Hace una semana, el fin del mundo pareció anticiparse en Buenos Aires aunque no sean tierras mayas ni mucho menos. La noticia de una nube tóxica surcando los cielos de la Ciudad generó desconcierto, temor, autoevacuaciones de las grandes empresas que tienen sus oficinas en la zona de Puerto Madero y análisis apresurados que no sonaban serios, si se tiene en cuenta que alguien hablaba de “toxicidad baja” muñido por un traje especial que hasta tenía casco cerrado y mascarilla de oxígeno.
Ahora bien, qué fue lo que verdaderamente pasó es la primera incógnita, y la segunda, cómo evitar que se repita. Los trabajadores de la Terminal 4, el muelle donde comenzó el incendio del contenedor que propagó los gases en la zona del puerto, la Villa 31 y una buena parte del microcentro, fueron los primeros en dar una señal de alerta: “Estas cargas peligrosas con la que cotidianamente convivimos dejaron al desnudo un sistema de evacuación insuficiente ante desastres como este, donde ni siquiera había barbijos para todos y muchos nos las arreglamos como pudimos, ayudándonos entre nosotros”.
En ese sentido, repudiaron la tardía respuesta de la empresa APM Terminals que disponía del detalle de la carga del contenedor, algo fundamental para evaluar y evitar daños. Los portuarios confirmaron a este medio que solo reciben una charla al año sobre el manejo de cargas peligrosas en el marco de la seguridad y la higiene. “Los controles son mínimos, los hace la misma empresa que tiene ganancias siderales pero que no invierte en esta área, por lo que algo así podría repetirse si nada cambia”, confiaron a Noticias Urbanas.
El secretario de Seguridad, Sergio Berni, habló en su momento de “un insecticida que produce algún mínimo mareo”, pero varios portuarios terminaron hospitalizados con problemas respiratorios y el cuadro en la estación de ómnibus y en la Villa 31, aseguran, “fue dantesco, porque nadie los informaba y nadie los atendía”. “La empresa no entiende que no solo los trabajadores estamos librados a la suerte, ya que estos accidentes nunca afectan solo a los que están en el puerto”, advirtieron.
El insecticida es en realidad un agroquímico que se usa para tratar las semillas de manera previa a la siembra. Comercialmente se lo denomina thiodicarb, y las empresas Bayer y Aventis tienen las patentes actuales, está prohibido en la Unión Europea y tiene grado de toxicidad dos: “Altamente tóxico”. Los mismos fabricantes recomiendan controlar la expansión en contacto con el agua e incluso aislar con arena el material que se haya usado en casos de incendio, tratándolo como residuo peligroso.
Según explicaron a Noticias Urbanas desde la organización Copaara Analistas Ambientales, “los problemas más importantes de este plaguicida son que puede causar daños fetales, es residual para alimentos, tóxico para aves y muy tóxico para la vida acuática”. En la misma hoja de seguridad del producto se señala que es tóxico por inhalación y por ingestión, que puede generar lesiones oculares graves y problemas en la piel”, agregaron.
Pero el dato que tal vez más evidencia la negligencia fue que se utilizó agua para tratar de apagar el incendio del contenedor, justamente lo que no había que hacer. “No se recomienda apagar un incendio con agua, porque reacciona y forma la nube que se formó hoy. Un error grave por actuar y después pensar pudo haberle costado la vida a quienes primero trataron de controlar el incendio. Entiendo la urgencia, pero el procedimiento con incidentes con sustancias químicas dice que primero hay que averiguar qué estás tratando, ver medidas de seguridad adecuadas y luego actuar”, señalan los ambientalistas. Lo correcto hubiese sido dióxido de carbono, espuma o polvo químico, y agua pulverizada como último recurso.
En las medidas de seguridad de la marca incluso se recomienda cercar las áreas afectadas, algo que nunca sucedió. Una empleada de la empresa Movistar reveló a este medio que “ante el desconcierto, cuando escuchamos cuál era el producto, nos fijamos por internet, vimos que era tóxico y nos autoevacuamos pero nos dimos cuenta de que no estamos preparados ante este tipo de situaciones”. Pese a la alarma, muchas empresas ubicadas en la zona de riesgo no liberaron de sus tareas al personal o los obligaron a concurrir en caso de que aún no estuviesen en las instalaciones.
“Tal vez esto ayude a que los ciudadanos porteños tomen conciencia de lo que significa manipular estos tóxicos. El accidente fue justamente en el puerto, desde donde se redistribuyen masivamente a los campos del país. Actualmente se usan unos 300 millones de litros, el uso de los agroquímicos aumenta de la mano de los cultivos transgénicos”, indicó la abogada ambientalista Graciela Gómez, quien además pidió no tomar como guía a los funcionarios ya que “en el país el sistema de reclasificación de agroquímicos está caduco y mediante un recurso de mi autoría se logró que el BID ahora intervenga en estas situaciones”.
“Malinforman, minimizan y no se dan cuenta de que en cualquier momento tenemos un Londres en tinieblas, igual que 1952, con 12 mil muertos”, apunta Gómez. El hecho al que refiere es un período de polución ambiental que sucedió en diciembre de 1952 en Londres. El fenómeno fue considerado uno de los peores impactos ambientales hasta entonces, causado por el crecimiento incontrolado de la quema de combustibles y se estima que causó la muerte de 12 mil londinenses.
“Varios medios de comunicación citaron un comunicado del Ministerio de Salud que hablaba de un ‘plaguicida fosforado’, no de un carbamato. Esto es particularmente delicado por la fuente de la información. Para el público en general puede dar lo mismo fosforado que carbamato. Pero los médicos que tienen que atender personas intoxicadas necesitan saber exactamente a qué sustancia han estado expuestas para monitorear los síntomas que puedan aparecer”, refirió en la misma línea el ambientalista Antonio Elio Brailovsky.
“Aclaremos que la falta de muertos no significa ausencia de toxicidad, teniendo en cuenta los efectos sanitarios detectados en la población. Al comienzo del episodio, un vocero del puerto dijo que era solamente ‘un feo olor’. Más tarde, la Ciudad de Buenos Aires informó sobre los síntomas que podían presentarse y en qué casos recurrir a una guardia médica. Un organismo conjunto de emergencias ordenó evacuar un área de 600 metros en torno del epicentro. Allí, los principales edificios eran un establecimiento escolar y los tribunales de Comodoro Py”, reseñó Brailovsky. Y alertó que otra cuestión es la evacuación de la zona. “Hubo una franja de evacuación obligatoria (los 600 metros que dijimos, definida con el área de riesgo) y otra de evacuación optativa, que era la zona en la cual era molesto estar y todo el que pudo hacerlo se fue. Solo que cuando intentaron irse no lo lograron porque estaban cerradas las estaciones de subterráneo y de tren. Es decir, que se fueron caminando en medio de la nube tóxica, una situación que hubiera sido necesario evitar. Hay que incorporar los subtes y los trenes en el sistema de emergencias. Tienen que poder funcionar con una guardia mínima y personal protegido en situaciones de emergencia, para poder evacuar rápidamente las zonas de riesgo”.
Desde Greenpeace también cuestionaron la escasa información: “Es inaceptable que ante este accidente las autoridades no brinden información clara. En primer lugar se mencionó un derrame de mercurio, luego el incendio de un pesticida tóxico y más tarde ácido sulfhídrico, subestimando los efectos sobre la salud de la gente”, sostuvo Lorena Pujó, coordinadora de la campaña de Tóxicos de Greenpeace.
LEVEMENTE INTERNADOS
Noticias Urbanas pudo conocer que pese a la “leve toxicidad” de la que se habló oficialmente, al Hospital Austral de Pilar llegaron siete casos de síntomas ligeros con cefalea, náuseas, irritación ocular y de vías respiratorias altas que fueron descontaminados en un área especial y luego llevados al sector de guardia.
En tanto, en el Hospital Italiano las consultas fueron por cuadros de irritación en vías aéreas superiores por lo que la decisión fue descontaminar a los afectados fuera de la guardia, organizando un circuito hasta su ingreso, quitándoles la ropa y bañándolos.
En el Centro Nacional de Intoxicaciones se efectuaron, entre las 10.30 y las 15.20, 115 consultas telefónicas, la mayoría con manifestaciones de tipo irritativas en vías aéreas superiores, oculares y cutáneas y se brindaron 104 asesoramientos telefónicos.
En el Hospital de Clínicas se recibieron 20 pacientes en guardia, con irritación y algunos y vómitos y dos casos de síntomas más graves, que se trataron con dosis de atropina.
Los primeros auxilios por contacto con sustancias fitosanitarias indican, antes que nada, la protección del personal tratante, quitar la ropa contaminada y tirarla, bañarse con agua y jabón y lavar los ojos con agua limpia por 15 minutos. En caso de personas inconscientes, no hay que inducir el vómito y conviene aguardar al médico en una zona aireada.
El Programa de Vigilancia Epidemiológica del Ministerio de Salud y la Organización Panamericana de la Salud señala que, de las 400 mil personas que se intoxican con plaguicidas en Latinoamérica y de las 3.000.000 que se intoxican en el mundo, el 90 por ciento vive en países pobres.
“Son 660 muertes por día”, sintetiza Gómez, y la cifra eriza la piel. El impacto anual de envenenamientos con plaguicidas en el mundo, según la OMS, provoca 900 mil muertes y 40 mil nuevos casos de cáncer. Ya una cifra mucho menor sería suficiente para empezar a pensar en un protocolo de prevención de ahora en adelante.