Si a usted le dijeran que una fuerza política votará el despacho del presupuesto que finalmente emita la comisión correspondiente presidida por el macrista Álvaro González (en donde sí darán batalla) a cambio de algo, a usted le parecería bastante inverosímil, pero si le dijeran que esa fuerza es de centroizquierda, le parecería todavía más inverosímil. Pero sí, es cierto. Posiblemente el Partido Socialista que en la Ciudad dirige Roy Cortina lo haga siempre, aunque las elecciones legislativas del año entrante sean finalmente desdobladas, algo que pretenden los de la rosa, pero que es exclusivo resorte del jefe de Gobierno. Y este dato no es para cortarse las venas, ni es un pacto espurio sino que es la simple descripción de cómo y qué se negocia, por ejemplo en este tema que involucra el destino de 15 mil millones de pesos para el 2009.
No es la primera vez que algo así sucede: el socialismo no es la excepción a la regla sino parte de un sistema que con esas decisiones potencia el grado de fragmentación de las instituciones y debilita la práctica política. Es la división que se observa entre quienes piensan los contenidos de lo que votan y los que priorizan el acceso al poder sin pensar alternativas superadoras.
Luego, está la intención manifiesta de Olivos: poner la votación del presupuesto porteño en un paquete de hostigamiento por medio del cual el kirchnerismo pretende desplazar el foco de atención sobre territorio de Macri para potenciar sus debilidades e intentar propinar a cualquier costo derrotas políticas. En una palabra, no importa si las partidas están bien o mal destinadas, lo importante es el desgaste que debería sufrir el oficialismo local. Y la ventaja que se pueda sacar de eso.
Desde estas páginas siempre se alentaron los acuerdos perdurables, la democracia partidaria y participativa y las políticas de Estado para temas estratégicos. También en el ámbito legislativo, donde se deben generar consensos para que normas que requieran mayorías especiales puedan ver la luz. La oposición sin ideas, la oposición destructiva a la que le importa más quién lo dijo y no lo que dijo, es una actitud ya adoptada y probada que viene desarrollando el ibarrismo junto a algún sector K -en pocas ocasiones-, posición que antes era privativa del autismo del zamorista Gerardo Romagnoli. La marca si viene del macrismo es malo no tiene más de una decena de admiradores en el recinto, pero logran formar masa crítica -en los últimos tiempos – cuando su afirmación de cabecera tiene visos de realidad, como en el caso de las tarjetas de crédito. Pasó mucho tiempo, casi diez meses, para que la oposición votara toda junta y ganara una votación contra el oficialismo.
¿Puede la Ciudad de Buenos Aires ser mucho más tiempo rehén de la furia desatada por el matrimonio Kirchner a raíz de sus necesidades políticas? ¿No debería estar más repartido ese castigo en el plano nacional y afectar de esa manera a cada una de las provincias y al total de los argentinos, ya que sólo se trata de operativos de distracción? Nadie en su sano juicio puede pensar que esta andanada de problemas con que bombardearon la Capital desde que terminó el conflicto con el campo será premiada en las urnas en las elecciones del año entrante.
Caído en desgracia Alberto Fernández, la conducción del kirchnerismo de la Ciudad pasó a manos directas del ex presidente de la Nación y actual presidente del PJ nacional, Néstor Kirchner, quien se encarga de ir tanteando a todo lo que no es PRO en la Ciudad para arremeter contra Macri en los comicios. Kirchner sabe que un buen resultado en Capital (el 24% que sacaron en tres ocasiones), será imprescindible a la hora de hacer el número nacional que estima necesita para garantizar gobernabilidad, situado alrededor del 35/38% de los votantes argentinos. La Provincia de Buenos Aires, más complicada que nunca, sin embargo, se encargará -creen- de brindar el piso para trepar hasta allí.
Volviendo a la Ciudad, vendrá la votación del presupuesto que empezó a ser petardeado por dos referentes que desconcertaron a los entendidos de la política porteña. Se trata del ex jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra y de Juan Cabandié, en el idioma de Olivos los dos límites: el primero, el hombre más lejano del progresismo y el joven legislador, el más propio. Ambos compartieron cartel y el Abrazo a la Legislatura en contra de la norma que mandó el Ejecutivo, y aunque parecieran formar parte de algo diferente, el pragmatismo de Kirchner en su silencio patagónico, hace milagros como esa foto. Será esto un anticipo de lo que vendrá en el futuro. Recuperará un rol Alberto si desde Olivos en algún momento intuyen que necesitan a Ibarra para estirar el armado y pasarlo del límite exterior del círculo hacia dentro de la carpa.
Pero la realidad K legislativa es diferente a la del abrazo. Sus conductores, Juan Manuel Olmos y Diego Kravetz, llevan la oposición de manera más racional, a fuego moderado, intentando mantener la tropa unida para tener más peso a la hora de ejercer presión sobre el PRO. Tampoco es secreto para nadie que Olmos está muy cerca de Jorge Telerman, algo imposible de digerir para la histórica sociedad de albertistas e ibarristas, con la diferencia de que el Pelado, si quisiera, tendría llegada a la Rosada, aunque siempre se diferencie. Por algo será.
Kirchneristas, progresistas, ibarristas y peronistas se verán las caras con el PRO en el último round del año, en un match televisado en directo para Olivos. Luego vendrá el necesario receso para curar las huellas del combate.