Eduardo Pavlovsky: la reflexión crítica

Eduardo Pavlovsky: la reflexión crítica

Toco el timbre y me recibe en su casa. Psicoanalista,
dramaturgo, actor, ¿qué más? Los conceptos que vierte invitan a un ejercicio de apertura mental. Didáctico, Eduardo "Tato" Pavlovsky habla de la imperdible "Potestad" (C.C. Cooperación, sábados, 21 hs.) y de su concepción de los derechos humanos.


"La creación artística no tiene parámetros estipulados, concientes o dirigidos. Einstein decía que cuando no le salía una fórmula, escuchaba a Mozart. Con Potestad la cosa fue así. Susana Torres Molina era directora del Hangar y (Ricardo) Bartís reestrenaba Telarañas, que fue prohibida en la época de la dictadura. Me pidió que hiciera un monólogo previo a Telarañas. Empecé a tener imágenes de un hombre que sufría, al que le habían arrebatado a su hija. Su tormentoso divagar diario es como una ceremonia ritualista que él hacía para no entrar en la desintegración psicótica. De ahí surgió el pensamiento de cómo sería la situación al revés. Cómo sería que a un tipo que ha raptado una niña se la saquen después de ocho años. Ahora hice un reestreno. En la Facultad de Psicología es el objeto de estudio de la tortura y el rapto en la cátedra de ‘Derechos Humanos’.

Estudié algo que se ha discutido mucho. ¡Bah! Se ha discutido acá. La hice en el exterior y todos entendieron lo que se quería decir. Acá, sobre todo el sector de la Carlotto, criticaba que yo hacía una comprensión muy grande del represor. Una humanización. Ha sido una obra emblemática pero ¿sobre qué? No sobre los juicios de valor. Sé quienes son. Conozco la ética de esta gente. Sacarle la identidad a la nena es monstruoso. Pero me interesaba ver cómo es la subjetividad del tipo. Qué pasa en la cabeza del criminal, del torturador. Ya lo había intentado con El Señor Galíndez. Para entender qué pasa en la cabeza del raptor tenés que entrar en su lógica y no en su crítica. Y yo me ubico en el primer lugar. A la obra la hago con ganas. Me atrae el contacto y el silencio con el público. Ver la multiplicidad de versiones que tiene la gente. Para mí se confunde, por un exceso de ética y juzgamiento, el interés por la subjetividad del criminal.

Impasse. Estamos solos en el living. Una luz tenue más la profundidad de su voz gruesa dan a la charla un carácter especial.

Hanna Arendt habla de la banalización del mal en el juicio a Eichmann (Adolf, mentor de la Solución Final en la II Guerra Mundial). Todos esperaban ver un monstruo y apareció un pobre infeliz con una cultura media para abajo pero que decía algo muy importante: ‘Todos los que me juzgan, harían lo mismo en el lugar en el que yo estaba’. Tenían una ley, la del Reich, la de Hitler y de ahí no salían. Desde otra perspectiva, tenemos a Primo Levi, Todorov o el uruguayo Mauricio Rosencroft, quien en su libro El Pozo, haciendo referencia a gente como Suárez Mason, dice: "No vayan a creer que el torturador es de una gran patología. El torturador mío era un tipo que conocía desde los once años. Comíamos tortas fritas y escuchábamos a Peñarol. Me decía: ‘Perdoname, pero tengo que laburar’". ¡Y lo torturaba!

Vos decís ‘derechos humanos’ y lo relacionás directamente con su violación por parte de la dictadura. Ahora está el juicio a Patti. Pero los derechos humanos hoy no se refieren tanto a la dictadura, ya que sus integrantes son unos viejos de ochenta y pico de años. El reclamo actual por los derechos humanos que no se cumplen pasa, para mí, porque la mitad de la población de niños es pobre. El 20 por ciento es indigente. Hay 800 mil chicos de entre 14 y 24 años que no estudian ni trabajan. El nivel de la mortalidad infantil es muy grande. Aparentemente se crece económicamente, hay 50 mil millones de dólares pero las escuelas y los hospitales tienen un estado escandaloso. Reclamar contra eso es pedir que se respeten los derechos humanos. El derecho humano es la obligatoriedad de un país de tener los recursos necesarios desde la infancia, poder tener salud, vivienda, alimentación y educación. Hace poco decía Aldo Ferrer que ‘somos cuarenta millones de habitantes, de los cuales veinte vivimos bien y veinte viven mal o muy mal’. La impresión que tengo es que no importan un carajo los otros veinte. Fijate vos, la gente vota como problema fundamental la inseguridad social. Está al tope con un 50 por ciento. La pobreza va en cuarto lugar, con 20 por ciento. La inseguridad social agarra a los Anchorena, Guiñazú, los countries que tienen miedo; a un tipo que juntó algo de plata y compró su departamento en Caballito y también a la clase más baja. Más el narcotráfico. La inseguridad abarca a las tres clases sociales. Pero la pobreza no. Vos ves a un chico comiendo en la calle e impresiona, pero sólo ocurre dentro del sector de los pobres. El otro lo mira como un fenómeno ajeno. Se convirtió en la interiorización de una normalización.

Mis pacientes no dicen nada cuando me ven actuar. Actúo desde que me recibí. Hice teatro con un grupo de médicos. Nos interesaba el teatro de vanguardia, Beckett, Ionesco, Adamov. Ensayábamos tres meses para hacer diez o doce espectáculos en el año. Tampoco es contradictoria la profesión del psicoanálisis con el boxeo. Es una tradición familiar, ya que mi papá boxeaba como aficionado y me transmitió su gusto. He sido periodista en la pelea de Bonavena-Clay. Le hice notas a la Hiena Barrios, escribí notas imaginadas, leí la vida de Tyson. Si hoy pelea alguien importante estoy al tanto. Son pautas culturales. Es como cuando a un cardiocirujano español le gustan las corridas de toros. La cultura del box tiene sus peligros, sus riesgos, pero no tanto como la miseria infantil. El boxeo es un arte. Te tiene que gustar".

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