La canción popular habla respecto de un sentimiento profundo: “Somos mucho más que dos”. Algo que no podemos trasladar a la realidad del partido gobernante en la Ciudad de Buenos Aires. A pesar de que ha ganado con holgura las dos últimas elecciones a jefe de Gobierno, el estilo de conducción de Mauricio Macri no ha permitido que el Pro desarrolle una fuerza que genere suficientes ofertas a la hora de mirar a la sociedad y plantearse objetivos.
La desconfianza con la que el ingeniero se maneja en esta porción de su vida política no cambia nada de la que traía en la mochila. Frío a la hora de las decisiones, celoso de las finanzas, vive equilibrando las internas que azotan con demasía el espacio, permitiendo el desgaste de las distintas figuras hasta lo que él considera suficiente. El límite siempre es el daño estratégico, pero, fundamentalmente, al equipo de gobierno que comanda.
El Gobierno de la Ciudad está –como todos– plagado de funcionarios pero, a diferencia de otras fuerzas políticas como el peronismo, tiene un porcentaje ínfimo de dirigentes en los puestos relevantes de la gestión. De los de abajo ni hablemos. Sin pretender ofender a sus legisladores que están en la casa política por excelencia, son muchos los que trabajan pero pocos los que se destacan o logran saltar el cerco del microclima que los envuelve ahí dentro.
Hace ya un tiempo que empieza a preocupar en los despachos del oficialismo porteño la poca capacidad de armado político en torno a la candidatura presidencial de Macri. Es más, muchos en voz baja entienden que desde el Gobierno nacional les están haciendo la vida imposible, incluso que todavía falta mucho y la agresión puede llegar a extremos de asfixia política a través de lo judicial. Pero así y todo, con el pragmatismo necesario a la hora de evaluar el tema, no ponen el déficit en la acción de un tercero sino en la debilidad del esquema propio.
El efecto tapón que caracterizó la gestión amarilla en su primer mandato parece haber recrudecido con sus males en los meses que llevan del segundo. El eje único puesto en la gestión, que es lo que se propone desde el vértice, no acompaña un despegue político que sugiera esperanzas. El esquema de forma piramidal tiene obediencia debida a los verdaderos influyentes del proyecto. Lo que se decide en la Corte de Macri es el rumbo por el que transitarán todos luego. Unos pocos –ya no está Durán Barba entre ellos– fijan las prioridades de los ministros y el resto de la tropa. Luego vendrán las reuniones de gabinete, los focus group, la Fundación Pensar, los retiros de todo el día y todas las transversalidades que supondrían igualar la información y las decisiones. Pero la verdad es que la brecha es cada vez mayor entre decisores y acatadores, y que ante cada disyuntiva electoral de importancia, el Pro nunca tiene más de tres o cuatro dirigentes en la grilla de largada. Es demasiado poco para pensar en grande. Los nombres son los de siempre, huelga decirlos. El jefe de Gabinete, las dos vicejefas (la actual y la anterior) y algún peronista mezclado a pesar de Mauricio.
Es bastante poco para un partido que debe en el próximo año, además de ganar bien la Ciudad, triunfar en los distritos clave como Santa Fe –con Miguel del Sel– y obtener buenos resultados –con referentes escasos– en Córdoba, Mendoza y principalmente en la provincia de Buenos Aires.
El destino de Macri parece estar atado al de su vecino Daniel Scioli. Ambos están siendo provocados de manera permanente por el Gobierno nacional, y más de una vez, como esta semana con el tema de la basura, el hostigamiento es conjunto a ambos. Ni poniéndose de acuerdo –algo raro– llegaron a la solución. El castigo, como el show, debía continuar.
Los dos tratan de permanecer apartados lo más posible del fuego que sale de la Rosada. Esquivan las esquirlas y mandan segundas líneas a contrarrestar el avance K. Scioli todavía permanece –y seguramente nada cambiará– en el plan de ser el sucesor natural del proyecto iniciado en 2003. Un hipotético incendio de la provincia se llevará puesto indefectiblemente a todo el país así que el exmotonauta sabe que el fuego, por el momento, tendrá un límite. Mientras tanto recolecta adhesiones de quienes ya no comulgan con los pingüinos. Hasta dos acérrimos enemigos de la Ciudad como Alberto Fernández y Jorge Telerman conviven hoy bajo ese mismo techo. Macri, que le ganó en su momento a los dos juntos, sabe que si Scioli encuentra el camino para llegar, la Presidencia será un objetivo perdido. Los peronistas del Pro, por eso, disparan sobre el gobernador.
La tibieza de la oposición es lo único que disimula la soledad en la que se desenvuelve el poder central. La decisión tomada de llevarse puesto a todo aquel que no sea propio, ya sea ahora o en un tiempo, tiene su raíz en Olivos y es la reelección de Cristina. Mientras tanto, y a los tiros, recorreremos estos meses el sinuoso camino que plantean hacia la reforma, 2013 mediante. Ahí será plata o mierda.