El peronismo, desde la muerte de Néstor Kirchner, sufre de un síndrome de desorientación que sumerge a sus dirigentes y militantes en la confusión, el desorden y las tendencias suicidas.
Hoy, el Partido Justicialista es una confederación de partidos provinciales, que operan de acuerdo a las circunstancias coyunturales, sin contenido estratégico. De esta manera, ante la ausencia de mariscales, los coroneles (o gobernadores) se abroquelan en sus territorios y sólo viajan a Buenos Aires para negociar la coparticipación federal.
De política, se habla poco. No hay proyecto político. No lo hubo en 2019 ni lo hay en estos días, después del estrepitoso fracaso del gobierno del Frente de Todos.
De todos modos, en ese marco, Juan Manzur se abre camino por estos días y podría ser parte de la fórmula de la resistencia a la irrupción de Juntos por el Cambio en el gobierno, que podría tener impredecibles consecuencias.
Junto con el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, Manzur conformaría la fórmula de Unión por la Patria, no se sabe el orden, pero aparentemente la candidatura no iría más allá de ellos dos.
Del Frente de Todos a Unión por la Patria
Dicho esto, dentro de las circunstancias mencionadas, la debacle no llegó ni llegará. No hay deserciones masivas, ni miles de tránsfugas migrando hacia otras boletas electorales. El peronismo vive la crisis sin sacar los pies del plato, esperando que surja de su seno una propuesta superadora que le permita a su gente volver a creer.
A pesar de que la victoria de noviembre se parece a una quimera, los precandidatos a presidente se multiplican. Al inoxidable Daniel Scioli se le termina de sumar el exgobernador tucumano Juan Manzur y ya desde antes estaban piafando en la línea de largada algunos jóvenes garañones impertinentes dispuestos a testimoniar, como Juan Grabois y, quizás, Eduardo “Wado” de Pedro, que esquiva el bulto pero no se baja.
La nebulosa en la que pervive por estos días el justicialismo, que no define candidatos ni traza líneas doctrinarias, quizás esté ocultando una jugada inesperada. Quizás, se dice en el seno de la militancia, la fórmula podría ser Wado-Manzur, aunque no está descartado el dúo Massa-Manzur o Massa-Wado o Wado-Massa. De todos modos, el tigrense no sería candidato presidencial y se refugiaría en una banca en el Senado hasta que lleguen mejores tiempos.
La sorpresa, por lo tanto, sólo puede provenir de la creativa mano de Cristina Fernández de Kirchner. Tanta indefinición, tanto misterio –no se ha filtrado ni un solo nombre definitivo, ni siquiera uno probable, más allá de lo que Ella anticipó en una entrevista televisiva-, sólo tienen sentido si la candidata es Ella.
Sino es Ella, finalmente, la representante del peronismo en esta lid, el prolongado misterio obstaculiza más que ayuda. Faltarán apenas dos días para el cierre de las listas cuando esta edición esté llegando a las pantallas de los suscriptores y nadie sabe nada. El problema que produce el silencio es la desmovilización. El elefante que es el peronismo tarda en ponerse en marcha. No es un partido chico y las conducciones zonales tienen que poner en marcha los mecanismos electorales y eso lleva tiempo y se corre el peligro de comenzar la campaña demasiado tarde y que el tiempo sea insuficiente.
La única manera de desentumecer el mecanismo es la bendición de un/a candidato/a que enerve a la militancia. Éste ya debería estar probado/a y debería ser capaz de poner en marcha -sólo con la mención de su nombre- al peronismo, cuyos activistas son hoy pasto de la desilusión que provoca un gobierno al que no consideran como propio y que fue entronizado por los mismos dirigentes que hoy llaman a volver a votarlos. En este galimatías está incluida hasta la dirigente más popular del espacio, Cristina Fernández de Kirchner. En las redes hay viejos militantes que se atreven hasta a cuestionarla a Ella, que hasta hace poco era intocable.
De todos modos, Ella convoca en torno a sí misma a multitudes de peronistas, como ningún otro candidato podría lograrlo. Es difícil que lance su candidatura, pero existen muchos que abogan para que esto ocurra, cada vez con menos esperanzas.
Furia en el Coliseo
Entretanto, en la arena luchan los gladiadores y no hay cuartel. La lucha será feroz, tanto que hasta puede ser que los votantes de la lista perdedora en las PASO finalmente elijan en las generales otra boleta. En ese caso, quizás el principal beneficiario por las heridas que dejan las luchas intestinas sea Javier Milei.
Una muestra de la ferocidad de la interna la dieron Scioli y su apoderado Aníbal “Alberto” Fernández, que impugnaron dos puntos del reglamento electoral que regirá en la Provincia de Buenos Aires. El primero es la cláusula que les exige conseguir un 20% de los avales por fuera del PJ, es decir, de los partidos que integran el Frente de Todos. El segundo es el lugar que les ofrecen a sus candidatos si superan el piso del 30%, que se intercalarán recién desde el sexto puesto en las listas de concejales.
El exgobernador realizó tres presentaciones: ante la Junta Electoral de la provincia, ante el juez federal electoral Alejo Ramos Padilla y ante la Junta Electoral del PJ bonaerense.
Unos pocos días antes, se produjo otra muestra de la rabia electoral, cuando 17 intendentes bonaerenses firmaron un documento en el que expresaron la decisión de que en la provincia no habrá listas cortas. Esto quiere decir que la fórmula presidencial y la que se decida para la Provincia no serán compartidas. Los jefes comunales, además, se mostraron en desacuerdo con la elección del candidato en las PASO. Ellos siempre exigieron lista de unidad para la Nación y para la provincia.
En buen criollo, Scioli deberá llevar una boleta que incluya todas las categorías: presidente-vicepresidente-senadores nacionales-diputados nacionales-gobernador-vicegobernador-senadores provinciales-diputados provinciales-intendente-concejales-consejeros escolares. Por supuesto, la boleta que lleve al frente a Axel Kicillof también lo hará.
No habrá, por lo tanto, intendentes que lleven dos candidatos presidenciales diferentes, como era el deseo de Unidos Triunfaremos –la lista de Scioli-, lo que complica sus posibilidades. Si además el Movimiento Evita cierra con el PJ para que le abran la interna en 13 municipios, la territorialidad con la que contaba Scioli, que había firmado una especie de preacuerdo con los hombres de Pérsico, está terminada.
El sábado este capítulo estará cerrado. Todos los cierres de listas, desde que existe el peronismo, demandaron nervios de acero a sus protagonistas. No será ésta la excepción, aunque a la tensión extrema habrá que sumarle en esta ocasión la incertidumbre.
Para hacerse los rulos
Algún dato asoma, entre tanto desorden. Si la candidata es Ella, existen probabilidades de revertir una elección difícil. Si, en cambio, los postulantes fueran Massa, De Pedro o Manzur, es que la suerte “es grela” y sus candidaturas serán parte de una batalla en la que lo más importante será evitar la dispersión, antes que el triunfo.
En el peronismo nunca hay aguas calmas, pero esta vez la tempestad aguarda, agazapada detrás de las promesas incumplidas de un gobierno que no dio la talla. Como mariscal de la derrota, Alberto Fernández, que se confesó como “un liberal socialdemócrata” y por lo tanto, muy lejano al peronismo, jamás podrá volver a ser candidato a nada.
El Movimiento Peronista se encuentra, por consecuencia, en una encrucijada de la que le costará salir bien parado. Las deudas que mantiene con la sociedad –adquiridas en los últimos cuatro años- son indignas de su historia y sería casi un milagro que no hubiera una sanción social a causa de ello.
El sábado comenzará a develarse la magnitud de la pena.