Todo movimiento social convive con diferencias internas. El feminismo no es la excepción. Y uno de los debates que genera más división es la prostitución. ¿Abolir o regular? Esa es la cuestión. Françoise Héritier, antropóloga francesa que feminizó el estructuralismo, postulaba la idea de que decir que las mujeres tienen el derecho de venderse es, en realidad, enmascarar que los hombres tienen el derecho de comprarlas. Del otro lado de la vereda, las regulacioncitas como Clara Serra Sánchez, exdiputada de Podemos en España y filósofa feminista, critican al abolicionismo argumentando que agrava aún más las condiciones de trabajo de las prostitutas.
Noticias Urbanas (NU) entrevistó a Fernanda Gil Lozano, exdiputada del Congreso Nacional argentino y también exlegisladora del Parlasur. Autodeclarada abolicionista, Lozano considera que la prostitución de ninguna manera puede ser interpretada como trabajo. “Si una persona debe poner en alquiler los agujeros de su cuerpo para subsistir, estamos hablando de esclavitud y de una híper cosificación de su sostén vital”, aseveró la política. “Los varones que se inician en este tipo de sexualidad son los mismos que van a sus casas y exigen esta contraprestación con sus parejas”, insistió Lozano al referirse a la prostitución como la “primera escuela de desigualdad”. La también historiadora explica que esta idea se remonta al marxismo y otras corrientes de izquierda que hablan de cómo el proletario, en un mundo capitalista, debe vender su fuerza de trabajo porque no es dueño de los medios de producción.
¿Y de dónde surgen las teorías regulacioncitas? De acuerdo a Lozano, el movimiento a favor de la prostitución surge como consecuencia de malas interpretaciones del discurso neoliberal. Según explica, se confunden los conceptos de deseo y derecho con los privilegios que establece el mercado. “¿Hasta dónde llega el derecho de hacer lo que uno quiera solo por tener el dinero para poder hacerlo?”, sostuvo la política. Asimismo, Lozano habló de cómo se modificaron los objetivos del sindicato que hoy conocemos como la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR). En su momento, detalla la historiadora, las mujeres integrantes de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) habían planteado a dicho sindicato como una asociación que había nacido para morir. Esto es, según relata Lozano, porque ninguna de ellas defendía la prostitución, sino que lo que buscaban era crear una instancia institucional que brinde una solución.
Georgina Orellano, activista y secretaria general Nacional de AMMAR, dialogó con NU y afirmó que la clandestinidad y la prohibición es lo que justamente genera explotación. Según Orellano, la perspectiva abolicionista está atravesada por una cuestión de clase y moral donde infantilizan a las trabajadoras sexuales victimizando sus experiencias y trayectorias, criminalizando su trabajo y arrojándolas a mayor marginalidad. “La situación actual de los Trabajadores Sexuales en nuestro país implica carecer de un marco legal y exponernos a contextos de clandestinidad que implican siempre la exposición a la criminalización”, aseveró la activista.
Sobre este último punto, Lozano sostiene que la Constitución argentina establece una zona gris que no prohíbe ejercer la prostitución. Sin embargo, Orellano no está de acuerdo. “Todos los espacios y distintas formas de organización son criminalizadas por códigos contravencionales, ordenanzas municipales, decretos provinciales y legislaciones nacionales que han equivocado al trabajo sexual con la trata de personas ampliando el concepto de explotación y llegando a criminalizar todo el entorno de las trabajadoras sexuales”, rectificó la Secretaria General de AMMAR. Según explica, esta falla se debe a que las normativas vigentes se elaboraron sin consentimiento de las trabajadoras sexuales. En este sentido, Orellano exige la necesidad de repensar las leyes actuales y ofrecer un sistema de despenalización del trabajo sexual y de reconocimiento de derechos laborales.
Este régimen legal no sería algo completamente novedoso para la Argentina. En 1875, se sancionó una ley que regulaba la prostitución y que incluía las llamadas Casas de Tolerancia y Libretas Sanitarias. Según cuenta Lozano, la libreta sanitaria era exigida exclusivamente a las mujeres que ejercían la prostitución. “A los varones no se les pedía nada para usar libremente los agujeros de las mujeres, como si ellos no fuesen la causa de las enfermedades”, afirmó la historiadora quien mencionó a la novela de Lorenzo Stanchina que relata las humillaciones que atravesaban las trabajadoras sexuales como por ejemplo, ponerse vinagre en sus partes íntimas para poder pasar los controles médicos. “Esta es además, la misma época de la Zwi Migdal, una de las redes de trata de blancas más grande que existió en nuestro país”, afirmó Lozano. “Esta experiencia regulacioncita demostró que el Estado es el mayor proxeneta”, declaró la política.
Otra experiencia de despenalización de la prostitución es la de Holanda. El barrio rojo con sus vidrieras llegó a transformarse en un ícono de la capital de los Países Bajos. Recientemente, como consecuencia de disturbios en la vía pública, la alcaldía de Ámsterdam impuso nuevas regulaciones y manifestó la posibilidad de trasladar el centro erótico a los suburbios. Según Lozano, esta suerte de vuelta atrás en la flexibilización del trabajo sexual fue consecuencia de nuevas pruebas que ubican a Ámsterdam como el territorio privilegiado de la trata de personas. “Cuando los proxenetas empiezan a ubicar a sus víctimas, ¿a dónde van? ¿A un país abolicionista? No, van a Holanda porque es mucho más fácil. Y Holanda empezó a ver esto”, detalló la historiadora remarcando los riesgos de legalizar la prostitución en Argentina o en cualquier otro país del mundo.
El interrogante que surge es si existen trabajadoras sexuales que hagan esto por una cuestión puramente de deseo. A mediados del 2000, la serie “Secret Diary of a Call Girl” (Diario Secreto de una Prostituta en español) fue furor a nivel mundial. La producción televisiva estaba basada en la historia real de Brooke Magnanti, una exitosa escritora que para pagar sus estudios universitarios decidió transformarse en acompañante. Lo interesante de esta historia es que se muestra a la prostitución como una elección y hasta un disfrute por parte de quien la ejerce. Asimismo, Magnanti demuestra que la clase no necesariamente determina las personas que integran este rubro. Hoy, es una activista que busca derribar los prejucios que existen alrededor del trabajo sexual.
¿Pero es acaso Magnanti la regla o la excepción? Orellano explicó que desde AMMAR, brindan al feminismo y a la lucha sindical la conciencia de clase. “Como personas que nos reconocemos como pobres y que nos enfrentamos a un mercado laboral de precarización, reconocemos que no elegimos libremente como sucede en otros muchos rubros”, afirmó la activista. “Por eso, insistimos con un marco legal que nos saque de esta situación de clandestinidad y nos otorgue los derechos que todo el resto tiene”, resaltó Orellano.
En este sentido, el debate por la regulación o abolición de la prostitución parece encontrar otra arista: ¿cómo garantizar un trabajo digno a las mujeres y disidencias en situaciones de vulnerabilidad? ¿El trabajo sexual respaldado por un marco legal entraría en esa categoría? Y si se decide ir hacia delante con este modelo, ¿cómo se evita que el proxenetismo internacional siga operando y acumulando víctimas? ¿Qué asegura que no se va a volver a repetir un Ámsterdam en Argentina? Lo único certero es que legisladores y trabajadores sexuales deben trabajar en conjunto para encontrar una respuesta inmediata que logre palear las oscuridades que rodean esta problemática.