Nos creemos vivos. Unos vivos "bárbaros", como se dice. Desde chico pensamos como vamos a ser los mejores del mundo, y estamos dispuestos a demostrarlo. Sólo que para llegar a esa evidencia necesitamos imperiosamente perjudicar a los demás.
"Yo me corto solo", "Yo hago la mía", Yo me salvo y zafo" son nuestras expresiones cotidianas, prototipo del argentino medio: el porteño canchero, ganador, de fácil y frágil palabra, que "se las sabe todas".
Pero si existe un trabajado arquetipo de argentino: su modelo es el porteño, aunque se ha extendido y caracterizado, que hoy lo podemos encontrar en la más insospechable de las provincias. Es un modelo ya impuesto, "el modelo argentino", quién no responde a este personaje sufre por no ser y lo declama o lo padece en silencio.
Con una mezcla de astucia y ubicuidad, suple a la sensibilidad, la inteligencia, el saber, la destreza, el esfuerzo, en suma las virtudes que hoy día se desprecian. Se trata simplemente de "auténtico predador": lo único que espera es el momento oportuno y las circunstancias adecuadas para aprovecharse del resto de la sociedad que aún y a pesar de todo mantiene los principios.
Los demás para ellos son "los giles", sus víctimas potenciales. Quien ama, trabaja, estudia, es de inmediato catalogado como un "gil". Si encima es honesto es "un gil al cuadrado". Siendo mentiroso y desleal se saca "chapa de vivo".
Cuando nos reunimos los argentinos y alguno cuenta que durante años ha estafado y que nunca lo descubrieron, cosecha la admiración unánime de la mayoría de los presentes; sus escuchas no lo consideran un ladrón, sino un acabado personaje de la "viveza criolla".
Otro tanto sucedería si se jacta que se ha enriquecido durante su paso por la administración pública. Tanto nos prestigia este tipo de fraudes, que a veces exageremos el monto de los desfalcos para ser considerado el más vivo. Y en exagerar el argentino medio no se mide. Lleva la mentira tan incorporada, que miente aunque no sea necesario o no le convenga, es tan natural a punto que no toma en cuenta siquiera las mentiras periódicas.
Todos sabemos que hablamos, prometemos y nos comprometemos, pero "lo dejamos para más adelante o para nunca". Esta "militancia" casi incesante en la mentira produce expresiones y comportamientos que van de lo insólito a lo ridículo.
Las primeras y predilectas víctimas del modelo argentino por parte del medio pelo, suelen ser las mujeres. Las argentinas, que no tardan en adivinar el particular estilo de sus victimarios y a veces llegan hasta imitarlos. La mujer para el argentino medio es un trofeo o su servil compañera, depende de los atributos que la naturaleza le proveyó.
Resulta difícil saber cuando un argentino medio promete por fabulador, soñador, seductor o de puro irresponsable, es que no puede ya diferenciar "mentira de verdad". Es apasionado, y en un momento de pasión puede prometer cualquier cosa, total al otro día ni lo recordará.
El argentino medio se siente desde muy joven, víctima de una injusticia enorme: la de no ocupar el lugar social, económico y hasta sentimental que él cree le corresponde; como puede ser que el mundo no se entere que él existe y quede en evidencia su anonimato. "El personaje de esta profunda confusión se transforma en poco tiempo en un resentido, siendo su primera víctima la Familia, luego la Sociedad y de última él mismo".
De este parecer y aparecer del argentino medio proviene toda una cultura, la de lo "trucho", término que proviene de nuestro lunfardo que se refiere a lo falsificado. En estas circunstancias aparecen: el diputrucho, auto trucho, tarjeta de crédito trucha, títulos de propiedad truchos, médico trucho, abogado trucho, vestimenta trucha, la factura trucha, billetes truchos, policías truchos y hasta fiscales truchos.
Entonces hemos convertido a la Argentina en el reino de la trampa, porque "estar de trampa" es para los vivos.
Compatriota, el que suscribe esta nota y muchos argentinos suplicamos al supremo que terminemos lo más pronto posible con este modelo, nuestra querida Patria no resiste diez años más esta situación, nos vamos todos al infierno tan temido y no se salva nadie.