Pasó el Bicentenario, y transcurrió en paz. La política tuvo el armisticio que pudo tener en un país atravesado por conflictos decisivos (o no). Cristina no fue al Colón. Macri sí a la cena de gala en la Rosada. Pero todo eso era previsible: gestos, gestos y gestos que, seamos sinceros, a los millones que disfrutaron de los festejos les importó poco y nada. Pasaron millones de personas por los stands, los recitales, el Colón, y quedó flotando tras su paso lo esperable: las especulaciones políticas.
Hagamos historia. Muchos de los análisis intelectuales e históricos que cubrieron la previa del festejo se hicieron con la permanente tentación de comparar el Bicentenario con el Centenario de 1910. Y ése ha sido un recurso efectivo para poner en blanco sobre negro estas dos grandes escenas, y sacar el jugo para un análisis del presente histórico. Aquel 1910, cuando la patria cumplía sus primeros cien años, lo hacía en la consolidación de un modelo conservador “exitoso”. Aunque se trataba del “cumpleaños” de un abuelo moribundo, con cuyo mejor nombre puede ser aún llamado (“Generación del 80”) pero que prácticamente murió en la fiesta: seis años después, de la mano de Hipólito Yrigoyen y el partido radical, la Argentina entraba a la modernidad política.
El escenario del viejo Centenario estaba formado por dos puntos naturalmente divergentes: por un lado, el centro urbano y político del festejo (la Avenida de Mayo, las estrenadas estatuas), regado por visitas reales, como las que leemos en la Academia de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, de “destacadas personalidades del mundo”. La Infanta Isabel de Borbón, “enviada especial por la Casa Real española y acompañada por el canciller Juan Pérez Caballero”, se paseaba por una ciudad que era una sede de Europa en el continente bárbaro. Y por otro lado, ese festejo se llevaba a cabo bajo condiciones difíciles. La periferia (masiva) que conformaban los obreros anarquistas, los obreros socialistas y los militantes de la intransigencia radical lo vivía bajo estado de sitio.
Este Bicentenario, siguiendo la lógica comparativa, no ofreció centros y periferias. Ocurrió el festejo sobre previsibles y populares sentimientos patrióticos, que fueron alimentados por una organización eficaz.
La euforia política que sobrevino después de la masiva concurrencia debe evaluarse políticamente a la luz de la naturaleza de esos festejos, y tiene exclusivo relieve en un aspecto: el Estado nacional capaz de articular la escena. A su vez, el plantón de Cristina y cierto tufillo farandulero no pudieron empañar que el objetivo del gobierno macrista se cumplió: se reinauguró el Colón.
Pero el dato de la masividad, pronto, por acción del oficialismo y por omisión de la oposición, adquirió densidad política. Hubo millones en las calles y las preguntas ya asomaron: ¿qué desplazamientos electorales son capaces de medirse en esa movilización?
El aumento de la imagen positiva en la Ciudad de Buenos Aires de la otrora odiosa figura de Cristina fue admitido por alguien de insospechadas simpatías hacia el kirchnerismo… el propio Jaime Durán Barba. En declaraciones al diario Ámbito Financiero reconoció haber leído una encuesta “altamente confiable, profesional, (que) dice que la presidente Kirchner (sic) está llegando al 47 por ciento de imagen positiva en la Ciudad de Buenos Aires”. Según el gurú, esto “tiene que ver con el efecto de las fiestas, que, evidentemente, le dieron un empujón a Kirchner”. Sin embargo sigue considerando que hay otro jugador en la cancha: su patrón. “Falta mucho tiempo, pero si yo aterrizara hoy en la Argentina, sin conocerla, le diría que los dos candidatos a los que podrían apostar son Kirchner y Macri.” A su vez, la euforia a Artemio López le insufla una prosa modesta; escribió el 1 de junio en su concurrido blog: “En otras palabras, en la mayoría de los distritos claves, se puede perder; lo que no se puede es no tener ninguna chance de ganar, si es que se pretende una opción de mayorías”.
La única verdad es el pueblo: millones en las calles volvieron locos a políticos, analistas, encuestadores, funcionarios y protocandidatos. A veces se ve, sólo a veces, dónde está (y puede estar) el poder.