La docta ignorancia, la ignava ratio y el tosco lenguaje de la política argentina

La docta ignorancia, la ignava ratio y el tosco lenguaje de la política argentina

Briski denunció que nos roban la ficción. La verdad se maquilla para engañar al pueblo. Sócrates sólo sabía que no sabía nada, pero algunos alardean.


Luego de recibir su premio, el actor Norman Briski se quejó por la situación del país, culminando su discurso con una frase emblemática. “Nos están afanando la ficción -espetó-, está en la Rosada la ficción”.

Es que cuando la realidad está camuflada por vistosos maquillajes que no permiten conocer su verdadero rostro, la necesidad de desenmascararla se vuelve urgente. En este punto, sólo la ciencia posee el camino para llegar a algún punto de mínimas certezas, en medio de un mundo líquido, sin techo ni piso.

En estos días le llaman economía al estudio de las finanzas, política a un menjunje de palabras vacías que no definen nada y solidaridad a eso que muestran las bandas gubernamentales, negando la entrega de alimentos a los más necesitados.

No existe una realidad comprobable en estos días. Ha sido reemplazada por eufemismos que disfrazan la mentira, a la vez que intentan presentar como verdaderas a una serie de inciertas afirmaciones, que distan mucho de lo que se muestra. Nada es lo que parece, en resumen.

No sólo eso, a veces lo que es, es lo contrario de lo que pareciera ser. Por eso, se brindan cifras sobre salarios y jubilaciones que no se condicen con la percepción del Pueblo y se lanzan afirmaciones acerca de dudosas mejoras en el bienestar de los argentinos, mientras éstos siguen soportando el saqueo de sus bolsillos.

Acerca del conocimiento: Sócrates

Sócrates, filósofo griego que vivió 400 años antes de Cristo, planteaba que el conocimiento partía de la admisión de la propia ignorancia. “Sólo sé que no sé nada”, repetía, para afirmar luego que quien no cree encontrarse falto de nada, no siente la necesidad de conocer más de lo que ya conoce.

La docta ignorancia a la que se refería Sócrates nace del ansia de saber. Por el contrario, la pereza por el aprender, la ignava ratio, es propia de quienes creen tener conocimientos que en realidad son erróneos. Ellos son quienes más daño le infligen a la humanidad, al difundir presuntos saberes que no son tales.

Mil setecientos años después de Sócrates, el gran Dante Alighieri llegó al Infierno, acompañado por el poeta Virgilio. Allí, en la entrada llegó de repente al Vestíbulo de los ignavos, adonde se encontraban “las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanza ni vituperio”. Ésos eran los perezosos, los ignavos, que aquí en la Argentina son conocidos en el Siglo 21 como nabos, en una mítica vuelta de tuerca del ingenio nacional para apropiarnos de las verdades eternas. El mito del gran Naboletti es su epítome argento.

Estos ignav(b)os no fueron aceptados por el Cielo, que no quería “ser menos hermoso” si estos zapatracas hubieran sido ingresados en él, ni tampoco en el Infierno, “por la gloria que podrían reportar a los demás culpables”, ya que cualquier malvado sería el rey de los malvados, comparado con esos cobardes, perezosos e inútiles, que no eran malvados, sino sólo hombres temerosos, que vivían sólo para sí mismos. En su intrascendencia, no fueron ni alabados ni despreciados.

Platón: Doxa y Episteme

El ateniense señaló dos clases de conocimiento. La doxa u opinión se refiere al conocimiento que se adquiere por medio de los sentidos. Episteme, en cambio es el conocimiento de las cosas por sus causas. Son el mundo sensible (doxa) y el mundo inteligible. Episteme es la ciencia. Doxa es percepción por la vista, el tacto, el oído, el gusto y el olfato. Una visión superficial.

Ambos se comparan con la alegoría de la caverna. Platón describió a un grupo de hombres atados e inmoviliados con cadenas. Sólo pueden ver frente a sí una pared. No pueden moverse. Justo detrás de ellos hay un muro y, el otro lado del muro, un pasillo. Más allá del pasillo, una hoguera. Por el pasillo pasan personas portando distintos objetos. La luz de la hoguera proyecta sus sombras contra la pared de la caverna. Los hombres nunca han visto a los porteadores, ni han visto el resto del mundo. Sólo vieron las sombras que se proyectan contra la pared, a las que ellos consideran el mundo, su mundo, porque no pueden siquiera darse vuelta. Si uno de los prisioneros fuera liberado, al poder ver a los hombres se encontraría con una realidad inesperada. Nada sería como lo que imaginó. Conocería nuevas complejidades. El mundo que dejaría atrás, que es el que captaba por sus sentidos, sería el de la apariencia, que no es verdadero, sino apenas una percepción parcial de la realidad que ocurría a sus espaldas. La oscuridad de la caverna es, pues, la doxa. Cuando el hombre logra ver y analizar la realidad, puede llegar a la episteme, si considera que es un ignorante y siente la necesidad de abandonar la ignava ratio, es decir, la pereza intelectual, para ir al encuentro del conocimiento.

Ignavos, brutos y clientes del Infierno en la Argentina de hoy

Hay cientos de almas mediocres, que no sienten ni frío ni calor frente al clamor de los más necesitados. Hacen gala de una dolorosa indiferencia que los asimila a los ignavos que describiera Alighieri en el Canto Tercero de su Divina Comedia.

Frente a ellos se alzan los inescrupulosos, que aprovechando su prescindencia cierran hospitales, clausuran oficinas imprescindibles para el desarrollo nacional, desfinancian a la cultura y a las universidades, despiden a miles de trabajadores del Estado y provocan una crisis que genera un efecto similar en la actividad privada. Resumiendo: menos empleo, menos producción, más bicicleta financiera, más LELIQs, más LECAPs, más BONCAP, más BONCER y más Bonos Dólar Linked. Todos los días el Ministerio de Economía habla en un lenguaje financiero en su información a los medios, pero no existen prácticamente alusiones a la producción, a la actividad fabril, a la ocupación de la capacidad instalada de la industria y al nivel de empleo productivo.

Las inútiles premisas desarrolladas por este cronista en los párrafos anteriores no serán escuchadas, ni atendidas por los dueños de la Argentina. No ven más allá de los sentidos y la filosofía no es materia de su atención. No existe la responsabilidad por sus actos. El propio presidente de la Nación expresó su desapego por las consecuencias de sus actos, desentendiéndose incluso de la sanción electoral que le pueda caber en el futuro.

Según Aristóteles, el estagirita, la episteme no es accesible para cualquier gandul. Es necesario que el aspirante privilegie el análisis del razonamiento deductivo y, en especial, el razonamiento deductivo categórico o silogismo. Para el peripatético el razonamiento es una sucesión de juicios, en la que se parte de una proposición conocida para llegar a descubrir otras proposiciones aún desconocidas.

Nada de esto ocurre en Argentina, donde se gobierna a los tropezones, se dictamina sin sabiduría jurídica y se vota en los parlamentos a fuerza de amenazas, reparto de favores y de alegrías efímeras.

Paralelamente, en medio de la decadencia, el debate político se redujo a un lenguaje soez y al uso de adjetivos calificativos de pésima estofa.

En diez meses de gobierno, un resumen del lenguaje presidencial arroja un saldo de descalificaciones casi increíbles, en algunos casos. Al presidente brasileño Luiz Inácio “Lula” Da Silva lo llamó “zurdo salvaje”, a pesar de que Brasil es el principal socio comercial de Argentina. De cuidar los intereses nacionales, cero. Al presidente colombiano Gustavo Petro lo calificó de “comunista asesino”, en referencia a su pasado como guerrillero del M-19. Con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador fue casi amistoso: sólo lo tildó de “ignorante”. Con el presidente chileno Gabriel Boric se mostró poético: le dijo que era un “empobrecedor”.

Pero donde Javier Gerardo Milei brilla a gran altura es cuando insulta desde los escenarios. Como buen aspirante a estrella Rollinga, el presidente se lanzó contra todos, en un raid verbal de escaso vuelo, en el acto de lanzamiento de su campaña electoral para 2025, realizado en Parque Lezama el 1° de octubre último.

Habló primero de los medios de comunicación de manera tan grosera que sólo enunciar su adjetivación ruboriza a este cronista. Aludiendo a su sentimiento de haber ganado una batalla cultural contra las empresas de comunicación, JGM anunció que “les cerramos el orto a los medios, pedazos de soretes”. Lo extraño del caso es que estas alusiones a los esfínteres y a ciertas prácticas amatorias libertinas son una constante en el presidente, que pareciera estar revelando sus preferencias en público, con dudosa elegancia.

A continuación, el excéntrico economista comenzó a ametrallar verbalmente a sus adversarios con su habitual escaso buen gusto. A los gremialistas los calificó como “sindigarcas”; a los kirchneristas les dijo que son “una manga de delincuentes”; a Horacio Rodríguez Larreta, casi educadamente, conociendo el paño, lo nombró “el siniestro”; a los diputados los acusó de haberse convertido en “parásitos de la política”; a los economistas que no adoptaron los principios de la escuela austríaca los tildó de “econochantas” y a todos los integrantes del gabinete de su antecesor en el cargo, Alberto Fernández, les espetó que son “degenerados fiscales”.

Días después, en el día de su cumpleaños, los granaderos lo recibieron con un regalo y el presidente derramó cocodrílicas lágrimas de emoción y un autocrítico “no lo merezco”.

Para cerrar la semana, se regodeó asegurando que “me encantaría meter el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”. La expresidenta lo tomó como una amenaza implícita y lo denunció ante la justicia. No se juega con tanta irresponsabilidad con una persona a la que le gatillaron dos veces en la cabeza.

La ciencia económica y la ciencia política no parecen estar pasando por su menor momento en la Argentina del presente, por lo que en ocasiones es necesario refrescar nuestros recuerdos de los maestros del pasado, los que nos enseñaron a pensar el mundo.

Por eso, Sócrates, que derramó la cicuta en su garganta para pasar a mejor vida, dijo, sabiendo perfectamente lo que decía, que “cuando el debate se ha perdido, la calumnia es la herramienta del perdedor”. Nunca tan actual una consigna que lo llevó a la muerte por cuestionar a los gobernantes de Atenas.

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