Macri 2011

Macri 2011

"La gestión al macrismo le sienta mal".


Macri dijo que sí. Macri dijo que no. Macri dijo que ni. Pateó el tablero, y después juntó las fichitas. Al final, la semana se va y uno sólo sabe que Macri está pensando en su candidatura presidencial (cosa previsible), pero nada es seguro, su cálculo es impreciso y se basa en un ajedrez invisible con sus antiguos (¡antiguos!) aliados del 28-J. De la Rúa (¡qué ejemplo!) supo darle a su gestión comunal la capacidad suficiente de solidez, economía y humildad, y se amoldó a la idiosincrasia porteña que seguía más o menos gozando de las mieles del 1 a 1. Todos sus movimientos parecían calculados como pasos sin retorno a la presidencia. Guante blanco el de Fernando. Pero en el universo porteño de Macri, su vocación por ocupar el centro político le confundió los términos de esa centralidad. O sea: Macri salió a gatopardear la escena. A decir algo para no decir nada. A ocupar el centro, como esos que en la pista saludan a una cámara, guiñan el ojo, levantan los brazos, se ponen en cuero revoleando la remera y vuelven al montón de rugbiers que saltan sin parar. Hay algo cierto: la gestión al macrismo le sienta mal. Es más lindo y eficaz cuando diseña campañas que cuando gobierna. El problema es el siguiente: aún no encuentran alrededor de qué eje poder hilar un “relato” que los lleve a Balcarce 50. La política de seguridad los empantanó con varias decisiones desacertadas del propio Jefe de Gobierno, y ése era su caballito de batalla en el corazón de Caballito. Porque hay que ir con algo a la liga nacional. El (tardío) nombramiento de Santilli en una cartera de gestión pública o el polifuncional Esteban Bullrich tratando de que los chicos vayan a clases en paz, tienen el sabor de lo que llegó un poco tarde, del contrapeso político necesario para que los ministerios sean la musculatura de una gestión y no una usina de chicos que hacen maestrías en el Estado. Porque a las campañas descremadas les debían continuar gestiones de tipos con hambre de gol, que se quieran comer la cancha, que vean en “la gente” (más allá de si son porteños o bonaerenses, chetos o cartoneros) un potencial votante nacional. Eso es lo que además impregna la política porteña: la de ser una vidriera de virtudes y defectos de alguien que gobierna todos los días a cien pasos del sillón de Rivadavia. De manera que el más humilde cartonero que separa residuos en Palermo, la madre que viene de Florencio Varela a atenderse al Piñero, el pibito de Villa Domínico que cruza el Riachuelo para ir a una escuela municipal, el que viene a laburar a la Ciudad usando el transporte público metropolitano o el que viene manejando desde el country Hacoaj de Tigre, son beneficiarios o perjudicados directos de una gestión municipal. Y darán cuenta más allá del muro de la General Paz del modo en que gobierna quien aspira a la presidencia. Ejemplo: la bella playa seca de Parque Roca es un éxito para muchas madres de Lomas de Zamora que llevan a sus chicos a pasar el día. De esas “políticas de frontera” y de una presencia central en el corazón porteño depende la fortuna de un político que hasta ahora no ha demostrado ser un animal político. O sea, un 100% lucha.

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