¿Hay 2023?

¿Hay 2023?

Se cumplen 77 años de la llegada del peronismo al poder. Sin líderes, sin claridad política, el presente es hastío.


El 24 de febrero de 1946, el peronismo se imponía en las elecciones presidenciales, llevando en sus boletas la fórmula fundacional Juan Domingo Perón-Hortensio Quijano. Hoy, 77 años después, el casi octogenario partido se encuentra preso de sus propias contradicciones y de su gran amplitud ideológica.

El Frente de Todos, la coalición que lidera el peronismo, está compuesta por tres alianzas relacionadas directamente con la historia partidaria, como son el kirchnerismo (Cristina), el Frente Renovador (Massa) y el elenco que rodea al presidente de la Nación, que sólo preside el Partido Justicialista de manera formal, más para neutralizarlo que para ponerlo en acción.

Esta diversidad ideológica es una de las tres fuentes de conflicto que soporta el FdeT. Siempre hubo discusiones internas en el peronismo. En los ’70, inclusive, solían ser dirimidas de manera poco ortodoxa, al menos políticamente. Para ser dirigente, en aquellos tiempos, era necesario manejar algo más que recursos dialécticos.

La segunda contradicción que divide aguas en el Partido Justicialista es la ausencia de conducción. Casi no existen líderes convocantes. Porque al peronismo no se lo convoca para “hablar” de política. El peronismo es acción. Las discusiones tienen que ver con las soluciones a los problemas. No soportan los peronistas ese regodeo intelectual de los lectores de voluminosas bibliotecas.

La tercera y más importante contradicción que sufre el peronismo –y casi todos los partidos populares- es el triunfo ideológico del individualismo liberal. La dispersión que resulta de tantas contradicciones sin solución, que no se plantean para resolver los problemas más acuciantes que atraviesan al país, atenta directamente contra la construcción de un proyecto político, cualquiera sea su signo ideológico.

Finalmente, no hay partidos políticos con plataformas, ni con historias (o inventarios) de las que hay que hacerse cargo. Ahora, todas son coaliciones, que a menudo se arman cuando sus líderes son presa del espanto ante la derrota y no para construir un país. No hay templanza. No hay coraje para enfrentar al poder. Todo es conveniencia, espacios de poder, porciones de una torta que no es de nadie y de la que, por lo tanto, cualquiera se puede aprovechar.

¿Anarquía?

Paradójicamente, ante este panorama, ninguna de las tres principales figuras del FdeT tiene el camino allanado para ser candidato este año. Cristina fue proscripta por la Justicia más lábil de la historia reciente de nuestro país. Alberto Fernández no puede erigirse como líder del FdeT porque no tiene poder de convocatoria. Y, finalmente, Sergio Massa es el ministro de Economía que debe administrar una Argentina post-acuerdo con el FMI. Peor panorama que éste no puede haber.

El 16 de febrero, en la sede del PJ se conformó la Mesa Política del Frente de Todos. Pero funciona de manera espasmódica. Una semana después, sólo se escuchan las repercusiones de aquel encuentro, pero no hay discusiones y sesiones cotidianas de la Mesa. La política es cosa de todos los días, no de un encuentro semanal o quincenal.

La Mesa debe gobernar, no reunirse de tanto en tanto para salvar las papas del fuego a último momento. Parcelar la Casa Rosada es marchar hacia el suicidio. Casi se podría decir que la dirigencia peronista está resignada a perder en octubre.

La única dirigente que puede enderezar la nave no es escuchada, a pesar de ser la aportante del principal capital político de la coalición. Ni siquiera puede entrar a la Casa Rosada. El segundo en importancia va a la casa de gobierno todos los días, pero tampoco es escuchado. Se le exige que luche en soledad contra la inflación, sin el acompañamiento ni el apoyo de la cabeza del Gobierno.

Así, por el momento, no hay 2023.

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