REWIND. Pasadas las 12 del mediodía del lunes 13 de marzo, la Legislatura porteña estaba colmada de funcionarios, legisladores, políticos varios, periodistas y curiosos, que asistían a un acto inédito: la asunción del vicejefe de Gobierno de la Ciudad, el peronista Jorge Telerman, al sillón máximo del poder capitalino, luego de la destitución del ex jefe comunal, el frepasista Aníbal Ibarra, decidido por la Sala Juzgadora del cuerpo legislativo, ante las irregularidades cometidas por la administración del ex fiscal, que según los diputados porteños fueron un punto clave para que se desencadenara la tragedia del boliche de Once, República Cromañón, el cual se incendio la noche del 30 de diciembre del 2004, durante un recital de rock del grupo Callejeros y que provocó la escalofriante cifra de 194 muertos. “Este nuevo Gobierno es fruto de esa masacre y la Plaza de Mayo es la Plaza de Cromañón”, manifestó en la parte más resistida de su discurso inaugural, el afrancesado Jefe de Gobierno. Ibarristas y kirchneristas tragaron saliva y se mordieron la lengua. Para ellos la frase era difícil de digerir.
Al hacer alusión a la tragedia como origen de la nueva administración les daba la razón al sector más duro de los familiares de las víctimas que culpaban, principalmente, al ibarrismo por el suceso. La teoría se daba de bruces con la defensa esgrimida por el elenco oficial que comandaba hasta esa jornada Ibarra y que obviamente incluía a Telerman, sobre una conspiración político-golpista estructurada desde la centroderecha capitaneada por el diputado nacional de Propuesta Republicana (PRO), Mauricio Macri, para quebrar el orden institucional y de esa manera tomar el poder que no alcanzó a través del voto popular. Pero de pronto y de un día para otro, la principal argumentación de defensa del Gobierno de Ibarra se desvanecía como un castillo en el aire, por la argumentación de nada menos que el político que había sido el número dos del cuestionado ex número uno. “Se dio vuelta como un panqueque, es un traidor”, le susurraron al oído a Ibarra, sus todavía leales, casi como si tuvieran un poder clarividente que les permitiera leer la mente del frepasista. Para los conocedores de la interna política de la Capital Federal, esa parte del mensaje inaugural del telermanismo, haciéndose cargo del mando supremo que tiene base real en el Palacio Municipal, ubicado en Bolívar 1, se transformó en el Primer Parte de la Guerra, ahora visceral y sin sutilezas, que con el correr de los meses, se ampliará al terreno judicial, entre dos viejos aliados: Aníbal Ibarra y Jorge Telerman.
FAST FORWARD. Incendiario comunicado de prensa enviado a los medios de comunicación, el lunes de esta semana, a primer hora del día, por el área de prensa del Gobierno de la Ciudad. En el texto se dio a conocer que el miércoles de la semana pasada, a raíz de la mudanza de la Subsecretaría de Derechos Humanos porteña, a las nuevas oficinas de la calle Moreno, se encontraron tres cajas azules con objetos pertenecientes a las víctimas de Cromañón. Las autoridades capitalinas entregaron el material a un grupo de colaboradores de la magistrada que lleva la instrucción de la causa, María Angélica Crotto, para ser anexado a la misma, a la par que se instruyó un sumario interno para encontrar a los responsables del ocultamiento interno. Un Jaque Mate del estudiado ajedrez de guerra entre Ibarra y Telerman, con el cual el jefe comunal le apuntaba sus cañones a una figura muy cercana al entorno del ex fiscal: Gabriela Alegre, ex subsecretaria ibarrista de Derechos Humanos, rebajada con la llegada al poder del ex embajador en Cuba al casi inexistente cargo de titular de la Unidad Ejecutora de Proyectos y Sitios de la Memoria. En palabras claras, Telerman acusaba a Ibarra de ocultar datos comprometedores para su administración, sobre las irregularidades oficiales que permitieron la muerte de 194 personas. Ese ataque finalizaría con la conclusión de que existían bolsones de corrupción en el anterior Gobierno.
El sorpresivo hallazgo, le permitió al Jefe Comunal, desprenderse de una funcionaria no deseada, o sea, la ibarrista Alegre. Un dato que pasó desapercibido para los medios de comunicación, pero menor en la cuestión y que fue bien entendido por las huestes del ex fiscal fue el color de las tres cajas reaparecidas: el azul patrio. Para los minuciosos seguidores de las audiencias legislativas que llevó adelante la combativa Sala Acusadora del Palacio Legislativo, ese color fue varias veces repetido por quienes declararon ante los diputados porteños. De más está decir que el azul no le caía para nada bien a Ibarra, ya que de esa manera se identificaba a una misteriosa y corrupta caja en donde dormían el sueño de los justos, elegidos expedientes de boliches de la noche de la Capital Federal, que no eran debidamente inventariados por los organismos de control del ibarrismo. Eliminando la jerga tribunalicia, esos locales contaban con la remunerativa protección oficial, a pesar de sus faltas en materia de seguridad para funcionar legalmente.
La movida telermanista contra el ibarrismo pretende llevar a los tribunales judiciales cualquier dato que complique el rearmado político de Ibarra, para las elecciones para elegir a un nuevo Jefe de Gobierno capitalino. La virulencia cobró intensidad luego del sobreseimiento judicial que Crotto le dictó a Ibarra en el caso Cromañón, hecho que derivó en unas acusaciones cruzadas y de fuerte tono boxístico entre el funcionario telermanista a cargo del Ministerio de Obras Públicas, Juan Pablo Schiavi y el ex secretario de Cultura del ibarrismo, Gustavo López. Sin medias tintas, Schiavi acusó a los ibarristas de armar una operación de inteligencia que derivó, en una nueva toma de los edificios del FONAVI, ubicados en el Bajo Flores, por parte de los habitantes del barrio Rivadavia. López lo cruzó negando “tal disparate” a la resolución judicial que benefició al ex fiscal. Para los laderos de Ibarra, su jefe mantiene una alta imagen positiva en el electorado de la Ciudad y su posible postulación a un cargo legislativo, senador o diputado nacional o legislador porteño, unificaría el siempre apetecible voto de centroizquierda que supuestamente el ex Secretario de Cultura perdería y desea sumar, ante su ex socio.
PLAY. En la batalla judicial, tanto los padres de los muertos de Cromañón, como el preso y ex gerenciador del boliche de Once, Omar Chabán, jugarían un papel clave. Los dos grandes grupos en los que se dividen los familiares, fueron detallados en su composición en el anterior número de NOTICIAS URBANAS. Se los podría bautizar de manera general como Duros y Blandos. Este último conglomerado pretende seguir luchando contra el ex fiscal, únicamente por la vía judicial, en cambio los Duros, que estarían impulsados en la sombras por cierto sector de la administración T, según se lo confirmaron en off the record a este semanario, varios políticos locales, basaría sus acciones en continuos escraches a el ex jefe comunal, cada vez que vaya a realizar una aparición pública, para de esa manera hacerlo desistir de participar en los comicios del 2007. Este sector lo comandan el intrigante abogado José Iglesias y el iracundo Ricardo Righi.
Sin embargo, Telerman le teme a viejas relaciones de amistad, entre Chabán e Ibarra, que de la noche a la mañana, podrían desembocar en una declaración pública del ex gerenciador que acusarían al Jefe de Gobierno de tener actividades en los negocios de la noche porteña nada legales, gracias a su doble rol de dueño del boliche de San Telmo, La Trastienda y su condición de funcionario público.
Por último, este semanario pudo averiguar que desde la gestión Telerman agitan la versión sobre la posible aparición de otra inesperada caja capitalina, que involucraría, de muy mala manera a la ex subsecretaria de Control Comunal, Fabiana Fiszbin, procesada por el delito menor de incumplimiento de los deberes de funcionario público y a la espera de un fallo apelativo presentado por su defensa, para librarla de culpa y cargo; para de esa manera perjudicar a sus protectores y amigos políticos, los hermanos Ibarra: Don Aníbal y la senadora Vilma.