¿Jean-Paul Sartre juega al TEG? Una imagen difícil de imaginar pero, en cierto punto, plausible en Los pactos. El piso, con humo a baja altura, y una tenue iluminación crean un clima de ominosa inquietud. Aquí tenemos a cinco personajes ?arrojados a la existencia? y que, en la antesala del paso al ?otro lado?, deben redimirse; serán arrojados a su muerte o a la redención. Este último paso será a través del manual de instrucciones del famoso juego de guerra en el que las identidades se transforman en países que deben contar el porqué de un recuerdo íntimo, que llega desde adentro de una rueda. Sólo la verdad pura y cruda permitirá el paso a la próxima etapa. Podrán llamarse Etiopía, Terranova, Labrador o San Justo, pero cada historia tendrá su doble cara, tal como una moneda que vuela en el aire, un segundo previo antes de caer al piso, antes de determinar su suerte.
La voz del gran Jean-Paul con una de sus ideas resuena como banda de sonido de la obra: ?Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad?, y esa debilidad es la que lleva a la duda. Verdad o mentira, cara o cruz, y el individuo decidiendo desde su propio ser el camino a elegir sabiendo las reglas y un orden regido a través del azar, por medio de un dado. La sorpresa de las dos primeras historias decae en las últimas, si bien la tensión disminuye.
Las actuaciones son exactas, con los matices que requiere cada país (o personaje) sin caer en exageraciones. Así como llega la rueda con un recuerdo, rodando sobre sí misma y avanzando, la puesta se desarrolla en ese ritmo, para recordarnos a último momento que ?existir es estar ahí, simplemente?.