Casi todo en este mundo, para simplificar groseramente, se divide en dos partes opuestas entre si: bueno/malo, negro/blanco, feo/lindo… Después, para complejizar el análisis, aparecen las gamas para hacer más entretenido el paisaje.
La política, lejos de escapar a esa regla universal, se adhiere por necesidad a ella. Los partidos políticos más o menos tradicionales cuentan en sus filas con unos pocos (dirigentes) que determinan la voluntad de unos muchos (militantes, simpatizantes, adherentes, voluntarios…). Estos pocos (dirigentes) son poco y nada inocentes. Conocen el oficio y saben en qué momento esperar, callar, hablar, pelear o sellar la paz en una oficina del Congreso. Los muchos, en cambio, aunque sospechen saber mucho, poco saben. O nada.
Esos pocos pertenecen al mundo de los “vivos”, de los “inteligentes”. Son aquellos que, cubiertos de información, analizan y planifican a corto, mediano y largo plazo. Los que, en definitiva, utilizan un método específico y mueven las piezas para conveniencia personal, casi siempre disfrazada de interés colectivo. Así, cuando triunfan, los muchos festejan en público lo que unos pocos disfrutan en territorio privado.
Los “vivos”, los “inteligentes”, los “estrategas”, pongamos, saben hoy que el país está en ruinas y que, para quitar los escombros, no servirán herramientas pequeñas sino maquinaria bruta, pesada, que romperán, con seguridad, muchos huesos de víctimas que han quedado bajo las piedras. Mucha gente, demasiada, gritando, llorando, sufriendo… Saben, también, de un partido y del otro, que el gobierno saliente fue un verdadero desastre, dejando a la administración en manos de la desidia, montando ante los ojos del argentino un espectáculo vil y bochornoso.
La política comprende que no continuar bajo esas reglas es suicida. Todas las variables, todas, empeoraron. Quizá sea éste uno de los pocos análisis que la política comparte con sus electores. Pero, ¿quién se anima a romperlas?
Massa, impulsado por el afán de cumplir su sueño, empeñó lo que el Estado no tenía para convertirse en Presidente de los argentinos. No salió.
Apareció, ante la permanente falta de respeto del oficialismo y la oposición hacia el electorado, un personaje extraño. Un hombre al que buena parte de la política, al menos durante un tiempo, le quitó seriedad dado su aspecto y sus gritos Claro, eso ocurrió hasta que comenzó a escalar en las encuestas. Después el recelo, el temor, el miedo…
Y ganó.
Y ahora ocupa el sillón de Rivadavia. Pasado el impacto inicial, Milei debe gobernar este país hecho pedazos. Ahora bien, ¿la política tradicional, sea Massa o sea Bullrich, se iba a animar a poner en práctica el bárbaro ajuste que viene?. No lo creo. Ajustar iban a ajustar. De eso no hay dudas. Cediendo, eso sí, ante sindicatos, piqueteros, fuerzas de choque, bancos, empresas… Implementarían medidas siempre condicionadas por corporaciones y sectores privilegiados de la vida argentina. Un ajuste que llegaría hasta diciembre del 2024, porque en el 2025 comenzaría la campaña bajo un festival de bonos y subsidios que garanticen diputados afines. Y volver a empezar lo que nunca se termina.
La historia sin fin de la Argentina.
El ajuste alguien lo tiene que hacer. Guste, no guste. Solo un tipo que no provenga de las estructuras políticas sería capaz de agarrar un taladro y tomar semejantes decisiones. Entonces, sin apremios económicos personales, sin urgencias ni pasiones, los “estrategas” aplicarán el arte de la paciencia Y para la gilada arrojarán, cómo galletitas a los monos, alguna declaración sonora, un ensayado ademán de conflicto, la indignación a viva voz… pero la sangre jamás llegará al río.
Pagar el altísimo costo por hacer lo que se debe hacer no es tarea de “estrategas” ni de políticos tradicionales. “Mejor aguardar un turno y que el costo lo pague peluca”, piensan, dicen en voz baja, entre cuatro paredes y otros “estrategas” bien pagos.
Los “vivos”, los “inteligentes”, los que planifican, los que sí saben jugar de memoria a este juego perverso, no les quedará otra que apartarse por un rato del calor que hoy quema y dejar que todo lo feo, todo lo malo, todo lo horrible lo haga el flamante presidente, siempre bajo su estricta responsabilidad.
Mientras tanto, los militantes “emocionales”, lúmpenes de dedos victoriosos, ignorantes de estrategias, buscarán interrumpir, sin saberlo y sin suerte, con las armas mal usadas de las redes sociales, la planificación de los que sí saben y aguardan mejores tiempos, para regresar al calor que alguna vez, si el otro hace lo que corresponde, dejará de quemar. Y a disfrutar después.
Sin saberlo, los militantes de la graciosa resistencia, repiten el esquema que practicaron contra Macri, olvidando que casi todas las leyes que se votaron en ese periodo fueron acompañadas por la oposición. Que Macri después se haya convertido en un político tradicional, de esos que evitan tomar decisiones drásticas para no pagar costos, es otro cantar.
La trup de extras que tiene la política, esos viejos/nuevos lúmpenes de reparto, no hace mucho se tuvieron que meter el helicóptero en un lugar íntimo, no siempre pequeño ni agradable.
La historia suele repetir acontecimientos innobles.