Mauricio Macri entró este jueves 10 de diciembre en la segunda mitad de su mandato. La situación se le presenta más difícil de lo que era hace dos años, cuando arrasó en las elecciones porteñas, luego de que el progresismo quedara sepultado bajo las cenizas de Cromañón. Y aunque el jefe de Gobierno aún mantiene una aceptable imagen positiva, el balance de gestión no logra cubrir las expectativas que habían generado sus promesas en vastos sectores de la población. No sería justo desde esta columna criticar a Macri desde un punto de vista ideológico. La mayoría que lo eligió, lo votó sabiendo cuáles eran sus ideas, más allá de la imagen edulcorada que diseñó Jaime Durán Barba. Los analistas coinciden en que para su victoria fue crucial su fama de “empresario eficiente” frente a la desidia mostrada por las administraciones progresistas.
Pero el error de Macri es haber llegado con un plan diseñado en un laboratorio sin tener en cuenta los factores que componen la realidad política. En ese escenario, los power point elaborados por los técnicos de las fundaciones Creer y Crecer y Sophia se desdibujaron. Y aún hoy, el Gobierno porteño no se termina de acomodar y la oposición le hace sentir cada vez más su peso. Desde que el Fino Palacios debió renunciar a la jefatura de la Policía Metropolitana, a fines de agosto, Macri viene sufriendo como nunca. A la avanzada político-judicial por las escuchas telefónicas del Jamesgate, que ya se cobró a un ministro y al subjefe de la Policía Metropolitana, el PRO sumó una dura derrota en la Legislatura, donde no logró imponer su voluntad de obtener la vicepresidencia segunda del cuerpo, que quedó para Proyecto Sur. Este cargo tiene una vital importancia luego de la renuncia de Gabriela Michetti a la Vicejefatura de Gobierno, ya que, por línea sucesoria, cuando el vicepresidente primero del Parlamento porteño deba reemplazar al Jefe de Gobierno en sus ausencias, el Poder Legislativo quedará en manos del vicepresidente segundo. El temor del macrismo es que la oposición pueda aprovechar los viajes del jefe porteño para destrabar a su favor cuestiones sensibles.
La situación es en cierta medida asimilable a la derrota que sufrió el kirchnerismo en la Cámara de Diputados nacional, pero con una salvedad importante a favor de Macri: en el Ejecutivo porteño, el PRO tiene garantizada la línea sucesoria con el vicepresidente primero de la Legislatura, Oscar Moscariello, mientras que en el Ejecutivo nacional, la Presidenta tiene a un vicepresidente devenido en opositor.
Esta semana, Macri decidió la salida de los ministros Mariano Narodowski (Educación) y Juan Pablo Piccardo (Espacio Público) y sus respectivos reemplazos por el escritor y diplomático Abel Posse y el ex vicepresidente primero de la Legislatura, Diego Santilli. El primero, políticamente cercano a Eduardo Duhalde y devenido en férreo antikirchnerista, intentará hacer pie en un área donde el macrismo sufrió cuestionamientos apenas asumió el Gobierno (dicho sea de paso, el nombramiento de Posse ya recoge fuertes críticas de parte de varios sectores del progresismo). Santilli, por su parte, deberá hacer gala de su fama de forjador de consensos para poner luz en un espacio hasta ahora signado por el violento accionar de la UCEP.
Macri deberá demostrar muñeca si quiere soñar con ser presidente en 2011. Tiene a su favor el tercer presupuesto del país y las enseñanzas que pueda extraer de los errores cometidos. En su contra, que el camino será más escarpado que nunca y con muy poco margen para volver a trastabillar.