Semblanza de un candidato

Semblanza de un candidato

"Telerman trabajó aquella época. Yo era alfonsinista, él no. Mucho más no sabía, supongo que estaba enterado de sus simpatías peronistas, pero me importaba poco. En 1987 tuvimos una fuerte diferencia con el levantamiento de Rico. Lo que yo llamaba fascista torturador, él decía, con casi todo el peronismo: pensamiento nacional. Sólo unos pocos “renovadores” defendieron el gobierno nacional. El relato rescatador de presuntos republicanos de la época es una patraña recurrente que quiere inventar democaretas a distancia".


Conozco a Telerman desde 1985. Ingresó como ayudante de cátedra de la materia filosofía en el CBC. Luego me siguió en los cursos de la materia electiva Espacios de Saber y Espacio de Poder de la carrera de Arquitectura de la UBA. Tuvo un rol activo en el Colegio Argentino de Filosofía, que dirigí desde 1984 hasta 1992. Apenas comenzamos a trabajar le pedí traducir partes de los dos últimos libros de Foucault: El uso de los placeres y El cuidado de sí, años antes de que lo hicieran las editoriales. Gracias al nuevo material miles de alumnos pudieron estudiar y discutir las cuestiones de filosofía, política y sexualidad en Grecia, y en la actualidad.

Al entrevistarlo no le pedí mostrarme el título, ni se lo pedí a los cuarenta docentes con los que formé la cátedra para la facultad de psicología, CBC, arquitectura. Lo hice por principio ético-político y se lo impuse a las autoridades de la UBA. La consideración de antecedentes académicos en un país que venía de una dictadura criminal, de facultades que hacían desaparecer estudiantes y profesores, de decanos militares –como en psicología en donde me dijeron al ingresar como profesor titular por concurso interno en abril de 1984, que el ex decano era un capitán de la marina–, una universidad sectaria y destructiva que en nombre del pensamiento nacional reinó antes del golpe, y un país en el que intelectuales y estudiosos, tuvieron que hacer su propia cultura a pulmón, decidí entrevistar a uno por uno y preguntarles qué estaban dispuestos a dar.

Por supuesto que hice una selección. Docentes con estudios incompletos, filósofos vocacionales y estudiantes de primer año de la UBA con pasión docente y sólida formación, trabajaron junto a egresados de la Kennedy, libreros veteranos, sociólogos de la universidad de Belgrano, y profesores que habían, ellos sí, trabajado en la UBA en los años nefastos. Yo no era un Juez, y el país en el que vivía albergaba mucha gente con pensamientos distintos y no todos eran héroes o mártires.

Lo importante fue hacer y hablar, pensar y trabajar, aprovechar cada minuto de la libertad que no habíamos conocido y que no podíamos desperdiciar.

Telerman trabajó aquella época. Yo era alfonsinista, él no. Mucho más no sabía, supongo que estaba enterado de sus simpatías peronistas, pero me importaba poco. En 1987 tuvimos una fuerte diferencia con el levantamiento de Rico. Lo que yo llamaba fascista torturador, él decía, con casi todo el peronismo: pensamiento nacional. Sólo unos pocos “renovadores” defendieron el gobierno nacional. El relato rescatador de presuntos republicanos de la época es una patraña recurrente que quiere inventar democaretas a distancia.

Telerman estaba vinculado a Cafiero, y luego Guido Di Tella. Así entró a la política. Alguna vez me preguntó qué pensaba del canciller, y le dije que me parecía un inepto. Reconozco que mi opiniones sobre figuras del peronismo son algo terminantes. Sé que el ciudadano mediocre se siente mejor cuando escupe sobre los políticos, lo hace sentir más inteligente, moral, justificado en su fracaso personal. En el grito contra los políticos hay una buena cuota de resentimiento.

Lo perdí de vista ya que tuvo funciones diplomáticas en París y en Washington. Fue nombrado organizador de una Expo-Sevilla y se cayó el techo de un stand. Lo usaron de chivo expiatorio y lo echaron, pero se calló y no buscó excusas ni delegó responsabilidades. Más tarde, unos años después, después de ser asesor del director de la OEA, es nombrado embajador en Cuba, y Fidel lo apreciaba mucho a pesar de no tener el título en regla.

La dinámica sin igual del peronismo hace que en las internas que lo caracterizan, lo viéramos al lado de Béliz. Me gustó la actitud. Critiqué a Béliz en algunas notas, y fuerte, pero sabía que su modo de pensar la política iba más allá del puritanismo del Opus Dei.

Las personas no son bloques de hormigón, y no todas piensan lo mismo, hay que tomarse algo de trabajo antes de juzgarlas. La labor de Béliz, el de la “derecha” como dicen los neorreaccionarios de la izquierda de hoy, lo hizo merecedor de la expulsión de la política y del país. Vio y dijo algo que no debía ver ni decir, al menos por la salud de sus hijos. No hay como la izquierda kirchnerista para aclarar esos tantos.

Por el lado flaco que unía al “belicismo” con el peronismo progresista del Frepaso, Telerman apoyó ese movimiento nuevo de la política. El resto es historia conocida. Un secretario de cultura como deben ser esos funcionarios, libres con el pensamiento, curiosos ante las innovaciones, abiertos y sin prejuicios.

Por eso lo nombró a Quintín y lo dejó hacer lo que quisiera en el BAFICI todo el tiempo que estuvo en la secretaría. Sólo un aventurero de la política viene a mi casa para preguntarme por la gente de El Amante, en donde yo escribía, y querer saber qué pensaba de Quintín. A mí, un elemento político más inorgánico imposible.

Creo que es trabajador, que no se guía por los marchitos e inútiles prejuicios de la política argentina, es una suerte que haya circulado por sus frentes, no existen las doctrinas sino la calidad humana. Me parece que es inteligente, que no hace política para su bolsillo, y que es mucho mejor que la estafa que tiene en frente con sus dos caras. Los dos con un flor de título, ya sea de Flacso o de la Católica.

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