Se fue uno de los artistas más populares y queridos de la Argentina. Sandro de América, o Roberto Sánchez, falleció a las 20:40 de este lunes 4 de enero, en el Hospital Italiano de Mendoza, víctima de un shock séptico generalizado. Su salud se había agravado notablemente en las últimas 24 horas, lapso en el que debió ser intervenido quirúrgicamente dos veces. El cantante permanecía internado luego de recibir, el 20 de noviembre pasado, un doble transplante pulmonar y otro de corazón. Una infección que arrastraba le complicó el post operatorio y obligó a intervenirlo quirúrgicamente cuatro veces más. Finalmente, pese a los denodados esfuerzos del equipo comandado por los médicos Claudio Burgos y Sergio Perrone, su cuerpo dijo basta.
Sandro fue un ídolo popular único, dueño de un carisma inigualable, excelentes dotes vocales y una interpretación singular con la que hacía delirar a sus seguidoras (sus ?Nenas? como él solía llamarlas) y también, por qué no, a sus seguidores hombres, que fueron sumándose con el paso de los años. Porque Sandro había llegado a un punto de su carrera en el que era respetado por el público de diferentes géneros y estilos musicales. Un artista más allá del bien y del mal. Un clásico irrefutable.
En sus casi cincuenta años de trayectoria editó 52 discos, vendió alrededor de 22 millones de copias, filmó 13 películas, llenó estadios y teatros (aún se recuerdan sus 40 funciones en el Gran Rex, a sala llena, en la temporada 98/99) y fue el primer artista latino en actuar dos veces, con localidades agotadas, en Madison Square Garden de Nueva York. Ese último hecho, un hito en su carrera, ocurrió el 11 de abril de 1970. A esos shows asistieron más de 250 mil espectadores. Y fue la primera vez que en el mundo se transmitió vía satélite el recital de un cantante.
Roberto Sánchez nació el 19 de agosto de 1945 en Valentín Alsina, partido de Lanús. De origen humilde, debió dejar el colegio secundario a los 13 años para ayudar económicamente a sus padres, Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo. Fue repartidor de una carnicería, tornero y changarín y, en sus ratos libres, aprendía guitarra con un amigo, Enrique Irigoytía, con quien formó su primer dúo. En 1960 adoptó el nombre Sandro y se lanzó como solista. Dos años después, era el cantante del grupo de rock Los de Fuego.
Su poderosa imagen llevó a que, en 1963, la banda cambiara su nombre por Sandro y los de Fuego. El 13 de septiembre de ese año el cantante grabó su primer disco, un simple para CBS. Antes de finalizar 1965, Sandro formó una nueva banda soporte, The Black Combo, y disolvió a Los de Fuego. El nombre del nuevo grupo era un homenaje a Bill Black, bajista de Elvis, cantante al que Sandro admiraba y, por esas épocas, imitaba.
Promediando la década, el músico alquiló un local en Pueyrredón 1723, en el que montó la mítica Cueva, donde nació el rock nacional. Allí encontraron un lugar para tocar Manal, Moris, Los Gatos, Tanguito, Pappo y Miguel Abuelo, entre otros pioneros del género.
El final de los 60 encontró a Sandro en su metamorfosis más exitosa: dejó el rock and roll para pasarse a la balada romántica y terminar convirtiéndose, con el paso del tiempo, en el crooner con que alcanzó la gloria. Canciones como ?Penumbras?, ?Porque yo te amo?, ?Así?, ?El maniquí?, ?Rosa, rosa?, ?Las manos?, ?París ante tí? o ?Me amas y me dejas? son gemas que hicieron -y hacen- delirar a sus fans. Mientras tanto, Sandro llevaba su éxito al cine, con películas como ?Quiero llenarme de ti (1969), La vida continúa (1969), Gitano (1970), El deseo de vivir (1973), Operación Rosa Rosa (1974) y Subí que te llevo (1980).
Si en esos años el público de rock lo cuestionaba por considerarlo ?grasa?, dos décadas después, desde el palo rockero le rendían homenaje, con un disco en el que numerosas bandas locales reversionaron algunos de sus clásicos más memorables. Para ese entonces, Sandro había trascendido todas las barreras con sus interpretaciones cargadas de emoción, su gesticular tembloroso, sus vibratos exquisitamente exagerados, sus recitados dentro de los temas y todas las ceremonias que lo rodeaban, como la procesión que sus ?Nenas? hacían a su casa de Banfield, indefectiblemente, todos sus cumpleaños o la ruleta en sus recitales donde una mujer del público era escogida para que le cantara al oído. También, con el misterio que le supo imprimir a su vida privada, de la que prácticamente no hablaba con la prensa.
Sandro, que durante décadas consumió 80 cigarrillos diarios -según él mismo reconoció- sufrió en los últimos años de su vida el agravamiento de un enfisema pulmonar que motivó finalmente su transplante. Pero el cantante supo sobrellevar con vitalidad sus problemas de salud, al punto de montar una larga serie de shows apoyado por cuatro tubos de oxígeno diseminados cuidadosamente en el escenario y reírse ante el público de la situación.
A lo largo de su carrera, Sandro trascendió fronteras. A fines de 1993, obtuvo el Premio ACE de Oro de la Asociación de Cronistas del Espectáculo de Nueva York y en noviembre de 2005, le entregaron el Grammy Latino por su trayectoria.
En el atardecer de su vida, el cantante recibió también distinciones de parte del mundo político: en 2006 el Senado de la Nación le otorgó el premio ?Senador Domingo Faustino Sarmiento?, por sus cuarenta años de trayectoria, y en septiembre de 2009, cuando estaba internado a la espera del transplante, recibió los diplomas que lo declaraban Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Quedará por siempre en la retina de sus fans su salida en bata roja al final de sus shows para interpretar ?Penumbras? y acabar (nunca mejor usado este verbo) entre espasmos y palpitaciones, susurrando ?pero no me pidas, que no te ame así?. Después, los aplausos.
Y ahora, también.