Los dilemas de Filmus

Los dilemas de Filmus

"Entre los principales candidatos porteños pueden enlodarse tupido. Pero no hay motivos fehacientes para concluir que la política se reduce a ese tipo de representación"


El gobierno nacional debía solucionar un problema político que podía llegar a perjudicarlo en los primeros días de marzo de este año. El ministro de educación Daniel Filmus viene realizando un delicado ejercicio de equilibrio entre sus funciones ministeriales y los primeros pasos de su campaña para Jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. No renunció a sus atribuciones ni pidió hasta la fecha licencia en su cargo. Debe administrar la educación nacional hasta fines de año –el momento en que se efectúa el traspaso de mando–y competir en junio por la ciudad.

Los primeros días de campaña fueron de exhibición ya que se lo conoce poco en la capital. Pero el nudo amenazante podía desatarse al inicio del curso lectivo. Nadie quería presenciar una escena que podía ser letal para las ambiciones del ministro y de sus mentores. Es fácil de imaginar. Mientras Filmus se dedica a sus actividades proselitistas, el gremio de los docentes, la Ctera, anuncia que las clases no comienzan. Varias provincias amenazan con paralizarse, la agitación no cesa y las negociaciones son lentas. El ministro se ve obligado en esta circunstancia a pugnar por hallar una solución presupuestaria en el menor tiempo posible, a la vez que su presencia en la ciudad se diluye.

Una vez el tema escolar en los medios y en la política, muchas cosas podían llegar a decirse respecto del tema educativo en un conflicto desencadenado en época electoral. Sería posible refrescar los resultados concretos en estos cuatro años respecto de la calidad de la enseñanza, de los avances en la formación docente, de los días de clases realmente efectuados respecto de los tantas veces anunciados, de las responsabilidades de quienes perpetraron el daño con la ley federal ahora derogada, saber quiénes fueron y para qué lo hicieron, y de la situación educativa nacional en sus tres niveles en un país que se congratula de un crecimiento económico excepcional y de logros de variada naturaleza.

Había que aventar cuanto antes esta amenaza. No es fácil congeniar el trabajo ministerial con una campaña política, ni es fácilmente aceptable para la ciudadanía que un ministro no cumpla con sus funciones, y menos en situaciones de conflicto.

La estrategia hasta la fecha era la de jugar a dos puntas. Por un lado pulsar la opinión y ver los resultados de las encuestas, que de resultar negativas durante el mes de marzo, concluiría con un retorno sigiloso al Palacio Sarmiento. Se condecoraba el acto con una foto entre tres personajes sonrientes y reconciliados: Filmus-Kirchner-Telerman, o , por el contrario, de ser alentadoras, entonces sí, pedir una licencia, dejar en funciones al viceministro Tedesco, y ganarse la ciudad.

Para que esto fuera posible era necesario arreglar con la Cetera que, aunque ya partidaria oficial, no podía ahogar luchas internas. Por eso Filmus logra el apoyo presidencial para otorgar el 25% de aumento sobre el básico sin conflicto y con beneplácito sindical. Pero de aplicación irrealizable. Los sueldos están federalizados. Las provincias tienen las cuentas mal. La riqueza que generan pasan al fisco nacional. El gobierno de Kirchner maneja los recursos de todo el país a discreción. Calcula un crecimiento bajo para quedarse con el resto del superávit fuera del presupuesto votado y poder usarlo según conveniencias políticas. Es la tarea del jefe de gabinete, y en lo que respecta a los emprendimientos públicos de De Vido.

El llamado fondo salarial docente en manos del gobierno central se destina a equilibrar lo sueldos de las once provincias más pobres. Por supuesto que la discrecionalidad de su manejo no sólo reside en los montos que se destinan, sino en el momento en que se envían. Un atraso de un par de semanas puede crear más de una situación penosa a gobernadores díscolos.

Un sueldo básico de $1040 por jornada simple no tiene parangón en muchas provincias con lo que cobran los otros empleados estatales ni con los salarios privados. Ni el costo de vida de la Capital Federal se compara con el resto del país, salvo en ciertas provincias del sur.

Ya la provincia de Buenos Aires con sus 234 mil docentes y sus cuatro millones y medio de alumnos no sabía cómo solventar los 900 de básico prometidos. Tiene mil quinientos millones de dólares de déficit. Filmus reconoce que el aumento ni siquiera fue consultado con las provincias.

Pero no importa, dice Alberto Fernández. Es fundamental que Filmus aparezca como bueno, generoso, progresista, mientras el ejecutivo analiza cuáles son los distritos que recibirán ayuda monetaria para cumplir con el decreto. La foto está. La segunda parte de esta historia ha de ser el reinicio de las clases en la Capital Federal. Alumnos en la calle con sus padres cortando avenidas frente a las cámaras de la televisión, un techo caído, baños cerrados, roturas de caños, problemas edilicios diarios, un par de impactos bien aceitados mediáticamente para lograr el contraste deseado.

Un ministro dadivoso y popular. Nadie discute que los docentes incluso deberían ganar mucho más, tampoco nadie discute cuánto del presupuesto educativo llega a las aulas. Frente a un actual jefe de gobierno irresponsable con la gestión fuera de control.

Así son las luchas electorales, se dirá. Entre los principales candidatos porteños pueden enlodarse tupido. Pero no hay motivos fehacientes para concluir que la política se reduce a este tipo de representación. Hay un puente que habilita el paso entre política y educación, se llama cultura. Los políticos cumplen un importante papel educativo. La educación no se resume en la actividad escolar. La mentira, la estafa, la impunidad, la crueldad del poder, son vectores pedagógicos de importancia. Modelan conductas, invitan a comportarse de un modo determinado.

No es lo mismo la imagen de servicio que dan Sabatella, Binner y Terragno, a la que dan los Fernández, De Vido y Díaz Bancalari. No es sólo una cuestión de imagen, claro, sino de acciones y de debate de ideas. En el capitalismo salvaje la flexibilidad y la precarización definen el horizonte laboral, pero no han hecho mella en las estructuras burocráticas. Éstas tienen la suerte de haberse fortalecido, su personal defiende la reproducción de su poder, los personajes se eternizan, y en lugar de precariedad, multiplican sus funciones.

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