Los discursos políticos están por el momento acomodándose a una realidad que dista bastante de la que aparece generada a partir de todos aquellos difusores de indicadores, privados o públicos, que son publicados en los medios de comunicación.
El principal paradigma aquí es el clásico “ya ganamos” que instaló al Gobierno nacional a partir de la increíble suba de imagen y de intención de voto que tuvo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner luego de la muerte de su marido. El mismo es sustentado por un “aparato” importante de empresas encuestadoras que son contratadas por el Gobierno nacional, que no escapan de la realidad sino que la distorsionan –más o menos– de acuerdo a su ética o a las necesidades
propias o ajenas.
¿Qué pasó en la Ciudad de Buenos Aires?
Evidentemente fue una elección difícil de pronosticar, ya que el techo del oficialismo se alzó de una manera un tanto impensada, aunque lo que más sorprendió fue el descenso en los guarismos del candidato kirchnerista,
Daniel Filmus. No se puede decir que hubo un corrimiento imposible de detectar, ya que los números de Jaime Durán Barba y los de Poliarquía, por citar a dos que estuvieron muy próximos en los porcentajes, pudieron hacerlo con mayor o menor finura.
Lo que ocurre ahora es que a partir de los errores de cálculo de las encuestadoras, todo el arco político opositor al Gobierno nacional interpreta que lo que se vino diciendo hasta ahora era mentira, que el “ya ganamos” no es más sustentable y, caído el velo de “la mentira”, el panorama se abre de una manera atrayente para la sociedad que no acompaña a los K. Y eso también es “mentira”. Ya que las encuestadoras que pudieron captar la diferencia porteña están todas diciendo que CFK mantiene una ventaja importantísima a nivel nacional y la posicionan por ahora encima de los 40 puntos; o sea que está ganando en primera vuelta. Puede cambiar la tendencia, hay muchos elementos por delante pero claramente no es “mentira”. Funcionan en espejo con la dualidad que viene caracterizando a este país.
Qué pasa con Mauricio Macri. Garantizó su futuro político de la mejor manera en que lo podía hacer –y la menos riesgosa–, reeligiendo en la Ciudad. El golpe de nocaut en la primera vuelta fue de tal magnitud que no sólo no paga ningún costo por haberse bajado de la presidencial sino que queda posicionado mágicamente como un referente nacional, con una proyección más que interesante para el caso en que Cristina logre su objetivo este año.
Así, Macri tendrá cuatro años por delante en los que se supone que la gestión no será inferior a esta mediocre –que igual le dio casi el 50 por ciento de los votos–, que contará con un equipo más afilado y experimentado para atender la cuestión local y con otra perspectiva, con más tiempo y menos competidores por su espacio, para encarar el proyecto presidencial, sobre todo si nadie accede como parece a un escenario de ballottage en octubre.
Definitivamente la idea de concurrir a una segunda vuelta en la Capital es irracional. El resultado puede ser catastrófico para el kirchnerismo y al macrismo encima no le suma nada. La gente, convidada de piedra en estas decisiones, ya se expresó de manera contundente. Lo quiso liquidar en primera vuelta y por cuestiones del destino no pudo lograrlo. Pero parecería que más va a castigar si se empecinan en ignorarla. Además si la política se mudó a Santa Fe es porque esto no existe más. Es tan obvio.
El debate interno en el kirchnerismo va tomando voltaje. Se desarrolla en el estilo que más les gusta a los K, un poco de ingenuidad que da paso a la sangre de manera rápida. Nunca se sabrá qué guiños del poder tiene cada una de las jugadas que se ven en la calle y en los medios, pero la verdad es que el único debate importante que tiene hoy el Frente para la Victoria es si se presenta o no. Y para peor no hay, como no hubo en el resto de las decisiones, soberanía política para darlo.
Es un debate entre muy pocos.
Los tiempos de levantar se agotan. Los errores –que los hubo– tienen otros tiempos para su salida y su análisis.
Claramente, no es éste, y deberían calmarse un poco las aguas hasta saber cómo termina todo. Las demás fuerzas quedaron totalmente desdibujadas o se empecinan en explicar lo inexplicable, como es el caso de Pino Solanas, que no encuentra su lugar en el mundo. O se apuraron de manera impensada en salir a apoyar de manera indeclinable a Macri, como fue el caso de la Coalición Cívica o de Ricardo Alfonsín, para quien antes aquél era su límite “moral”. La izquierda marxista y trotskista desapareció de la Ciudad como antes desaparecía del país, no pudiendo en el principal centro urbano sobrepasar el 1 por ciento de los votos.
Da pena seguir hablando y escribiendo de un ballottage cuando a nadie le interesa. Qué estupidez. Estamos mal.