El artista al que Pappo también respetaba

El artista al que Pappo también respetaba

Por Enrique Colombano (*)


* Cantante de tango.

Una noche en Prix D?Ami (¿o era el Roxy?), charlando con Pappo se me ocurrió preguntarle por Sandro. Se puso serio (muy serio) y me dijo: ?Él puede hacer la música que quiera. Siempre lo voy a respetar?. Todo esto fue a principio de los 90. Yo tenía diecinueve o veinte años y una banda de rock. Esa noche había ido a tratar de contactar al Zorrito Quintiero, que gentilmente, por teléfono, me había ofrecido hacerme un puente con el dueño del Roxy para conseguir una fecha. Las palabras del Carpo me calaron hondo, porque ?según creo? nunca fue un tipo que regalara demasiados elogios a quienes no hicieran rock o blues. Y, sobre todo, porque a mí el Gitano siempre me había parecido un capo, aunque en ese tiempo me daba un poco de vergüenza reconocerlo públicamente.

A Sandro terminé de abrazarlo hace 12 años. Coincidió con la época en que decidí incursionar en el tango y quedarme a vivir allí. Como algunos saben, dos de mis máximos referentes son Alberto Morán y Jorge Falcón. Hace poco me enteré de que Sandro admiraba a Morán. No es casualidad. Para empezar, los dos tuvieron un arrastre infinito con las minas gracias a sus interpretaciones cargadas de pasión. Y en cuanto a Falcón, el dramatismo de algunas de sus versiones están a un paso del Mundo Sandro. Decidí dar ese paso y me enamoré por completo del arte del Gitano.

Poco se puede agregar sobre su obra. Me sale sólo una palabra: impresionante. Una vez, en la entrada de uno de sus shows en el Gran Rex, al que yo había ido solo, el acomodador me preguntó: ?¿Va a entrar ahora o esperamos a que llegue su mujer??. ?¿Qué mujer? ?le respondí?. El que vino a ver a Sandro soy yo.? Bueno, era cierto, su público era ultramayoritariamente femenino, aunque cada vez éramos más los hombres que nos sumábamos a su ritual. Hoy soy uno de los tantos que fue al Congreso a despedirlo, que le escribió unas líneas de condolencias a Olga, su mujer, y que se abalanzó sobre el coche fúnebre cuando salió disparado por Rivadavia. Minutos antes de que partiera el cortejo, me acerqué a un taxi donde sonaban a todo volumen varios de sus clásicos. Cuando escuché ?El maniquí? mis lagrimales explotaron. Antes, no sé por qué, no había podido desatar el nudo del dolor.

Ahora se quiere instalar una polémica comparando a Sandro con Gardel. ¿Para qué ponerlos en la balanza e intentar pesarlos? ¿Por qué no disfrutarlos a cada uno con sus características propias? Los dos comparten, sí, una cosa: las interpretaciones de sus temas son insuperables. Por eso, la única manera de abordarlos dignamente es haciendo versiones que difieran en buena medida de las originales. Sandro es un intérprete que ningún cantante debe tratar de imitar, pero del que todos tenemos muchísimo que aprender. Sandro emociona, enamora, cautiva, sorprende. Y es tan pero tan grande, que cuando miro al cielo sólo puedo ver las suelas de sus zapatos.

(NOTA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 222, DEL 07/01/10).

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