico. Ya no hay esperanzas de reivindicación en los sectores populares. Un peronismo que gobierna ajustando a millones de ciudadanos que ya fueron arrojados a la pobreza por el Gobierno anterior, no genera adrenalina positiva.

Las agresiones contra la industria provocadas por Cambiemos desde 2015 y la reprimarización que sobrevino a causa de éstas, un proceso que el actual gobierno no revirtió, a pesar de los programas que intentó, afectaron el futuro por los próximos diez años, como mínimo. Es sabido que destruir es mucho más fácil que construir. Un kilo de dinamita es mucho más eficiente que un kilo de hormigón armado.

Los procesos de reconstrucción del aparato productivo que afectó el neoliberalismo son caros, complejos y dificultosos. Además, exigen que quien lo encare se plante frente a los dueños del dinero y los obligue a negociar, algo que está muy lejos de las posibilidades del Gobierno actual.

Por esta razón, los votantes de 2023 van a votar por el plan contra la inflación que más confianza genere. El otro tema que tendrán en cuenta será la corrupción. El que diga palabras más bonitas en su contra, cosechará votos.

La paradoja principal de hoy es que el ajuste, una vez que se comienza a implementar, no puede ser dejado de lado. Si un gobierno hace esto, caerá como si a un hombre apoyado en la pared se la sacaran de repente. Una vez que se pone en marcha, no gobierna más el presidente de turno, gobierna el ajuste.

Lo único que esperan los votantes es que el Gobierno que llegue construya un Estado que defienda a los más débiles, pero que no rompa con el “stablishment”. A esto le tienen temor, porque la respuesta podría ser una inflación descontrolada como la que existe hoy. Nadie puede pensar que la inflación sobrevino del cielo a causa de errores del Gobierno. En realidad, la inflación se genera como respuesta a las virtudes –que quizás sean escasas, pero existen- de un Gobierno que intenta más de lo que concreta, a pesar de sus buenas intenciones. Hay empresarios que están decididos a evitar que vuelva el kirchnerismo a cualquier precio.

Existen problemas adicionales. Gobernar un país parcelado, con propietarios tan poderosos como los Benetton, que poseen 900 mil hectáreas en la Patagonia o los Grobocopatel, que manejan ya 250 mil hectáreas en la pampa húmeda y que se plantean manejar 350 mil en cinco años, es de una dificultad casi insanable. ¿Cómo se les dice que no a algo, por mísero que sea? La movilización popular masiva y constante es la única respuesta, pero hoy eso no ocurre.

Por esta razón, el Gobierno que llegue será o uno propio de los magnates u otro que encarne la conciliación, no la ruptura. Por esa razón, una gestión estatal muy eficiente será definitoria para el éxito. De todos modos, esta circunstancia les dará poder a los burócratas y a los legisladores y relegará al sector que expresa a los movimientos sociales, que pasarán a ejercer un poder secundario.

Mientras tanto, en el llano, gana terreno el sector de los desocupados, los lúmpenes de clase media y de clase trabajadora y los eternos desplazados, muchos de los cuales son pasto de los profetas del odio, que suelen embarcarlos en tremendas aventuras, todas ellas de indefectible final trágico.

Éste es el panorama que aguarda al fin del período 2019-2023. Construir un proyecto político que eluda la tragedia es la única posibilidad de edificar un país que responda a los desafíos de este tiempo, que exigen un Estado moderno, en manos de un Pueblo que elabore su propio destino.

El filósofo del Siglo 20 Groucho Marx dijo alguna vez que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Sería bueno que no haya tenido razón.

Lo contrario sería Tánatos. Y pocos parecen darse cuenta.

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