Este año, que recién estamos comenzando a recorrer, tiene una fuerte carga simbólica desde el aspecto histórico. A lo largo de 2025, en todo el mundo, y especialmente en la Federación Rusa y en las repúblicas que formaban parte de la Unión Soviética, se celebrarán los ochenta años de la Gran Victoria del Ejercito Rojo sobre el nazismo, con un gran número de eventos conmemorativos del sacrificio y la enorme hazaña del pueblo soviético, cuyo acto central será, sin dudas, el 9 de mayo en la Plaza Roja, durante el Desfile de la Victoria.
A propósito de lo antes mencionado, surge una pregunta: ¿La mayor relevancia simbólica e histórica de este 80° aniversario, solo se debe a cumplirse ocho décadas del triunfo soviético sobre el nazismo, o podría estar relacionado con la nueva amenaza a la que se enfrenta, una vez más, el pueblo ruso?
Como bien sabemos, la disolución de la URSS, en 1991, fue un hecho traumático para la inmensa mayoría de los pueblos que formaban parte del país soviético, derivando en una década de gran sufrimiento, y de un enorme deterioro de todos los indicadores sociales, especialmente para los ciudadanos de la recién nacida Federación Rusa. Algunos sintieron que ese era el precio que debían pagar para lavar las “culpas”, por un oscuro pasado comunista y así poder sumarse al mundo occidental, idea instalada a través de la propaganda estadounidense, alimentada por los textos antisoviéticos, llenos de mentiras y fabulas, de agentes como Antony Beevor o Robert Conquest, e incluso desde la misma Rusia, gracias a la acción de traidores y enemigos internos, como Alexandr Solzhenitsyn o la asociación “Memorial”, por ejemplo, desde antes de la caída misma de la URSS.
A pesar de que, con la desaparición de la Unión Soviética, la Guerra Fría había terminado con un triunfo del occidente capitalista encabezado por los Estados Unidos, las hostilidades hacia la nueva Rusia, insertada en el mundo del libre mercado, no parecían relajarse, promoviéndose guerras y financiando a movimientos separatistas y grupos terroristas, por intermedio de la CIA, a pesar del inagotable servilismo del primer presidente de la Federación, Borís Yeltsin, para con occidente.
A la llegada de Vladímir Putin a la presidencia de Rusia, el rumbo del gobierno cambió. Se inició la reconstrucción de un país desbastado por la corrupción, el crimen organizado, el terrorismo integrista y separatista, el poder de una oligarquía traidora a los intereses de Rusia y su pueblo y una economía dominada por agentes extranjeros. Sin embargo, esto no significó el alejamiento del kremlin de una política de sincera amistad y asociación con occidente en general y Europa en particular, desde una posición de respeto mutuo. Cabe recordar que ante los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 2001 en los EEUU, el presidente Putin fue el primer mandatario en comunicarse con George W. Bush y solidarizarse con el pueblo estadounidense por aquel ataque terrorista y ofrecer la colaboración y la ayuda de Moscú a Washington.
La respuesta a la mano tendida del presidente Putin a occidente, en señal de amistad, fue la profundización de las políticas hostiles de EEUU, a través de la OTAN, y su expansión hacia las fronteras de Rusia, en una actitud claramente amenazante a la seguridad nacional del gigante euroasiático.
Diferentes administraciones estadounidenses, independientemente de su signo político, han incumplido las promesas realizadas en 1990, de no expandir la alianza atlántica hacia el este, a cambio de que el Kremlin consintiese la reunificación alemana. A partir de 1999, la OTAN no solo ha sumado a su organización a prácticamente la totalidad de los países que integraban el Pacto de Varsovia, sino que en 2004 le dieron el ingreso en el bloque militar a los países bálticos, tres exrepúblicas de la URSS y ese mismo año desde agencias occidentales se promovió una revolución de colores en Ucrania, llevando al poder a un político de ideología neonazi, como Víktor Yúshchenko. En 2008, en la cumbre de la organización atlántica en Bucarest, como una nueva provocación, se consideró la posibilidad de un futuro ingreso de Ucrania y Georgia a la OTAN, alentando con esta actitud, el inicio del intento de limpieza étnica contra la población de Osetia del Sur, por parte del presidente georgiano prooccidental Mikhail Saakashvili, concluyendo esta agresión con una victoria rusa, en una guerra que duró cinco días y logró evitar la matanza del pueblo osetio a manos del gobierno de Tbilisi, alentado por Washington.
Las amenazas del llamado “occidente colectivo”, contra la Federación Rusa, no han hechos más que crecer en número y peligrosidad desde finales de 2014 y comienzos de 2015, con la desestabilización del gobierno ucraniano y, a continuación, el golpe de Estado contra Víktor Yanukóvich, hecho promovido por la administración Obama-Biden, lo que condujo al inicio de la guerra civil en el Donbáss y los posteriores Acuerdos de Minsk, violados e incumplidos tanto por Kiev, como por los garantes Alemania y Francia.
Sin dudas, el periodo más crítico de las tensiones se extendió a lo largo de todo el mandato de la administración Biden-Harris, comenzando al inicio de la Operación Militar Especial rusa, el 24 de febrero de 2022, ejecutada en respuesta al intento de Kiev, ocho días antes, el 16 de febrero, de lanzar una gran ofensiva y limpieza étnica contra la población del Donbáss.
Esta breve crónica, repasando las amenazas contra la Federación Rusa, que acabamos de hacer, muestra lo real que es la amenaza existencial que enfrentan, Rusia como Estado y su pueblo, por parte de la hegemonía globalista que no desprecia ningún medio ni riesgo, incluyendo la posibilidad cierta de una guerra mundial nuclear, para tratar de conservar la vigencia de un mundo unipolar y arbitrario.
A continuación abordaré, brevemente, las particularidades geopolíticas del presente año y algunos posibles escenarios, los que podrían convertir al 2025, en un año histórico.
La salida de los demócratas de la Casa Blanca, ha reducido las tensiones, así como la retórica guerrerista antirrusa por parte de Washington, descartando un posible futuro enfrentamiento bélico directo entre Washington y Moscú. Por otro lado, la suspensión por noventa días de cualquier asistencia militar o económica al régimen de Kiev por parte de la administración Trump, es sin duda una buena noticia para acelerar la finalización de un conflicto apañado por la OTAN contra Rusia, sostenido artificialmente con los recursos de los contribuyentes estadounidenses y europeos, a costa de los ucranianos, usados como carne de cañón.
Lo más importante de la victoria de la Federación Rusa en Ucrania, es que significará el triunfo, una vez más, de Rusia y su pueblo, sobre una coalición internacional (que, en alguna medida, nos recuerda a los ejércitos de Napoleón y de Hitler), que buscaba su desmembramiento y desaparición como estado, habiendo mantenido, a lo largo de estos casi tres años, al mundo en vilo, al borde de una guerra nuclear, para intentar lograr sus objetivos. Como consecuencia de la derrota de la OTAN, es posible imaginar la desaparición de la organización atlántica, lo cual será un hito histórico, dado el nefasto papel que ha jugado a lo largo de su existencia, y un logro inmenso en favor de la paz mundial.
También podría ser un escenario posible, como consecuencia de la llegada de Donald Trump al Salón Oval, un acercamiento y mejora sustancial de las relaciones de Washington y Moscú, ya que el presidente Putin y el nuevo inquilino de la Casa Blanca tienen algunos enemigos y objetivos en común, como ser, por ejemplo, los poderes globalistas corporativos que representa George Soros; y el interés por cambiar el actualmente imperante capitalismo financiero, por uno productivista e industrialista basado en la creación de riqueza real.
Una futura colaboración sólida y cercana entre las dos potencias, no debería sorprendernos, ya que en el pasado, EEUU y Rusia han tenido relaciones de sincera amistad en varias ocasiones, como por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, o más allá en el tiempo, a mediados del siglo XIX, cuando durante la Guerra de Secesión, Rusia ayudo decisivamente a la Unión a ganar ese conflicto bélico, evitando la división del país al derrotar a los confederados que eran apoyados por el Reino Unido y Francia. Sin embargo, es un hecho que será muy difícil, si lo logra, que Rusia vuelva a confiar en EEUU, a pesar de las aparentes buenas intenciones de su presidente, después de tantas traiciones y mentiras por parte de occidente.
Muchas de estas cuestiones, así como su consolidación y prolongación a lo largo del tiempo, dependerán de con cuanta fuerza y decisión, Trump pueda consolidar los cambios profundos que dice querer ejecutar a lo interno de EEUU, enfrentando a ese “Estado profundo” y a las élites globalistas, que son los verdaderos enemigos de toda la humanidad, para lo cual no tendrá otra opción que derrotarlos completamente, lo cual sería un triunfo inédito sobre estos poderes en la sombra.
Mientras tanto, este año, posiblemente podamos comprobar si 2025 estará marcado por otra Gran Victoria de Rusia, en esta ocasión, sobre la OTAN.