Una movilización de la dimensión de la que sucedió este 24 de enero en la Argentina, hace un par de décadas atrás hubiera puesto en serias dificultades a cualquier Poder Ejecutivo. Eso ahora no pasa, pero pasan otras cosas.
Hoy la dirigencia política y sindical está seriamente cuestionada por buena parte de la sociedad, pero el nivel del enojo con los precios del diario vivir y los riesgos ante lo que se quiere implantar en el país, hace que esta movida no pueda pasar de largo como pretende minimizar el gobierno. Quizás haya sido el germen de lo que puede explotar cuando una clase media definitivamente empobrecida se movilice (de muy mal humor), lo que podría suceder lamentablemente –con esta política y estos “nuevos-viejos políticos”- más temprano que tarde. El carácter nacional de la protesta (organización y auto convocados), la cantidad (cientos de miles) en cada rincón del país, el tono de los discursos, la angustia sobre el futuro, las decisiones políticas que se pusieron en danza y sobre todo la gravísima situación económica por la que atraviesa una gran parte de nuestra población, hicieron de este paro y movilización algo un poco especial, por lo que sucede y por la oportunidad. Quizás algún día pueda ser recordado como un principio de reconciliación del movimiento obrero con el pueblo argentino en general como también el primer signo de alerta rojo de esta sociedad ante tamaño desatino gubernamental.
Un señor Presidente que, para nuestra desgracia colectiva, desconoce la inteligencia y la sensatez a la hora ejercer la primera magistratura, pretendió reformatear este país con mil artículos entre el DNU y la Ley Ómnibus, con la complicidad de su hermana, sus perros y algunos “amigos” de esos que aparecen siempre cuando uno ostenta el poder. Y que luego te dejan tirado, pasó y seguirá pasando más cuando el Uno es un principiante. Así y todo, son bastante pocos institucionalmente, y en términos de actitudes democráticas, se mueven con intolerancia. Como primera apreciación política de sus actos de gobierno surge que carecen de las herramientas básicas y mínimas que se deben tener para moldear una metamorfosis importante en un país de la dimensión que tiene la Argentina. Nadie que no tenga muchos equipos preparados (y probados) con anterioridad se puede proponer con seriedad realizar una tarea semejante. Una transformación que no tiene sustento en los mil artículos, que van disminuyendo (y seguirá así, si no caducan antes) a medida que van chocando con la realidad. Fueron extraídos de una serie conceptual de “buenas intenciones liberales” que elaboró alguien (quizás Federico Sturzenegger) y luego transformadas de apuro en dos normas por un conjunto de estudios “especialistas” en materia económica, que garantizan legalmente algunas decisiones incorrectas desde el punto de vista de defensa del Estado Nacional. Lo hacen habitualmente para incrementar las ganancias de determinadas corporaciones que se ven reflejadas en su contenido como las grandes ganadoras de esas normas. Estos estudios están acostumbrados a darle marco legal al ensanchamiento infinito de la brecha social.
El tema de las normas en el Congreso (y en la Justicia también) solo conoce de retrasos, marchas atrás, eliminaciones, amparos y desencuentros. Se verificó que, con visible amateurismo, es difícil así que le vaya bien al gobierno que hoy tiene una minoría legislativa desesperante. Un gobierno, que quiere ser ayudado por una interesante cantidad de bloques, no logra coordinar una estrategia correcta para que eso suceda y entre agresiones y extorsiones, cada vez se aleja más del objetivo. Parece que tenían razón aquellos que decían: cuando ves que tu enemigo se está equivocando en su accionar, no lo distraigas, dejalo.
Llegará algún momento en que no será necesario seguir a tal o cual partido, o escuchar a determinado político que “tiene clara como es la salida”. Solo el hartazgo popular de otras conducciones le dio la oportunidad al nuevo Presidente de asumir el destino de los argentinos. Claramente el nuevo concepto de “cabeza de termo” sirve de alguna manera para explicar cómo una parte importante de nuestro electorado decidió castigar al sistema político suicidándose. La pregunta es ¿por qué?
Las sucesiones de errores en la implementación del más macabro plan de ajuste ya se notan cuando pagás el transporte, la comida, los servicios públicos, las prepagas, los colegios privados y los barriales, los medicamentos, etc, elementos suntuosos, salvo para algunos privilegiados. De diversión, cultura, ciencia y deportes ni hablemos. Y pobres jubilados. De crecimiento del PBI, de crear puestos de trabajo, de mayores exportaciones con mayor producción ni hablemos. No está siquiera en el debate. Ni en el Excel de los Conan de Olivos.
Un plan económico de desregulación absoluta de la economía, de presentar a la Argentina como un bocado especial para los intereses concentrados vernáculos o multinacionales, muy parecido a éste, nos costó como pueblo mucha lucha, persecución, terrorismo de Estado, muertes y desparecidos. Eso fue a sangre y fuego, no en democracia. Pensamos en el 83 que habíamos aprendido todos de los errores. Pero nos volvimos a equivocar. Los más chicos no tienen la culpa. La mayoría ni sabe.
En un país como Argentina, un cuarenta por ciento de pobres y 211% anual de inflación es una buena razón para votar a cualquiera. Pero cuando el personaje sale del slogan y la campaña, y viene por todo, hay que despertarse, ya que otra vez el país queda con la soga al cuello. Reaccionar, el verbo. La CGT empezó hoy, la clase media más tranquila está encendiendo los motores, encima son trabajadores más precarizados.
El cambio como objetivo: se busca un cambio de rumbo, de modos, de Gabinete, de intereses, de todo. Es lo que se siente en la calle.