Un capitalismo prebendario, de amigos del poder político, por un lado, y un estado ausente, aunque abundante en dinero, por el otro, dan como resultado una ciudadanía desamparada. Un desamparo que cae fulminante sobre aquel sector de los argentinos que para ganarse el pan debe tomar el transporte público. Viajar en el Sarmiento para ir a trabajar cada día es un drama que padecen los habitantes del oeste del conurbano bonaerense. Morir en el Sarmiento un día cualquiera, también por ir a trabajar, es una tragedia. Drama y tragedia que pueden, por cierto, ser evitados. Drama y tragedia frente a los cuales la Presidenta de la Nación nos dice, a ciudadanos absortos, consternados y avezados activistas de muchas batallas cotidianas, que la tarea de gobernar se encuentra llena de obstáculos. Que hay poderosos intereses que vuelven difícil implementar las decisiones que se toman desde la Casa Rosada. Y así pasamos de la ilusión del tren bala (visto a la distancia producto del insomnio de una noche de verano motivado por construir una Argentina grande) a la impotencia de controlar el cumplimiento mínimo de la misión que le ha sido asignada a los ferrocarriles. Esto es, lograr que los pasajeros lleguen sanos y salvos a su destino.
Pero el cuadro no estaría completo si no se incluyen los otros discursos, aquellos que confunden la explicación que los funcionarios deben dar a la opinión pública con la justificación por los hechos ocurridos. Un día feriado hubiese sido diferente. Un joven mal ubicado. Todas palabras tendientes a poner la responsabilidad en otro lado y dejar a salvo el honor de los garantes políticos por el funcionamiento del Sarmiento. Sin duda, la incompetencia y la irresponsabilidad radican en varios organismos y personas, y en ese sentido será la justicia la que determine quien no ha cumplido con su tarea como corresponde. Ahí están los informes de la Auditoría General de la Nación y las denuncias de los propios empleados del ferrocarril sobre el estado de los trenes en general y del Sarmiento en particular.
Sin embargo, a esta altura es preciso recordar otro elemento que nos deja sin aliento y refuerza el desamparo a que estamos expuestos ante la tragedia sucedida: millones de argentinos están convencidos de que la Justicia se encuentra prisionera de una sesgada ceguera. Esto es, una Justicia que escucha algunas cosas pero es sorda frente a otras. La confianza en ella por parte de los ciudadanos es, cuando no escasa, inexistente.
Un cuadro tan desolador debía sumar algún dato capaz de dar una esperanza mínima a los habitantes del oeste que necesariamente continúan tomando el Sarmiento cada mañana para ir a sus trabajos y cada tardecita para regresar a sus hogares. Por eso escuchamos con alivio el anuncio de la intervención de TBA durante los próximos quince días para garantizar que la Justicia trabaje en las condiciones más favorables que sea posible para hallar a los responsables. Muchas cosas se han argumentado en relación a esta medida, desde su llegada tardía hasta su inevitabilidad (“algo había que hacer”). Sin embargo, no creo que sea justo descalificarla. Es alentador pensar que el Gobierno, que maneja un Estado abundante en recursos materiales y simbólicos, considera que es su deber hallar a los culpables.
El tiempo dirá cuán lejos se llegó en la búsqueda de la verdad y de la justicia. Un capitalismo prebendario, un Estado ausente en el drama ferroviario –al menos hasta ahora–, una gobernabilidad llena de intereses que la obstaculizan, algunos funcionarios que buscan desligarse de sus responsabilidades y una Justicia que al ser ciega de un solo ojo falla con un solo fiel de la balanza, dan pocas esperanzas a los trabajadores que cada día, con más miedo, toman el Sarmiento para poder seguir viviendo.
Vivir pensando que se lleva el Sarmiento a cuestas y morir de dolor viajando en el Sarmiento constituyen un drama y una tragedia que Nunca Más pueden seguir ocurriendo en nuestro país. Porque entre otras cosas en el Sarmiento también viajan los sueños de aquellos que aspiran a una vida mejor.
(*) Doctora en Ciencia Política.