Arturo Illia fue un demócrata a carta cabal, que dignificó la presidencia de la Nación con su ejemplo de decencia y de respeto escrupuloso por la Constitución Nacional.
Encarnó del modo más pleno las virtudes republicanas, no sólo por su proverbial honestidad y su vida austera, sino porque siempre actuó en el marco de la ley y jamás abusó del poder. Nunca confundió el partido con el gobierno, nunca vulneró la división de poderes, nunca empleó el aparato estatal para presionar a sus adversarios o a la prensa, que lo criticó de la manera más impiadosa en un clima de absoluta libertad.
En la impaciencia de un país en el que vastos sectores sociales habían perdido la fe en la democracia, se le achacaba a Illia una supuesta lentitud. No era tal. La Argentina creció vigorosamente durante su mandato. Pero se tomaba por inoperancia lo que no era sino el seguimiento de los procederes constitucionales. Después fuimos más rápido, hacia el abismo de las dictaduras. Por suerte, muchos que lo combatieron duramente comprendieron más tarde el funesto error de su derrocamiento.
Hoy su figura no nos pertenece sólo a los radicales. Es un patrimonio común de los argentinos de buena voluntad que anhelan un futuro de convivencia civilizada, de tolerancia, de decencia y de vigencia irrestricta del Estado de Derecho.
*presidente del bloque de diputados nacionales de la Unión Cívica Radical
HOY SE CUMPLEN 29 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE ILLIA