Entre otras particularidades, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires goza –cual avión en vuelo– de lo que en política se denomina piloto automático. Esto no quiere decir que da lo mismo que gobierne cualquiera, pero sí asegura un mínimo piso de funcionamiento para el caso de que quien tenga el poder no lo ejerza en plenitud.
Una de las características por lo que esto se logra es la llamada “línea” de empleados jerárquicos (plantados en diferentes épocas políticas) que suplantan cualquier falta de conducción. Dada su estabilidad en las políticas y en el tiempo, Sutecba, el principal gremio de los municipales, no es ajeno a este tipo de acciones que, depende desde donde se las mire y en qué momento de la realidad, pueden ser una alternativa más de sobrevida para un gobierno débil o, al contrario, terriblemente nociva y extorsiva.
Un claro ejemplo fue el gobierno local de Fernando de la Rúa, del cual el enrejado de los monumentos y las bicisendas urbanas fueron los recuerdos que dejó antes de que el país lo premiara con la primera magistratura. Extraña ley esta de “quien no puede lo menos puede lo más”, pero la política así todo lo puede, y aquella ascendente Alianza subió la apuesta del regalito porteño a la Casa Rosada.
Los funcionarios públicos, aquellos que se denominan políticos y que ocupan cargos que van desde la conducción de un ministerio, subsecretarías y direcciones generales hasta el desempeño en las plantas de gabinete de dichas áreas (más todas las descentralizadas de los ministerios y del propio gobierno), son un ejército de más de dos mil personas que deben lidiar con la “línea” en un combate desparejo.
El tema es que por cada funcionario que trabaja a destajo, tres lo hacen a reglamento y otros tantos no hacen nada, por ineficiencia absoluta, costumbre o vaya a saber por qué. Esto en el caso de que vayan a trabajar, ítem que ha mejorado la actual gestión. Pero en lo que no ha mejorado es en la comprensión de la política como iniciativa imprescindible, de la que carece la mayoría de los que aquí nos representan.
El PRO resultó ser una mezcla híbrida y poco consistente, en donde la política, además de ser considerada un bien escaso, fue criticada por los nuevos descubridores de la pólvora. Luego resulta que en una reunión de gabinete, más allá de los PowerPoint que ilustran su desarrollo, se sientan 25 tipos (a partir de ahora bastantes menos por las filtraciones), quienes a la hora de las decisiones están pintados con acuarela: están para manejar, en el mejor de los casos, la línea jerárquica de sus respectivas áreas y nada más. La concentración en muy pocas personas (no más de cinco) de las decisiones claves de este gobierno es la verdadera raíz de todos los problemas que sufrió como administración en su totalidad en la segunda mitad del año. Este modelo copiado absolutamente del esquema privado, en donde sí resulta eficaz, no permite el aporte de los que están cara a cara con los problemas y le quita motivación al funcionario.
Si hay algo que distingue a la gestión de la Ciudad de la nacional es que tiene todos los problemas, como máximo, a media hora de la Jefatura de Gobierno, y cualquier falla o incidente es captado por cinco canales de aire, todos los de noticias por cable y 20 radios.
La presión de la gente y la presión mediática –sobre todo esta última– hace que la tensión provoque más errores de lo aconsejable. Allí es donde debe aparecer la verdadera política, llegando con soluciones a la gente antes de que ella llegue a pedirlas cuando no se las pueden dar. Éste es el real desafío y el aprendizaje de mitad de mandato. Queda la otra mitad, que en realpolitik son sólo seis meses.