La intolerancia es uno de los principios que más se ha desarrollado en nuestra sociedad y que genera gran parte de nuestros problemas. La política no es ajena a esta tendencia. A veces, desde allí se impulsan los pensamientos que convierten en demonios a las personas, y esas miradas son las que aumentan la brecha de los desencuentros. Posse es el botón de la muestra. Habló y escribió Posse. Mal, y perdió. Justo en el Ministerio de Educación trajeron a un intolerante de aquellos. Pegarle a Posse fue gratis. Un deporte interdisciplinario. Los otros intolerantes se dieron cuenta, olieron sangre fácil. Y Posse se tuvo que ir. Un intolerante contra otros intolerantes. Pobres chicos entre Posse y Nenna. Ciento ochenta días de clase se construyen de otra manera, más inteligente.
La Ciudad también vivió la contradicción entre sectores sociales; por no llevar la cuestión a unitarios y federales, raíz de nuestros modernos desencuentros. Y en nuestro país, el altísimo nivel de confrontación llegó hasta la conformación de un partido militar de mecánica golpista clásica para “ejercer la reserva moral de la Patria” cuando en realidad la hizo añicos. Pensamos que era la última gran tragedia, con guerra de Malvinas incluida. Pero la trampa dura años.
La división entre civiles y militares ya no existe. Los militares, desfinanciados desde el 83, ya no son de utilidad para defender los poderosos intereses a los que siempre estuvieron ligados. Pero hemos retrocedido en un proceso de pacificación social –la pacificación política es otra– que fue imperfecto y doloroso pero de utilidad para los cimientos de un nuevo país, con políticas de Estado sustentables. Se podría haber aprovechado algo, pero se rompió todo.
La nueva-vieja confrontación que nos propusieron los dos últimos gobiernos nacionales es reproducida en espejo desde el otro lado por los dinosaurios con la misma miopía y, entre tanta tensión, seguimos desaprovechando oportunidades de construir un futuro. Da la impresión de que la mayoría elige otros carriles para encaminar su vida, que toda esta agresión intolerante que baja de quienes tienen o tuvieron algún poder se define y le interesa al poder político, sindical, mediático, empresario, financiero, eclesiástico y rural. Algunos tienen más desarrollo que otros, pero no son más de cien personas. Pocas, ¿no?
Es imposible que la estrategia de poder desde todas las veredas sea mantener viva la división y tirar hasta que se rompa vaya a saber qué, algo que todavía no lo esté. Un país necesita de acuerdos, necesita de todos en un delicado equilibrio, ganando y cediendo. El país para pocos no funcionó nunca y lo que más preocupa es cómo reventó el tejido social tras tantos años de retroceso. Clientelismo para pagar, lo mismo para comer, para sobornar de un lado y de otro de la balanza; marginalidad e inseguridad: la herencia de todos los presidentes. Creció la brecha entre ricos y pobres.
Cualquier país necesita justicia para no repetir errores. La Argentina, lamentablemente, no la tiene, y por allí se empieza. Las continuas dictaduras que corrompieron jueces y luego la dependencia o el miedo al poder político, desvirtuaron el eje social de la institución madre. Muchas otras corporaciones se pueden corregir a partir de refundar premios y castigos desde los estrados. Sería una excelente política enfilar a la Nación al desarrollo en el tiempo, el verdadero nombre de la paz social.