Sin Evita, el peronismo no sería fácil de explicar. A casi cincuenta y ocho años de su muerte, todos seguimos reconociendo que en ella y desde ella, el movimiento liderado por Juan Perón expresó sus “sagradas rebeldías” ante las injusticias y reivindicaciones vitales del pueblo trabajador, a cuyos integrantes ella llamaba “mis descamisados” o “mis queridos grasitas”, desde un amor sin fronteras.
Evita fue la pasión y la sensibilidad pero también las ideas y la racionalidad de transformaciones profundas que el peronismo produjo en nuestra sociedad. La ampliación de la participación política, con la consagración del sufragio femenino y la consiguiente profundización de la democracia argentina fue una de sus mejores banderas, que generaciones posteriores, como ella quería llevaron a la victoria no ya de una causa partidaria, sino de una causa de todas y cada una de las mujeres de esta tierra.
Tuve el privilegio de conocerla y de tratarla. Recuerdo la primera vez que la tuve enfrente. Fue el 3 de febrero de 1947 en el Concejo deliberante. Donde ella ocupaba una oficina para atender a quien tuviera una necesidad. Los universitarios peronistas fuimos a plantearle la nuestra: queríamos llevar la revolución justicialista a los claustros. Ella supo escucharnos cuando no era fácil hacerlo, ya que en el ámbito de la universidad y el peronismo y Perón eran una mala palabra y nadie quería librar ese combate.
Todavía hoy recuerdo sus ojos centelleantes, mirando fijamente al auditorio y cerrando el encuentro con un mensaje que tranquilizó nuestra ansiedad: “…las palabras que acaba de decir el Compañero Cafiero estarán de inmediato en conocimiento del general Perón”. Y así fue.
Ese día la llamé “la dama de la esperanza”, porque ella irradiaba eso: la sensación de que el tiempo que vivíamos era un ancho espacio de caminos a recorrer y de promesas a cumplir. Por eso se me ocurre en esta evocación pensar qué difícil hubiera sido el peronismo sin ella, sin su vigor espiritual, sin sus cóleras homéricas ante las arbitrariedades de un sistema político que obturaba el ascenso de los nuevos actores sociales expresados en los trabajadores organizados sin su capacidad de mediar y de acercar al pueblo a los más altos niveles de la decisión política.
A su alrededor, hoy prolifera una industria y se ha generado un mercado que no sabe de valores sino de precios. Por eso, con frecuencia, adultera la verdad histórica: ópera y película, libros y libelos. Palabras y voces. Sin embargo, son muy pocos quienes persisten en mirarla peyorativamente o desde el error histórico: un reconocimiento colectivo rodea su figura. Evita ya no nos pertenece sólo a los peronistas y esa es su mejor victoria.
Pero desde donde quiera que esté, seguro que antes que las reivindicaciones históricas predicadas desde la razón, ella prestará más atención a los improvisados santuarios de los hogares empobrecidos: allí todavía preside desde su retrato un tiempo que aún no ha llegado, pero que ella ha hecho posible sostener en la memoria colectiva de millones de argentinos; por eso sigue siendo “la dama de la esperanza”.
Felicito a la artista Nora Iniesta por la dedicación de su obra a la figura de Eva Perón.
* Prólogo de Antonio Cafiero al libro "Evita. La dama de la esperanza", de la artista Nora Iniesta, que se está presentando en distintos Museos del país y el exterior.