Recientemente, el Vocero Presidencial Manuel Adorni comunicó que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) “dejará de financiar películas que impliquen fracasos comerciales”. Señaló que, en 2023, el 50% del financiamiento del Instituto se destinó a películas “con menos de 1000 espectadores cada una”. Este argumento se utilizó para justificar el recorte presupuestario estatal al cine nacional, al resaltar que algunas producciones tienen un público muy limitado.
Sin embargo, estas declaraciones abren un debate importante. En un contexto donde existen múltiples plataformas y redes, realmente, ¿podemos medir el éxito de una película solo por la cantidad de espectadores en la sala? ¿El cine es una herramienta crucial para la construcción de identidad y memoria colectiva? ¿O sólo se valoran los resultados en términos económicos?
Rodolfo Durán, productor, director y guionista de cine, confesó que el temor al cierre del INCAA está latente desde hace un año. Manifestó que aún no ocurrió debido a “la presión del gremio y la viralización del tema”, pero que está completamente desfinanciado.
Durán, que dirigió películas como Lobos, El Karma de Carmen y Cuando yo te vuelva a ver, explicó que antes del actual gobierno, era posible presentar proyectos cinematográficos, que pasaban por un proceso de selección con jurados. Aproximadamente el 50% de las propuestas eran aprobadas, lo que resultaba en unas 200 películas financiadas por año. Actualmente, esa posibilidad ya no existe. “Hace dos meses comenzaron a hacerse concursos con miles de propuestas. Con suerte, el año que viene va a haber 30 películas, o menos”, comparó.
El productor reconoció que existe un prejuicio arraigado de que “las películas argentinas no las va a ver nadie”. Este argumento fue utilizado por el gobierno para dejar de apoyar a nuestro cine nacional. Sin embargo, destacó que esta idea no es real. “Hoy los espectadores no están solamente en la sala de cine, los espectadores están en los streamings, en los canales de cable, en Youtube, en montones de lugares. No estamos en 1980, cuando aparecieron los videoclubs”.
El desfinanciamiento llegó al Festival de Mar del Plata
Este año, del 21 de noviembre al 1 de diciembre, se celebró la 39ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, uno de los eventos cinematográficos más importantes de Argentina. Esta muestra combina producciones nacionales e internacionales, y se mantiene como una plataforma clave para la industria de la pantalla grande.
Sin embargo, esta edición enfrentó críticas por su baja convocatoria y por la aparición de una muestra paralela llamada Contracampo. Esta iniciativa, organizada por realizadores argentinos, surgió como una respuesta a los recortes presupuestarios y a las políticas implementadas por la nueva gestión del Gobierno en el INCAA. Contracampo cuestionó abiertamente estas decisiones, y propuso un espacio alternativo que busca destacar la diversidad y la resistencia cultural frente a las adversidades del sector. A pesar de ello, Durán opinó que Contracampo tuvo mucho más éxito que la exhibición de Mar del Plata. “No era en contra del reconocido festival, sino era una muestra de protesta frente a las nuevas políticas tomadas en el INCAA”, enfatizó.
Ambos festivales tienen objetivos claramente diferenciados. Mientras que Contracampo apuesta por destacar el cine independiente y experimental, con producciones locales cargadas de contenido crítico, al mismo tiempo busca visibilizar el impacto de los recortes presupuestarios en el ámbito cultural y cuestionar las políticas oficiales. Del otro lado, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se caracteriza por una programación más extensa y consolidada, abarcando tanto el cine nacional como internacional, con un enfoque menos político y una trayectoria histórica que lo respalda.
Durán reflexionó sobre la falta de continuidad en las respuestas frente a los recortes: “Al principio había mucha reacción, pero después todo se va diluyendo, por ejemplo las marchas”. Para él, la solución pasa por varios factores, entre ellos la movilización, pero también por aceptar que “el cine es el tema menos grave de los que están ocurriendo. A la gente le están sacando la comida, los remedios. Estamos en una situación terminal y entre esas cosas, está el cine”.
A pesar de las dificultades, subrayó la importancia de mantener activa la industria cultural para asegurar empleo, dinamismo y movimiento en el sector, incluso cuando las condiciones son desfavorables. “Nosotros presentamos proyectos, aunque no sabemos quién los lee ni cómo los evalúan. Algunos dicen que no hay que presentar nada con esta gestión, pero es nuestro dinero, y si es lo único que hay, debemos usarlo”.
Las medidas de desfinanciamiento del cine amenazan a la producción de películas locales, pero también a espacios emblemáticos, como el Cine Gaumont, diversos festivales cinematográficos y cientos de puestos de trabajo en la industria audiovisual. “El cine es una pyme que mueve una gran cantidad de actividad económica. Emplea a actores, técnicos, y contrata servicios de transporte, alquiler de equipos, empresas de postproducción de imagen y sonido, catering, hotelería, entre muchos otros”, concluyó.
Desde la asunción del gobierno de Javier Milei, las presiones constantes sobre el desfinanciamiento de lo público y la construcción de lo privado estuvieron presentes. Este escenario de recortes impacta a sectores como el cine, pero también pone en riesgo el acceso a bienes fundamentales como la educación, la salud y la seguridad social.
En medio de este contexto, la cultura y el cine nacional se convierten en un reflejo de una lucha más amplia, donde se defiende la producción artística, los derechos de los trabajadores, la diversidad de voces y la preservación de la memoria colectiva para cuidar la democracia. Sin embargo, como señaló Durán, la continuidad de los proyectos y la búsqueda de alternativas se mantienen vigentes, porque la cultura no es un lujo, sino una necesidad para la construcción de una sociedad más inclusiva y plural.