Una de las primeras sorpresas que nos dejó el acto eleccionario final es la cantidad de ciudadanos que se acercaron a sufragar, en este caso más del 70 por ciento del padrón, una cifra que, teniendo en cuenta el frío imponente que hizo ese día y combinándolo con el fin de las vacaciones de invierno, habla a las claras de la lección de civismo que brindó la Ciudad de Buenos Aires el domingo del ballottage porteño.
En anteriores entregas nos explayamos en por qué estaba de más esta segunda vuelta, más allá del respeto a la Constitución, que es algo obvio pero sorteable con una renuncia. En ellas decíamos que, más allá del resultado, ninguno de los dos contendientes tenía más nada que ganar ni que perder. Mauricio Macri había pegado tal golpe el 10 de julio pasado que el 100 por ciento de lo que había en juego para él ese día fue conquistado. No había más. Le podríamos agregar un resultado del 70 por ciento el domingo último y nada hubiera cambiado. Un 75 por ciento, tampoco.
El golpe de nocaut inicial había liquidado el pleito. En las huestes K, mientras tanto, a pesar del inútil intento de algunos de evitar una nueva derrota, tampoco había nada en juego. El casi 28 por ciento de la primera ronda no caía tan mal en los cuarteles oficiales, más allá de la inesperada ventaja con que lo despachó el oficialismo. Votos para subir no había de dónde, es casi un milagro ese casi 35 por ciento alcanzado.
Pero además es menos que el número al que arribaron cuatro años antes los dos mismos rivales, Mauricio Macri y Daniel Filmus, y con gobierno nacional del mismo signo, en ambas ocasiones kirchnerista. Pudo ser un calco, pero a pesar del desgaste y de una gestión mediocre, el resultado fue aún más abultado para el PRO. ¿Qué pasó?
Se podrían ensayar algunas explicaciones para comprender este fenómeno. La primera radica en la confirmación de que este distrito tiene sólo un cacique político y es el líder del PRO. Mientras duró la ausencia de la confirmación acerca de su postulación, crecieron las posibilidades para la oposición. Eran los tiempos de Gabriela Michetti u Horacio Rodríguez Larreta como posibles sucesores del trono que algunos pensaron dejaría vacante Macri. Pero cuando éste tomó la sensata decisión de buscar su reelección en el distrito, la distancia se agigantó entre alguien que conduce un espacio y otro que participa de uno. La pulseada entre si la gente iba a preferir un jefe local o un delegado nacional se definió de manera contundente. Quedó muy visible que la campaña de Filmus tenía idas y venidas que se correspondían con las dudas y conveniencias de la Rosada y del propio postulante, que no es precisamente el estereotipo del candidato atrapa todo sino más bien del que desperdicia las pocas oportunidades que tiene. El no permiso para debatir en TN terminó por sepultar su imagen. Macri se sintió a sus anchas, como más le gusta, sin hacer nada del otro mundo sino lo indispensable y políticamente correcto que le daba la gestión, aprovechando que la bonanza nacional también se cosecha en el distrito.
Los oficialismos encuentran el lugar más allá de su signo político para hacerse fuertes. Algo que se viene verificando en todo el país, salvo aquel ya lejano triunfo en Catamarca.
Porque hay una verdad objetiva que tiene que ver con la realidad de la gente y el tono y la modalidad de expresión de cada fuerza política en esta campaña. Está más que claro que la cierta bonanza producto de todos estos años de crecimiento hicieron de los porteños un pueblo más soberano, ya que también parece irrefutable que ese mayor bienestar no lo generó el Gobierno de la Ciudad, que en cambio sí vio subir su presupuesto de manera importante año tras año.
Los PRO fueron los promotores de una alegría que por lo menos no le era propia; en el mejor de los casos podría ser compartida. Pero la alegría fue toda amarilla, o multicolor, para graficarlo más explícitamente, y no después del resultado sino antes. Un positivismo –que llevó a la calle a una militancia joven– acerca de lo logrado y lo que puede llegar a venir, reforzado con el inteligente eslogan “Juntos venimos bien”, logró incluir en el veredicto de las urnas a una amplia mayoría de los porteños. La tristeza quedó del otro lado.
Mientras tanto, a los kirchneristas porteños les queda la posibilidad de una revancha rápida con unas primarias abiertas que tienen a Macri fuera del país y con una boleta corta. También queda pendiente un cambio de actitud hacia el electorado, de mayor respeto y de cercanía, y que se hagan cargo de que los logros no sólo los hacen unos pocos, sino que también la Capital les aportó sus cuadros, y que no es necesario repetir cada dos minutos la palabra Cristina para que los porteños la voten. La van a votar mucho más que a Filmus, sin duda. Acá, a pesar de lo que siente el músico rosarino Fito Páez, la gente piensa con la cabeza.